Ricardo Menéndez Salmón: “Si usamos el lenguaje sin criterio incluso las palabras más grandes no significan nada”
Publica “Horda”, una reflexión sobre la perversión del lenguaje, y alerta de un mundo lleno “de palabras vacías”
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Ricardo Menéndez Salmón ha escrito ”Horda” (Seix Barral), una fábula con tintes distópicos, pero con raíces profundas en los distintos prismas y aristas de nuestra sociedad. Un libro que le salió “a chorro”, “muy obsesivo” y de extensión breve que recuerda sus libros iniciales, los que asentaron su prestigio y fama. “Vuelvo a mis orígenes”, comenta el escritor. El texto discurre en una sociedad repleta de imágenes, donde la palabra ha sido censurada por una revolución encabezada por niños y jóvenes. Un mundo que emergió en su imaginación cuando el “Procés” se encontraba en el punto álgido. “Con el enfrentamiento de Cataluña y el Estado asistimos a diferentes concepciones de un único relato, al intento de apropiarse del discurso como elemento de creación y de realidad. Todo eso se decantó en una historia sobre el desprecio hacia el lenguaje y su perversión. Esta obra es una reflexión sobre el lenguaje y su deterioro”.
¿Por qué una revolución de niños?
Ellos son las principales víctimas de los discursos malintencionados e interesados. En su trato con los adultos, además, no tienen capacidad para imponer su discurso. Las palabras les son impuestas. Me parecía interesante introducir esta paradoja y que esta revolución procediera de quienes han sufrido los desmanes del lenguaje, porque no pueden oponerse al de los adultos, a su lenguaje ordenancista, punitivo y legitimista.
¿Se malvenden las palabras?
Toda forma de poder es consciente de que el lenguaje es un instrumento para reconsiderar la realidad, para crear realidades alternativas. Quien detenta el poder, detenta las palabras; quien detenta las palabras, detenta la posibilidad de reconfigurar la realidad. Nos hemos habituado a un uso de las palabras desvirtuadas, donde las palabras se emplean con tanta gratuidad que no significan nada. Si utilizamos el lenguaje sin criterio, incluso las palabras más grandes, aquellas que encarnan los grandes ideales, acaban por perder su adherencia y no significan nada.
¿Entonces?
Cuando la palabra no significa nada, queda vaciada y se puede llenar de cualquier cosa. Hay un riego muy grande. La apropiación del lenguaje por intereses espurios hace que pierdan su sentido y significado. Y deformar eso es peligroso.
¿Este es un mundo de palabras vacías?
Sí y es un tema que me preocupa. Sobre todo, respecto a esas palabras que tanto ha costado conquistar lo que llevan dentro, los grandes principios, temas como igualdad, justicia, equidad, fraternidad... Si acudimos a ellas en cualquier ámbito, si todas las voces se sienten autorizadas para pronunciarlas, y bajamos el listón, hacemos que la palabra no porte nada dentro, y solo sea una convención de las que servirnos para arrojarnos a la cara ideologías.
¿Arrojarnos ideologías?
Y de manera perversa, además. La palabra ideología es peligrosa. En un principio se refería al sentido de ver el mundo, pero después pasó a un uso parcial y peligroso, de uso interesado de unas ideas. Ahí estamos reculando todos. Olvidamos las ideologías como cosmovisiones, como lo ha sido el cristianismo. Pero hoy han terminado siendo visiones parciales de nuestros intereses y deslegitimando el sustrato de ideología que necesitan las personas. Han terminado siendo armas arrojadizas.
Representa un mundo donde las palabras han quedado desterradas.
La cultura de la palabra en “Horda” ha quedado cancelada, derogada. La imagen es el sustitutivo comunicativo para las personas. No es una denuncia de la dictadura de la imagen de alguien que siente nostalgia por el mundo de las palabras. No creo que debamos plantear este asunto en términos disyuntivos. No es “palabra o imagen”. Las dos son paradigmas de conocimiento, de desvelar la realidad y son compatibles. Pero es cierto que, desde la implantación de la tele como gran agente democratizador, las imágenes ocupan más espacio, más tiempo, más hábitos colectivos y privados.
¿El riesgo?
Creo que si tú solo conoces el mundo a través de representaciones icónicas, a través de imágenes, corres el riesgo de confundirte cuando tengas que regresar al mundo real. La proliferación de imágenes, la sobreabundancia de ellas, nos precipita hacia un mundo de simulacros, de sombras de la verdadera realidad. Sigue vigente la idea platónica de la caverna. En realidad, cada vez con más fuerza. Los mecanismos contemporáneos reproducen el mito de los esclavos en una caverna que, creyendo ver la realidad, solo ven sus sombras. Cuando impartía filosofía hacia un experimento con los estudiantes. Hablábamos de la muerte y nos dábamos cuenta de que todos estaban familiarizados con ella, pero no tenían una experiencia real de ella. Toda su idea estaba mediada a través de los simulacros y las representaciones, ya fueran videojuegos, películas o cualquier otro dispositivo que media entre un hecho real y su representación. Debemos volver a la realidad y enfrentarnos a la muerte palpable. Pero también existe otro asunto.
¿Cuál?
Cuando las imágenes se apagan, ¿a dónde regresamos? ¿A qué lugar del mundo vamos si la mediación ha sido única exclusivamente a través sucedáneos de la imagen? Cada vez más gente sentirá una relación afectiva con un holograma. Será más cómoda que con una persona, que comporta gasto de tiempo, energía, salvar escollos... Platón decía, en el mito de la caverna, que un esclavo se libera y regresa para trasladar a sus compañeros qué es la realidad. Platón alude a que, incluso, lo pueden matar. Es un final impresionante. Pero, efectivamente, hoy existen prisioneros de la caverna, que viven en esa esclavitud y no desean ser arrancados de esa situación. Cada vez hay más gente que desea estar en la caverna de Platón y no quiere salir, porque genera menos dificultades. La cuestión es qué tipo de vida estamos viviendo y fomentando; a qué clase de vida nos acercamos.
Y también se está perdiendo la capacidad de interpretar imágenes.
Ahí es donde entra el poder de los filósofos, los ensayistas, los historiadores... las imágenes necesitan una hermenéutica porque, de lo contrario, no significan nada. Soy un enamorado de la plástica, de las representaciones icónicas. Las imágenes me nutren. Lo que me fascina de ellas es lo que esconden de promesa de una narración. No hay que quedarse en lo evidente. Un ejemplo. «El juego del calamar». La mayoría se ha quedado con los juegos, porque visualmente son impactantes, porque llevan a momentos climáticos. Pero esos juegos lo que ponen sobre la mesa es una reflexión de fondo. Está producida por Corea del Sur, una nación rica, pujante y, sin embargo, mira lo que cuentan los guionistas. Un lugar donde si se crea un juego de esa crueldad y violencia, hay personas dispuestas a arriesgarse la vida en él. ¿Por qué? Por dinero. Si esa ficción ha sido urdida es porque de fondo existe algo. De una manera opaca nos están relatando unas condiciones materiales tan delicadas que hace posible que muchos coreanos se planteen participar en algo así. La gente, los chavales se han quedado con los juegos. Pocos han entrado a preguntarse por qué hay unos guionistas que narran esta historia. Es evidente que los únicos individuos que están dispuestos a aceptar algo así son los que necesitan dinero. Lo que esta serie hace es visualizar esa situación de fondo, que no conocíamos. Ahí está en el interés.
- “Horda” (Seix Barral), de Ricardo Menéndez Salmón, 128 páginas, 17 euros.