La otra verdad de las 13 Rosas: atentados y guerra de guerrillas
Roberto Muñoz Bolaños publica un libro, fruto de una investigación, que descubre una historia distinta alrededor de un consolidado mito


Creada:
Última actualización:
Juan Barranco, alcalde de Madrid en 1988, puso una placa en el cementerio de la Almudena para conmemorar a un grupo de mujeres fusiladas en 1939, las llamadas «13 Rosas». La losa dice que «dieron su vida por la libertad y la democracia». No es así. Esas personas soñaban con establecer en España la dictadura del proletariado, y fueron ejecutadas por pertenecer a un grupo que reunía armas y explosivos para hacer una guerra de guerrillas, tras un atentado que, aunque no lo cometieron ellas, dejó muertos a un militar, a su chófer y a una niña de 16 años. Además, salvo aviso de última hora, el comunismo nada tenía que ver en 1939 con la libertad y la democracia. Sin embargo, la falsedad que contaba la placa pasó desapercibida porque la historia no era entonces un campo político de batalla.
Todo cambió cuando el PSOE de Felipe González creyó en 1993 que el PP de Aznar iba a ganar las elecciones. Hicieron una campaña que vinculaba a los populares con el franquismo, y sacaron al famoso «dóberman». Esto sirvió para crear la idea en la izquierda de que si la derecha ganaba en las urnas era porque la Transición se había hecho mal al no ajustar las cuentas ni ilegalizado a todo lo que tuviera que ver con el franquismo, como los fundadores del PP. Ahí apareció el mito de las 13 Rosas como arma contra la derecha democrática: era un grupo de mujeres jóvenes pacíficas, fusiladas por el rancio y machista franquismo solo por querer la democracia y la libertad. A ese mito se ha aferrado la izquierda sin ahondar en la verdadera historia.
Roberto Muñoz Bolaños ha escrito un libro magnífico al respecto, de esos que gustan a los historiadores y lectores que están cansados de relatos politizados y que buscan lo cierto de los hechos. Se titula «Las 13 Rosas. La verdad tras el mito» (Espasa, 2025). El autor, profesor en varias Universidades, es conocido por «Guernica, una nueva historia: Las claves que nunca se han contado» (2017), y «El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición» (2021), ambos trabajos muy pegados a la documentación. Muñoz Bolaños cuenta en su último libro que el mito de las 13 Rosas comenzó con el gobierno de Zapatero y su empeño en el guerracivilismo. Creó la Fundación Trece Rosas con Santiago Carrillo al frente, quien curiosamente había despreciado el episodio durante décadas.
El PSOE de Zapatero, cuenta el autor, quedó impresionado por la fuerza emotiva y politizante de la novela de Jesús Ferrero de 2003 sobre esas mujeres, en la que literalmente se inventa la historia. En esa onda apareció el ensayo de Carlos Fonseca, «Trece Rosas Rojas» (2007), un panegírico a favor de la corriente memorialista de izquierdas, dice Muñoz Bolaños, que en sus 320 páginas no habla de la guerra de guerrillas que querían implantar ni de que siguieron órdenes del comunista Pedro Checa para reunir armas y explosivos. La historieta se llevó al cine añadiendo descaradamente «ideología de género», apunta Muñoz Bolaños. ¿Mujeres jóvenes «pacifistas» y «demócratas» fusiladas por el franquismo machista en un relato contado por cineastas progres al calor de la Ley de Memoria Histórica? Es cine español. No hay más.
El imperio del mito
En las canciones y novelas posteriores se obviaron las vinculaciones de las 13 Rosas en actividades violentas. De hecho, en una novela aparecen repartiendo propaganda, lo que nunca hicieron, y jamás se las ve amontonando armas para atentados, que fue a lo que se dedicaron. La manipulación llegó a los institutos, cuenta Muñoz Bolaños, a través de una obra de teatro escrita por Maxi de Diego, profesor de secundaria, en la que oculta los episodios oscuros para pergeñar un relato político desde el feminismo. La culminación llegó con Pedro Sánchez y la Ley de Memoria Democrática de 2022 elaborada por Bildu. La historia dejó paso al imperio del mito y de la memoria. Muñoz Bolaños recoge un tuit del presidente que, tan buen historiador como economista, escribió: «13 mujeres inocentes, fusiladas por defender la democracia. Las 13 Rosas son hoy un símbolo de la lucha por la justicia y la libertad. Vuestros nombres nunca se borrarán de la historia».
Muñoz Bolaños cuenta que el 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas 56 personas, entre ellas las 13 Rosas. Se hizo en las tapias del Cementerio del Este. Los ejecutados pertenecían al PCE o a las Juventudes Socialistas Unificadas, cuyo objetivo había sido iniciar una guerra de guerrillas, insistimos, para imponer la dictadura del proletariado en España, no la democracia ni la libertad. La inteligencia franquista desarticuló esta intentona terrorista, endurecida, además, por el asesinato a manos de los comunistas del comandante Isaac Gabaldón, su chófer y su hija de 16 años.

La estrategia para la guerra de guerrillas la estableció Pedro Checa en nombre del Buró Político del PCE. Es preciso señalar que los dirigentes del partido consiguieron salir de Madrid antes de que entraran las tropas franquistas. No así los militantes de base. Siempre ha habido castas. Las órdenes de Checa fueron organizar bandas armadas para perpetrar atentados. El argumento era que el pueblo español no quería a Franco, y que las acciones terroristas desautorizarían al Régimen. Por eso pensaron en cometer un atentado en el Desfile de la Victoria, el 19 de mayo de 1939. El objetivo, escribe Muñoz Bolaños, era «ridiculizar y desacreditar» a Franco y a su dictadura por ser incapaces de contener la desobediencia antifascista. Estas órdenes se dieron a pesar de que el jefe del I Cuerpo del Ejército, Espinosa de los Monteros, publicó en Madrid un bando anunciando que sería condenado a muerte quien tuviera armas y explosivos y no los entregara al ayuntamiento. Muñoz Bolaños cuenta que esta cláusula fue decisiva para la suerte de las 13 Rosas, la Rosa número 14 –otra mujer fusilada después–, y los 43 Claveles, los hombres comunistas fusilados de los que nadie se acuerda ni pone tuit.
Preocupado por su propia supervivencia, el Buró Político del PCE olvidó decir a sus militantes madrileños que el partido había cambiado de estrategia el 19 de junio de 1939, abandonando el terrorismo y decidiéndose por entrar en las instituciones franquistas para sabotearlas –el famoso «entrismo»–. El caso es que la inteligencia franquista detuvo a cerca de 70 personas, entre ellas a las 13 Rosas por tenencia ilícita de armas y organización terrorista. Las condenaron a muerte y su ejecución se congeló. Muñoz Bolaños cuenta, además, que el machismo de los falangistas actuó en contra de las 13 porque rompía su visión de los papeles de las mujeres en la sociedad.
No obstante, lo decisivo fue el asesinato del comandante Isaac Gabaldón, cuenta Muñoz Bolaños. El atentado fue cometido por Damián García Mayoral, Sebastián Santamaría y Francisco Rivares, tres militantes comunistas que habían recibido la orden de atacar la cárcel de Oropesa el 28 de julio de 1939. Desistieron de esta misión y, vestidos de soldados nacionales, decidieron volver a Madrid robando un coche. Detuvieron uno al azar. Dentro estaban Gabaldón, su hija menor y el chófer. Los comunistas los asesinaron a sangre fría. El caso es que el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) lo supo con antelación y dejó hacer. Cuando el SIPM se enteró del asesinato les entró el pánico y planearon ocultar su negligencia. Apretaron a los miembros de la Auditoría de Guerra, entre los que estaban Arias Navarro y Garicano Goñi –que años después llegaron al Gobierno–, y fueron auxiliados por Gutiérrez Mellado –vicepresidente después con Suárez–, que era entonces jefe de una de las tres secciones del SIPM.
En ese plan del SIPM para ocultar su error hablaron de un vasto plan comunista en el que estaban involucrados los encarcelados, entre ellas, las 13 Rosas. Por eso se fusiló a estas mujeres y a 43 hombres el 5 de agosto de 1939, y unos meses después a la Rosa número 14. Fue una injusticia. Se las ejecutó por un crimen que no habían cometido, sino que fue perpetrado por tres miembros de la misma organización a la que pertenecían y que estaba montando un plan terrorista. No eran culpables de los asesinatos pero tampoco pacifistas ni demócratas, lo que en ningún caso justifica el fusilamiento.
Una juventud idealista y totalitaria
Entre las trece había nueve modistas, lo que es curioso. Esa profesión era muy corriente en Madrid y muy mal pagada. Siete eran madrileñas. El resto de Ávila, Zaragoza, Jaén y San Sebastián. La media de edad era de 20 años, entre los 29 de Blanca Brisac y los 17 de Victoria Muñoz. No tenían antecedentes de la Guerra Civil. La Rosa 14 se libró en un principio por un error administrativo en el nombre que, subsanado, no la libró del paredón. Pertenecían a las JSU, marioneta juvenil del PCE, y aceptaron organizar un grupo armado para la guerra de guerrillas consistente en asesinar, secuestrar, robar y atentar en lugares públicos. Muñoz Bolaños habla del protagonismo en aquella época de una juventud tan idealista como totalitaria pero manejada siempre. Fueron usadas en su momento por los dirigentes del PCE y lo son hoy por los políticos de la memoria histórica.