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Contracultura

La mentira del "yugo español"

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, recurrió de nuevo en su discurso a la lucha de su país contra el imperio español y su esclavismo. Los historiadores Elvira Roca Barea y Alfredo Alvar señalan su error

La espada de Simón Bolívar exhibida en Bogotá durante la toma de posesión del cargo por parte del presidente, Gustavo Petro
La espada de Simón Bolívar exhibida en Bogotá durante la toma de posesión del cargo por parte del presidente, Gustavo PetroAFP

En su visita a España, en la misma en la que se anunciaba la contribución de nuestro país de un millón de euros para la paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla, el presidente Gustavo Petro, en una peculiar muestra de diplomacia, defendía la lucha de Colombia y de toda América Latina contra «el yugo español». Una lucha esa ocurrida ya hace demasiado tiempo y una reivindicación extemporánea, como poco. «No creo que haya defensores de este tipo de yugos, que quieren que volvamos a la época de siervos y esclavos», decía, sin dejar muy claro quién, ahora, pretende volver a esa época de la que habla.

Ya antes de viajar a nuestro país aprovechaba para lanzar un discurso incendiario en el que reivindicaba el carácter libertador de su pueblo ante la opresión esclavista de hace, nada más y nada menos, doscientos años por parte del Imperio Español. Un pueblo que, según él, se levantó frente al feudalismo. «Es especialmente curioso lo del feudalismo», comenta Alfredo Alvar, escritor, historiador especializado en Historia Moderna de España y académico de la Real Academia de la Historia. «Feudalismo hay mientras hay señores y vasallos. Y eso dura hasta el Siglo XIX aquí. Pero allí no. Allí no había títulos nobiliarios. Hubo alguno, excepcionalmente, pero no hubo un régimen nobiliario como en la Península Ibérica. Allí todos eran vasallos directos del rey, cosa que aquí no. Aquí había vasallos de duques, de marqueses y de condes, de ordenes militares y de órdenes religiosas. Pero allí no había territorios de señorío. Todos, blancos, criollos e indios, eran vasallos del rey por igual».

Para Elvira Roca Barra, ensayista y escritora, autora del libro «Imperiofobia y leyenda negra», se trata de «un argumentario ridículo que les interesa seguir manteniendo. Pero, después de 200 años de independencia, ya deberían haberse hecho cargo de su independencia hace mucho tiempo. Es un argumentario muy socorrido para las élites hispanoamericanas, una mezcla de inocencia y estupidez, incapaces de explicar la realidad política, social y económica, sustraídas de asumir sus compromisos y de examinar con rigor sus fallos. Es un argumentario ridículo que impide una comprensión normalizada de la historia de cada país».

Lenguas andinas

«Lo que buscan», prosigue Alvar, «es violencia cultural. Y si la quieren se les puede dar, porque argumentos hay muchos. Llevan doscientos años de independencia, que es el mismo tiempo que el periodo de España de los Austrias. Y en doscientos años lo mismo se construye que se destruye. Pero parece ser que esos países han sido incapaces de construirse a si mismos. Y tampoco han sabido, o no han querido, aprovecharse de la organización administrativa que les dejó el Imperio Español, con unos virreinatos que, algunos de ellos, duraron trescientos años. No eran colonias: eran virreinatos. Como virreinato era el de Nápoles. Lo que pasa es que ellos destruyen la organización administrativa que lega el Imperio Español y reconstruyen en ese mosaico de pequeños países sin recursos naturales para dar satisfacción a algunas élites locales. Pero ese es su problema, España no estaba cuando se hace El Salvador, Honduras, Nicaragua…». «Se trata», prosigue, «de una provocación. Todos esos insultos, esos desprecios, no los está haciendo en lenguas andinas. Los hace en una lengua que es la española, que es su cultura. Y es muy gracioso que hable del yugo español. Uno no puede dejar de pensar en el yugo y las flechas de Isabel y Fernando y no deja de ser rocambolesco que se le haga entrega, precisamente, del collar de Isabel la Católica. Y que lo acepte. Imagino que en cuanto vuelva lo empeñará y entregará su valor a los pobres. Pero es que la izquierda es así, ese es su discurso: propagandístico hacia su parroquia. Seguramente piense así realmente, pero es que es más fácil la consigna que leer y conocer la historia. Podríamos aquí enlazar con aquello de Nuccio Ordine, “La utilidad de lo inútil ”. Para aprender hay que dedicar tiempo, pero para prestar oídos a la imbecilidad solo hace falta sentarse y escuchar».

«Es un brindis al sol», añade Roca Barea, «y con un punto ya ridículo. No habría que hacerle ni caso. Debe ser que no tienen otra cosa mejor que decir y, como ese cuento ya se lo saben, pues lo repiten. Lo que más me choca, de todos modos, es la mala educación. ¿A qué viene usted aquí? Con no atender la invitación es suficiente. Si este es un sitio que le parece tan deleznable, pues no venga usted. Este guión ya está muy visto: es hacerse el valiente ante la abuelita, allí donde saben que no pasa nada, porque ya saben que no pasa nada desde hace mil años. Pero jamás se le ocurre hacer un acto de insubordinación en el norte, que es donde lo tendría que ir a hacer. Usted si se quiere insubordinar hágalo respecto a quien manda, no a quien no manda nada».

«Es llamativo, además», tercia Alvar, «que después de tanto tiempo continúen sin asumir sus múltiples errores. Primero, la división administrativa. Y luego, por ejemplo, las matanzas que los criollos o los independizados han hecho de indios son monumentales. Las matanzas de indios patagones en Chile son espeluznantes. Hay fotografías de principios del siglo XX de alemanes con cabezas de indios cazados como si fueran animales. Eran alemanes emigrados que cobran por cada indio cazado. Pero es la leyenda negra. Ya en 1914 se escribió el que es el primer libro propiamente de leyenda negra. Lo escribió Julián Juderías, y se tituló así, Leyenda negra. Es el alma mater de todos los escritos y todos los que escribimos sobre este tema arrancamos desde ahí. Y antes ya había libros de reivindicación de España, ya se preguntaban por qué no se hizo nada contra eso. Pues no se hizo porque aquí se tenía la convicción de la razón y de que se estaba obrando bien». «Se trata», concluye, «de una gran campaña propagandística del mundo luterano sobre el mundo católico. La gana el mundo luterano, y de esa campaña se apropia la izquierda frente a lo demás, no frente a la derecha, frente a todo lo demás. Y en eso están».