«Ha de ser traslúcida la alborada en Islandia», supone
Julio Cortázar un día de 1976 en Nairobi –poema «Ándele», integrado en «Salvo el crepúsculo»–, y por medio de tal pasajera presunción aludimos al viejo enigma que representa esa isla próxima al polo y cuyo sol de medianoche, activo durante varios meses al año, sume a la vida en una vigilia constante.
El misterio de Islandia es antiguo y épico, desconcertante y magnético: procede de
los vikingos que, como representaron Uderzo y Goscinny en la aventura de Asterix «La gran travesía» (1975), tal vez fueron los primeros en cruzar el Atlántico y pisar las tierras de los indios, y llega hasta el día de hoy, pese a haber salido el país de su aislamiento e incomunicación.
Precisamente a causa de la lejanía, del escaso contacto con el exterior, el idioma islandés se ha mantenido inalterable durante siglos: ese latín del norte apenas ha cambiado en ochocientos años, así que el lenguaje usado por el historiador Snorri Stúrluson (1179-1241) en su «Edda Menor»es similar al de Steinn Steinarr (1908-1958)
, el iniciador de la poesía lírica e existencialista en Islandia, o al de la obra autobiográfica «La magia de mi niñez» (2004) de Gudbergur Bergsson –muerto el pasado septiembre tras vivir en España durante décadas; traductor del «Quijote» al islandés–. Invención y realismo se dan la mano en una tradición literaria asentada en la oralidad y
unos mitos que aún sobreviven en forma de dioses paganos.
«Islandia ha enriquecido la literatura mundial con dos aportaciones principales, de una parte las sagas, historias antiguas de héroes en las que la realidad se mezcla con la ficción, y de otra la mitología escandinava, ya que no en vano fueron poetas islandeses quienes primero las pusieron por escrito», afirma Aitor Yraola en su edición de «La base atómica», la novela del premio Nobel islandés Halldór Laxness. Será a lo largo del siglo XIX cuando «la isla de hielo» vaya apareciendo en la literatura europea como aquella tierra de la que procedían seres excéntricos –la novela «Han de Islandia»(1823), de
Victor Hugo, estaba protagonizada por un hombre diabólico–, como la plataforma donde ubicar sucesos extraordinarios –»Viaje al centro de la Tierra» (1864), de Jules Verne– o como el ambiente en el que se explicitaba el drama de las familias de pescadores –«Pescador en Islandia» (1886), de Pierre Loti.
Islandia, con su fabuloso y lunático paisaje, atrae la mirada de los creadores, y hacia allí se dirigen en 1937 dos jóvenes poetas, W. H. Auden y Louis McNeice, que escribirán unas «Cartas de Islandia» con aspiraciones humorísticas, una especie de crónica de viajes donde se mezclaba la prosa informativa sobre el país con poemas epistolares.
Faltaba poco para que, en medio de la Segunda Guerra Mundial, se produjera la ocupación pacífica del ejército de Estados Unidos; para que al fin, en 1944, Islandia dejara de ser colonia de Dinamarca y naciera su República. La nación se moderniza como ninguna otra, es pionera a la hora de tolerar todo tipo de libertades sociales y personales y, sin embargo, conserva intacta la belleza de su pasado de leyenda, tan atrayente para Jorge Luis Borges, que de niño descubrió la Saga de Volsung, abriéndose para él uno de los motivos literarios que más explotaría en toda su literatura.
La lista de referencias islandesas en el autor argentino es larguísima: en el cuento «Ulrica», que tiene un epígrafe extraído de la «saga de Vólsung»; el cuento «Undr», en el que el protagonista se refiere al dios Odín y a la «historia de mi diálogo con el islandés Ulf Sigurdarson», que confiesa ser de la «estirpe de skalds», es decir, de los escaldas o poetas cortesanos (el primero conocido es del siglo IX); Gram, la espada del dios Sigurd, en «La rosa profunda» (1975); un poema en «La moneda de hierro», libro donde se leen los versos sobre Einar Tambarskelver, arquero de Noruega y combatiente en Islandia. Al fin, en «El otro, el mismo» (1964), dedicará un poema a Stúrluson: «En la noche de Islandia, la salobre / Borrasca mueve el mar».
Toda esta
fascinación literaria por Islandia se ve reflejada de continuo por la actualidad editorial, muy en especial por la editorial Nórdica, que hace escasas fechas publicaba «Atlas novelado de los volcanes de Islandia», de Leonardo Piccione; se trataba de un gran libro ilustrado que, partiendo del hecho de que el país tiene treinta sistemas volcánicos activos diferentes,
abordaba casi cincuenta historias vinculadas a las aventuras de los primeros colonizadores de la isla hasta hasta las misiones de la NASA en los cañones «lunares» de las tierras altas. Y a ello se suma otro título igualmente llamativo, «En busca del vikingo negro», (traducción de Enrique Bernárdez), de Bergsveinn Birgisson (Reikiavik, 1971), poeta y novelista que ha residido largo tiempo en Oslo y que cursó un doctorado en Literatura Medieval Escandinava.
El lector podrá viajar hasta Rogaland (Noruega), cuando en el año 846 nace Geirmundur Hjörsson, Piel Negra, el llamado vikingo Negro, apodo que procedía de su piel oscura y rasgos faciales mongoles. Un personaje este por completo olvidado, que no ha merecido aparecer en saga alguna pero que llegó a tener una gran influencia en su época. Todo parte de un amigo de la familia de Birgisson al que el autor trataba de niño y que idolatraba a Geirmundur, quien tenía un gran número de esclavos irlandeses. Estos, un día, intentaron escapar en una barca y llegaron a un islote en medio del mar, no consiguieron ir más allá. «Hoy en día, ese islote sigue llamándose “Escollo de los Irlandeses”. Si hubieran seguido adentrándose en el mar, no hay duda de que la pobre gente habría acabado en el polo norte», explica Birgisson al comienzo del texto.
Esa anécdota legendaria permaneció en la memoria del escritor y se puso a conjeturar qué habría pasado con aquellos hombres perdidos en el mar y cuál pudo ser la reacción de Geirmundur Piel Negra al percatarse de que habían desaparecido. Más adelante, en 1992, por una cuestión azarosa Birgisson reanuda la vida de este vikingo sobre el los eruditos medievales que escribieron la historia de la colonización de Islandia no tuvieron interés. ¿Sería aquella historia de su amigo un cuento que había sobrevivido cientos de años gracias a la tradición oral y, sobre todo, quién fue en realidad Piel Negra y para qué utilizaba a los esclavos?
Las preguntas que se irá haciendo el investigador lo conducirán a intentar averiguar, por ejemplo, dónde conseguía esclavos irlandeses, y a separar la realidad de las invenciones literarias. Así, relata que Geirmundur tuvo diversas residencias en Islandia y sigue su huella en el océano Glacial Ártico. Lo llama «un gran y, en cierto grado,
despiadado esclavista». Lo sorprendente es que un tipo de semejante calaña es un lejano antepasado de Birgisson por línea paterna, de ahí que, para poner las cosas en contexto, aluda a Guðbrandur, su tataratataratatarabuelo, que murió en una ventisca en la landa de Tröllatunguheiði y al que encontraron meses más tarde. De tal forma que ahondar en el pasado familiar supone hablar de genealogías y fuentes escritas, de sagas y figuras históricas que se han convertido prácticamente en mitológicas.
«Geirmundur representa el comienzo de la nación islandesa –afirma Birgisson–. El comienzo de una nación que recogió recuerdos de los primeros que se establecieron en el país, una nación que ordenó fragmentos y los puso por escrito, lo que explica la paradoja de que sepamos más sobre muchos de los primeros personajes de la historia de Islandia que de quienes están más cerca de nosotros en el tiempo». El recuerdo de los colonizadores implica descubrir lo que parecía relevante para los primeros escritores de historias; se da el caso de una saga como la historia de Njáll, celebérrima en Islandia, que contrasta en cambio con un Geirmundur Piel Negra que «es una sombra, pues nadie se decidió a escribir su saga. O bien, si esa saga llegó a escribirse, no ha llegado hasta nosotros». Con todo, el libro irá uniendo piezas de esa vida vikinga, hasta ver que creció entre esclavos y que procedía de la más grande estirpe real de Noruega, hasta que devino el aristócrata más importante de la historia de Islandia, o como se le ha llamado, «el más noble de todos los colonizadores».
EL MEJOR PAÍS QUE HAY
► Acaba de ver la luz «Crónicas de Islandia. El mejor país del mundo» (La Línea del Horizonte), de John Carlin, que siente debilidad por el país que presenta como el más seguro, el que recoge lo mejor de Europa y Estados Unidos. «Pienso en Islandia y me brillan los ojos. Como sociedad representa la cima de la evolución humana. Como individuos, los islandeses son gente dura y encantadora, culta y campechana, muchas veces brillante pero siempre con los pies en la tierra», afirma. «Su tierra, un lugar hostil y bello a la vez, frío, rocoso y rodeado de mar, bañado en una luz especial, única, mágica. Y encima se come de maravilla». La primera ocasión que tuvo de observar tales cosas fue en 2006, atraído por un dato: según Naciones Unidas Islandia tenía la mejor calidad de vida de cualquier país del mundo. «Vi con mis propios ojos que era verdad», concluye el autor en esta serie de artículos publicados a lo largo de un decenio y que nos lleva a una Islandia que «ofrece un oasis de calma y un modelo a seguir. El partido político que aspire a imitar lo que han hecho los islandeses tiene mi voto».