Jon Fosse: Escribir es como rezar
Un dramaturgo noruego que admira a Lorca y que ha leído con pasión a los místicos españoles
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“Escribir es como rezar”, afirma Fosse, que cultiva un teatro introspectivo, de palabras cinceladas y sintaxis capaz de filtrar los intersticios de un pensamiento indecible. Nacido en un remoto fiordo, tuvo que plantarse en qué lengua escribir: si el drama noruego vivió a la sombra de Ibsen, su idioma era una forma literaria que no se corresponde con lo vernáculo, expresado hoy en otra lengua: el neo-noruego, según Fosse, cercana a los ciclos arcaicos de la mitología nórdica.
Un idioma que apenas contaba con tradición escrita cuando él empuñó la pluma, primer gesto de militancia por la esencia de un país de extensiones heladas y lenguas de mar a los pies de los montes. En atmósferas como de sueño, Fosse se posiciona en la tradición moderna de los dramas oníricos y simbolistas como en un tiempo detenido; así lo vemos en Alguien va a venir (2002, Titilibros) −un tributo a Beckett− o en Un día del verano, en el que una mujer no hace sino contemplar desde su ventana ese mar que se llevó a su marido...
Si Fosse es conocido en el mundo anglosajón y francés, ha sido montado poco en nuestro país y en parte gracias a la Embajada noruega en España, que promovió la edición del inquietante Yo soy el viento (Teatro del astillero, 2014, introducción de J. Gabriel López-Antuñano) y su montaje dirigido por Salva Bolta en el Teatro Español de Madrid (2014). Un dramaturgo noruego que admira a García Lorca y ha leído con pasión a los místicos españoles, por hallar en ellos el valor de lo inefable, difícil de trasladar a la palabra. Porque todo está en el presente y esa inmanencia solo puede expresarse mediante el silencio −dice−. Conseguir decir algo −se pregunta− ¿no es acaso un milagro?