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De «A sangre fría» a «El adversario»: los antecedentes literarios al caso del libro sobre Bretón

No son pocos los autores que se han basado en crímenes reales para volcar en literaturas propias

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«Las obsesiones son lo único que me importa. Lo que más me interesa es la perversión, que es el mal que me guía», dijo Patricia Highsmith en su diario de 1942. Entonces vivía en Nueva York, junto a un manicomio, una cárcel, el ferroviario hacia Canadá y el canal de Hell Gate. De repente, la realidad que había enfrente era el escenario para los crímenes que mostraban los periódicos y aquellos ficticios que podían saltar a la realidad, pues no son pocos los que se han basado en crímenes reales para volcar en literaturas propias.  

El famoso autor de novela negra James Ellroy llevó a la literatura el asesinato de su propia madre en Los Ángeles, en «La Dalia Negra» (1986): una mujer de veinticinco años cuyo cadáver se encontró desnudo y seccionado en dos partes. El caso se hizo tan llamativo en la prensa que un periodista bautizó a la víctima como «la Dalia Negra». Y casualmente, este mismo año Beatriz García Guirado publicó «La chica muerta favorita de todos. El caso de la Dalia Negra y el detective de la multitud», que indaga en aquella trágica noticia. Por su parte, Anne Perry se convirtió en autora del mismo género con conocimiento de causa, pues ella misma fue sentenciada cuando era menor de edad, en Nueva Zelanda, por asesinar junto a otra chica a la madre de esta. En estos casos truculentos la realidad se mezcla con lo novelístico, como en la novela que nació un día de 1959, cuando, leyendo «The New York Times», Truman Capote dio con el siguiente titular: «Asesinados rico agricultor y tres miembros de su familia». Le llamó la atención esa noticia fechada en un pueblo de Kansas, y el resultado de seis años de investigación fue la obra que él mismo definió como novela de «no ficción» o «novela reportaje»: «A sangre fría» (1966). Esta devino la reconstrucción del crimen cometido por dos hombres de los que Capote, a fuerza de hablar con ellos una vez detenidos, se hizo amigo hasta verles morir en la horca.

Asesinos de papel

Un caso parecido es el de Norman Mailer, que en «La canción del verdugo» (1979), otra novela-reportaje, presentó a Gary Gilmore, condenado a muerte en 1975, en Utah, por el asesinato de dos personas (fue la primera ejecución legal en los Estados Unidos). La historia cuenta cómo Gilmore, en la etapa que disfrutó de libertad condicional, se ve incapaz de adaptarse al mundo que le rodea tras dieciocho años encarcelado. Asimismo, el autor hizo un monumental trabajo periodístico con «Oswald. Un misterio americano» (1995), sobre el supuesto asesino de J. F. Kennedy. Para colmo, se empeñó en ayudar a un asesino a salir de la cárcel, pero, una vez libre, éste mató a otra persona. Antes le había ayudado a publicar un libro titulado «In the Belly of the Beast», un conjunto de cartas al escritor donde hablaba de su experiencia carcelaria.

Otro trabajo de contenido escalofriante que obtuvo mucha resonancia fue el que firmó Emmanuel Carrère, que tomó un caso real para su libro «El adversario». El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand intentó quitarse la vida tras segar la de su mujer, sus hijos y sus padres, después de una existencia llena de mentiras, como el hecho de que era médico. Tan acorralado se vio al percibir que la verdad sobre su identidad iba a ser descubierta, que prefirió deshacerse de las personas de su entorno más cercano. Fue condenado a cadena perpetua. Falta saber cómo el tiempo tomará este tipo de ficciones «reales», si las condenará con el olvido o las catapultará para siempre a clásicos literarios.