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"El odio", de Luisgé Martín: ¿En la mente del asesino?

El autor introduce reflexiones filosóficas que relativizan la violencia y, en algunos casos, parecen justificar el crimen de Bretón

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El libro de Luisgé Martín ha desatado una fuerte controversia debido a su enfoque sobre el asesinato de los niños Ruth y José a manos de su padre, José Bretón. Lejos de limitarse a una narración objetiva de los hechos, la obra introduce reflexiones filosóficas que relativizan la violencia y, en algunos casos, parecen justificar el crimen. En sus páginas se plantea la idea de que existen personas cuya muerte podría considerarse justificable si se hiciera una selección adecuada, afirmando que “sabemos que hay muchas personas a nuestro alrededor, en la vida que conocemos, a las que deberíamos poder matar”. Más perturbador aún es el pasaje en el que el autor sugiere que ciertos niños pueden ser crueles y despiadados, al punto de que el deseo de asesinarlos resulta “comprensible y hasta legítimo”.

En lugar de centrarse en el horror del asesinato de los pequeños, el libro describe fríamente cómo Bretón pasó las horas previas al crimen, cómo los observaba en el espejo retrovisor mientras conversaba con ellos, consciente de que en menos de veinticuatro horas los mataría. Más que condenar la atrocidad del acto, el relato se detiene en la psicología del asesino y en la supuesta lógica detrás de su decisión, lo que puede interpretarse como una humanización innecesaria de su figura. A esto se suma la manera en que el autor especula sobre el sufrimiento de Ruth Ortiz, la madre de los niños, insinuando que el crimen la ha dejado atrapada en un dolor insoportable del que quizá desearía escapar con la muerte: “¿Cuántas veces, desde aquel día, desde el ocho de octubre de 2011, Ruth Ortiz ha deseado estar muerta?”. La construcción de Bretón como un personaje literariamente “fascinante” por su mezcla entre el bien y el mal, en lugar de poner el foco en el brutal asesinato de sus hijos, ha sido duramente criticada. Sin embargo, la realidad es que hay un solo asesino y tres víctimas: los dos niños asesinados y una madre condenada a un dolor que no tiene redención.

Ante esta perspectiva, Ruth Ortiz ha solicitado la retirada del libro, argumentando que reaviva su dolor, convierte en objeto de análisis filosófico el asesinato de sus hijos y desvirtúa la verdadera naturaleza del crimen, alejándolo de su dimensión de brutalidad y sufrimiento para transformarlo en una narración intelectual que trivializa el horror y contribuye a perpetuar una visión deshumanizadora de las víctimas. Sin embargo, prohibir libros por su contenido controvertido sentaría un peligroso precedente. A lo largo de la historia, obras de gran valor literario como Lolita, American Psycho o A sangre fría han generado rechazo por abordar crímenes atroces o dilemas morales incómodos, pero han servido para entender mejor la condición humana. Si la literatura fuera censurada cada vez que incomoda o hiere sensibilidades, la cultura se iría al garete, pues no puede existir sin la libertad de explorar, narrar y cuestionar lo más oscuro de la sociedad.

Es imposible no comprender el dolor de una madre que ha sido víctima de un crimen tan despiadado, pero nadie podrá devolverle a sus hijos. Retirar este libro no borrará la atrocidad, solo hará desaparecer a su asesino de la escena pública. Como escribió Albert Camus: “El mal que hay en el mundo casi siempre proviene de la ignorancia, y las buenas intenciones pueden causar tantos desastres como la maldad si carecen de comprensión”. Quizá la clave no sea silenciar lo que nos duele, sino entenderlo. Y, una vez más, solo cabe pedir perdón ante el sufrimiento incomprensible de una madre.