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«Moby Dick», el gran fracaso literario de Herman Melville

La ballena se tragó a su autor, que acabó sus días alcoholizado y trabajando como inspector de aduanas, sin conocer las mieles del éxito posterior
Ilustración de la novela «Moby Dick»larazon
La Razón

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«Herman Melville died yesterday at his residence of heart failure, aged seventy-two. He was the author of ‘Typee’, ‘Omoo’, ‘Mobie Dick’ and other seafaring tales, written in earlier years». A esta escueta información se reduce el obituario que publicó el New York Times a la muerte de Melville en septiembre de 1891. Es relevante atender a la errata en el título de la que, con el tiempo, será considerada la gran novela americana: «Mobie Dick» por «Moby Dick».
Este error, más su irrelevante y escueta despedida, da la medida del ostracismo en el que murió el escritor neoyorquino, quien acabó sus días amarrado a una botella de bourbon, condenado a galeras trabajando como gris inspector de aduanas y con serios problemas familares: del suicidio de su hijo menor a los intentos de separación por parte de su esposa.
Cuando se publicó en 1851, «Moby Dick» generó una indiferencia tan colosal como el leviatán que persigue, obsesionado y vengativo, el fanático capitán Ahab. Hasta que falleció Melville, 40 años después, ni siquiera se habían agotado los 3.000 ejemplares de la primera edición de la monumental obra en cuya orilla reza, escrito sobre la arena, el universal «Call me Ismael».
Las pocas críticas que recibió el gran empeño simbolista y enciclopédico de Melville fueron devastadoras: «Un despropósito y un volumen confuso sobre ballenas», «Un libro absurdo», «Mala retórica y sintaxis complicada», etcétera.
No fue hasta comienzo de los años 30 del siglo XX cuando la obra, cual si el Pequod fuera un pecio, fue rescatada del fondo del mar, gracias a unas ilustraciones de Rockwell Kent para la editorial Casell, en una edición en la que ni siquiera figuraba el nombre del autor, ¡olvidado y maldito!, en la portada.
Como curiosidad, cabe contar que el padre de «Bartleby el escribiente» («I would prefer not to») conservó su puesto de aduanero, sometido a veleidades políticas, gracias a un funcionario de aduanas que sí supo apreciar su gran obra: un tal Chester A. Arthur, quien sería presidente de EEUU.