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Contracultura
La mentira de un wokismo de derechas
La izquierda es especialista en fabricar espejismos para acusar a los conservadores de tener sus mismos defectos

E xiste una jugosa entrevista de 2019 con el filósofo Antonio Escohotado en que el periodista Iñaki López le pregunta por el auge de la extrema derecha en Europa. Su respuesta fue muy inspirada: «La extrema derecha no existe, es un invento de la extrema izquierda, que necesita un reflejo especular. Y donde no hay algo, se lo inventa. ‘‘Extrema’’ es un adverbio que no dice nada, contenido solo pueden dar los nombres y los adjetivos. ¿Hay algún parecido entre Ciudadanos y el fascismo italiano? Si dices eso, tú estás en la higuera o mientes. Peor aún comparar a Abascal con Hitler, cuando Abascal es un conservador, en mi opinión menos hipócrita que los conservadores del PP. Le ponen de ‘‘superultraderecha’’ y una gran parte del público español se lo cree», denunciaba.
El truco del reflejo especular se repite ahora respecto al wokismo. Aunque muchos lo sabrán, el término wokismo se refiere a una deriva puritana de la izquierda, que legitima la cancelación de contenidos, instituciones y hasta personas. La frustración por el ascenso de las nuevas derechas radicales, desde el trumpismo o Vox, les ha hecho articular un espectro bautizado como «wokismo de derechas», complicado de encontrar en el mundo real. En pleno duelo por el atentado al líder republicano Charlie Kirk, que tantos progresistas justificaron o celebraron, los «progres» han denunciado la suspensión del talk show de Jimmy Kimmel por parte de ABC/Disney, a causa de unos comentarios falsos sobre el asesino de Kirk.

Al final, la cancelación duró solamente una semana porque la empresa de Mickey Mouse volvió a readmitir al cómico, dejando en fuera de juego el victimismo militante de la izquierda. Lo resumió con gracia un tuit viral: «Los Demócratas son el único movimiento político que puede matar a una persona inocente, celebrar el dolor, burlarse de la familia, vandalizar el monumento de homenaje, tergiversar la verdad sobre el atacante y aún así hacerse la víctima», escribió alguien con ingenio y seudónimo.
Esta semana tocaba menospreciar el funeral de Kirk, descrito como un aquelarre del supremacismo blanco y como un contubernio nacionalista cristiano. Más bien se trató de gente corriente expresando su respeto a alguien que admiraban. Por suerte, Erika Kirk, la viuda doliente, puso las cosas en su lugar explicando la diferencia entre la situación actual y la que organizó el wokismo con el homicidio de George Floyd en 2020. «Tras el asesinato de Charlie, no vimos violencia. No vimos disturbios. No vimos revolución. En cambio, vimos lo que mi esposo siempre oró por tener en este país: vimos un avivamiento», compartió, aludiendo a un renacer nacional. La parte más emocionante de su discurso fue perdonar al asesino de su marido, algo que la sitúa en las antípodas del wokismo, que es un sucedáneo de religión donde perdonar no está permitido, ya que para sus militantes perdonar resulta incompatible con la radicalidad política. Otra diferencia crucial es que hace un lustro todas las grandes corporaciones del país se volcaron con los homenajes a Floyd, mientras que con Kirk no lo ha hecho ninguna, con la excepción de la cadena Fox News. El campo de batalla no podría ser más asimétrico.
Humillaciones al funeral
Una de las estampas surrealistas del homenaje masivo en Arizona fue la de un señor que cargaba una enorme cruz a modo de Cristo en el calvario, pero con unos ruedines en la parte baja, que facilitaban una versión relajada del martirio. A la familia Kirk no se le ha ahorrado una sola humillación, más bien se cuestionó el servicio funeral desde todos los ángulos: por su carácter público, que por lo visto lo acercaba demasiado a un mitin; por los excesos horteras en el escenario; y también por la mezcla de religión con asuntos estatales. Cualquier reproche les valía: hasta intentaron culpar a la retórica combativa de Trump de provocar el atentado.
El primer dato importante para comprender este conflicto es que solo cancela quien tiene poder. Si todos los «late nights» son progresistas, no puede haber un wokismo de derechas en ese campo. Kimmel, Stephen Colbert, Jimmy Fallon y todos los demás son una especie de Seven Eleven de reírse y menospreciar a sus rivales. El desequilibro se ve claro en Hollywood, donde ser conservador es algo tan excéntrico –sobre todo, entre los millonarios– que los pocos que tienen esas convicciones fundaron en 2004 un club semisecreto bautizado como Amigos de Abe, en referencia al presidente republicano Abraham Lincoln. Allí se refugiaron personajes como Clint Eastwood, John Voight y Kelsey Grammer, que han tenido que esperar hasta el trumpismo para que la sociedad comprenda que las ideas conservadoras no son una especie de trastorno de personalidad, sino las mayoritarias entre el pueblo de EE UU. El único sitio donde el rodillo progresista es más grande que en Hollywood es en las universidades, tan densamente de izquierdas que en 2024 un grupo de millonarios fundaron un campus en Austin (Texas) que no fuese hostil con los valores tradicionales.
En España, en principio, herencia católica y cierta sensibilidad social relajada nos vacunan contra el wokismo, pero estamos en una situación más parecida a EE UU de lo que parece. Las grandes polémicas de nuestros «late nights» surgen de los programas de Pablo Motos e Iker Jiménez, sencillamente por ser las únicas estrellas no progresistas de la oferta televisiva. Motos cometió el pecado de entrevistar una vez a Santiago Abascal y a Iker se le afea su posición crítica con las vacunas y el hecho de que invite a tertulianos de todo el espectro político. ¿Cómo va a existir aquí un wokismo de derechas si apenas hay soldados para ese ejército y además se pasan el día defendiéndose de las campañas del progresismo? (alguna hasta pagada por el Ministerio de Igualdad).No hablemos ya del mundo del cine y las series, que en su inmensa mayoría son extensiones militantes de las ideas de nuestra izquierda política, capaz de convertir los premios Goya en una rave activista de la causa de moda.
Las persecuciones puritanas requieren de espacios sociales en los que los perseguidores sean mayoría aplastante. La derecha española casi nunca pide despidos en la Televisión Española de Pedro Sánchez, sino que sueña con privatizar el Ente o vuelca su frustración en Twitter. Sencillamente no existen tantos profesionales antiprogresistas como para hacer una parilla contraria a la actual, como tampoco existen directores y estrellas que pudieran articular una gala de los Goya de derecha. No digamos ya profesores universitarios. Hace unos meses, el doctor en Historia Carlos H. Quero denunció que había sido expulsado de un grupo de investigación en la Complutense de Madrid cuando el coordinador se enteró de que había sido escogido diputado por Vox en Málaga. No se sabe si es mayor escándalo la discriminación en sí o el hecho de que no suscitase ningún debate en los medios, que vieron en el episodio algo anecdótico o justificado.
Uno de los mejores latigazos de humor negro tras la muerte de Charlie Kirk fue decir que en España nunca hubiera ocurrido su asesinato porque a los líderes de nuestra derecha no se les permite hablar en las universidades. El chascarillo es más profundo de lo que parece por la sencilla razón de que es verdad. Escohotado acertaba al afirmar que la izquierda acusa a sus adversario de los defectos de su propia tribu. Entre la retirada de Blas Piñar y la aparición de Santiago Abascal, España ha vivido sin verdadera derecha, sin nadie que cuestionase asuntos tan centrales como el aborto, las fronteras abiertas o los privilegios de los separatistas. Lucir una bandera nacional era motivo de rechazo en muchos ambientes sociales. El trampantojo de un wokismo de derecha es solo la enésima cortina de humo para ocultar la sólida hegemonía del progresismo, que solo ahora comienza a decrecer en apoyo popular.
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