Murakami, el escritor que evita que su voz se grabe
El autor nipón, que no dará discurso en la ceremonia de entrega de los Princesa de Asturias, es la antítesis de Meryl Streep, que ayer llegó a Oviedo y que demostró tener una cultura de la fama distinta
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Murakami, que ha declinado pronunciar el discurso que corresponde al galardonado con el premio de literatura, y Meryl Streep una actriz que, en un ejercicio de encantadora contradicción, aspira a la mayor discreción posible. Por la banda de las humanidades, Nuccio Ordine y Hélène Carrère D'Encausse eran los únicos que, dadas estas premisas, habrían aceptado el papel de interlocutores activos, y tendrían mucho que decir dadas las circunstancias internacionales, pero los dos han muerto. Así que este es el panorama. Así arrancan los Premios Princesa de Asturias de este año.
Si además alguien padece la rara extravagancia de que le gusten al mismo tiempo tanto la literatura como el cine, que sepa que tendrá que elegir. En una original iniciativa, y aunque existan más convocatorias en las agendas, los dos grandes actos programados para el lucimiento de Haruki Murakami y Meryl Streep se celebran el mismo día, a la misma hora, pero en dos lugares distintos. Provocador, ¿a que sí? Si alguien es un seguidor de ellos, tendrá que decidir. Uno u otro. Nada de ambos. Bien visto, resulta hasta pedagógico. Una manera de enseñar a la gente de que la vida es dura y que no se puede tener de todo. Es curioso, porque los dos, escritor y actriz, que representan dos caras totalmente opuestas de afrontar la cultura del reconocimiento, hayan coincidido en la misma edición. Murakami, que ha sido el primero en aterrizar en Oviedo, ha visto cómo la fama se convertía en un inesperado búmeran que volvía contra él mismo con el fatalismo que solo se conocen en las tragedias griegas. Al tiempo que la celebridad le concedía el prestigio, le robaba la apreciada intimidad. Es el precio de la popularidad, muchachos. Aprendedlo.
Uno pensaba que la lista de exigencias de Lou Reed convertía al cantante en un tipo excéntrico, pero desde hace unos quince años, o por ahí, el japonés lleva una adecuada progresión para alcanzarlo. Su comedido espíritu nipón ha pasado de ser elusivo a resultar directamente reservado. ¿Será este el motivo que le ha llevado a rechazar a hablar en público en la ceremonia de entrega de los Princesa de Asturias? Su invisibilidad, a pesar de que ya se encuentra aquí, fue expresada con magnífica elocuencia por un gráfico que aguardaba en la puerta para robarle una imagen: «¿Es que este hombre no almuerza?». Impagable.
Las exigencias y demandas de Murakami ya eran conocidas por sus pasos anteriores por nuestro país. Aunque circulen vídeos en Youtube y por ahí, donde aparece departiendo, a nadie se le escapa que eso pertenece al pasado. Su abierta reticencia a que le saquen fotos es legendaria, pero es que, además, últimamente, ha ido más allá y ha pedido que durante las entrevistas no se le grabe la voz, otra cosa es que lo consiga, claro. El escritor, uno de los más célebres de su país y del mundo, se ha propuesto defender el reino de la privacidad controlando cualquier difusión de imágenes sobre él en su tierra natal. Quizá esto tenga que ver con su decisión de no hablar el viernes.
Los Premios corroboran su carácter reservado. A los periodistas, para acreditarse para los actos de esta edición, tenían que firmar obligatoriamente una autorización donde se dice que el reportero está al corriente de que para difundir o reproducir en Japón imágenes de él y de todos los actos en los que interviniera, debía contar con la aprobación de sus agentes. No resulta difícil imaginar lo felices que están los informadores gráficos, ¿Verdad? En el polo opuesto está Meryl Streep, una de esas actrices tan célebres que el anonimato para ella debe consistir en firmar autógrafos sin prisa y que, curiosamente, tendrá un discurso en la ceremonia. Lo normal para una estrella de Hollywood es que se retrase, pero ella adelantó su llegada veinticuatro horas. Me gusta eso. Hay que ser original. Pero ni siquiera esta argucia logró evitar que se extendiera el rumor de que andaba por estos lares y al mediodía, una pléyade de fotógrafos y apresurados entusiastas se reunieron en la puerta del hotel. Una chica, al verla salir, le gritó: «Meryl, We Love You». Era una sola persona, pero el plural le quedaba cincelado.
La intérprete, con la profesionalidad de los que llevan encima unos cuantos photocalls, rescató una de esas sonrisas que le hemos visto en tantas ocasiones en el ancho de las pantallas y se adelantó con la seguridad de los que han recorrido unas cuantas alfombras rojas. Trance que los reporteros, que esta vez no tenían que firmar ningún papel, aprovecharon para tomar un retrato. Ella, entonces, se volvió todo celuloide y aguantó los flashes, consciente como nadie de que la inmortalidad siempre es una gran imagen. Seguro, tendrá la oportunidad de discutir este asunto con Murakami.