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30 años del último gran movimiento musical: ¿qué fue del grunge?

Este fenómeno vinculado al rock and roll tuvo grandes músicos, pero varios murieron, muchos fueron olvidados y unos pocos resisten
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La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

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El grunge lo tuvo todo: grandes músicos, un contexto social, una reivindicación, una ideología, una generación con nombre, diferentes soportes culturales, padrinos de renombre, un público masivo… Pero hoy, tres décadas después, aquello casi parece la primavera de hace mil años. Porque varios quedaron por el camino mientras otros muchos fueron olvidados. Unos pocos resisten, probablemente algunos de los más talentosos y sensatos, aunque si fuerzan la memoria pueden recordar que aquel movimiento registró un buen número de discos maravillosos y un par de clásicos.
Basta con echar un vistazo a las listas de éxitos de 1992, hace ahora 30 años, para comprobar qué había pasado con ese movimiento que comenzó marginalmente muy pocos años atrás hasta convertirse en una corriente contracultural de éxito masivo. Algo que sorprendió hasta a ellos y que, en muchos casos, también les acabó devastando. Entre los discos más populares de aquel momento estaban cosas como «Dirt» (Alice in Chains), «Core» (Stone Temple Pilots), «Dirty» (Sonic Youth), «Cracker Brand» (Cracker), «It’s a shame about Ray» (Lemonheads)… Mientras, el «Ten» de Pearl Jam y, sobre todo, el «Nevermind» de Nirvana ya eran la referencia de una nueva generación. ¿Cómo había comenzado aquella revolución y en qué se sustentó?
Grunge significa «mugre». Así llamaban los reaccionarios a la música que a finales de los 80 surgió en un lugar concreto, la lluviosa Seattle, en respuesta a cosas tan atemporales como el paro, la falta de esperanza y la necesidad de encontrar un vehículo con el que expresar diferentes frustraciones. Varios muchachos con talento se agarraban no solo al viejo punk, sino a enseñanzas musicales incluso más pretéritas (blues, The Who o Neil Young) para recuperar el valor de las guitarras furiosas y el riff en tiempos en los que la industria musical estaba sumida en el adocenamiento y la reverencia desmedida y nada exigente a los dinosaurios. En su voz había urgencia y en sus textos se apreciaba un lirismo casi asfixiante y opresor. «Nevermind», de Nirvana, lo cambió todo. Publicado en 1991, fue un bombazo y la canción «Smells like teen spirit» conquistó la MTV para llevar aquel movimiento marginado y marginal a millones de hogares en todo el mundo.
Pero no solo de música se alimentó el grunge. También contó con la adhesión de un colectivo denominado como «Generación X», gente que había crecido durante los años 70 y se había formado culturalmente durante la inacción de los 80. «Generación X» fue el título de la obra más popular del novelista canadiense Douglas Coupland, un libro que logró conectar también con muchos chavales hartos de estar hartos. De la misma forma, el grunge también vio amplificada su forma de expresión a través del celuloide con la explosión creativa del (mal) llamado «cine independiente», personificado en películas como «Drugstore Cowboy» (Gus Van Sant), «Solteros» (Cameron Crowe) o «Reality Bites» (Ben Stiller), entre muchas otras. Y, por supuesto, el movimiento también contó con una estética determinada. De la extravagancia y ganas de mostrarse originales de los años 80 se pasó a la completa austeridad (mugre) que proponían las camisas de cuadros, los vaqueros rotos, las camisetas con mensaje o las zapatillas de lona.

De garajes a arenas

En todo ese contexto crecieron bandas de tremenda electricidad, tales como Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains, Mudhoney, Sonic Youth y muchas más. Pero igualmente otras de corte más suave como Cracker o Lemonheads, quienes también reivindicaban un tipo de canción más acústica relacionada, por ejemplo, con bandas como The Byrds o tipos como Gram Parsons. Mientras tanto, viejos dinosaurios como Neil Young o Pete Townsend bendecían el advenimiento de la nueva generación y manifestaban su admiración por aquello que volvía a la base del rock and roll.
Pero pronto llegarían sucesos extraños. Aquella gente generalmente no estaba preparada para el éxito masivo. En muy poco tiempo, habían pasado de tocar en el garaje a llenar arenas. La mayoría de ellos provenía de familias desestructuradas y no sabían qué contestar cuando miles de personas les manifestaban un amor casi histérico. Mientras, las casas de discos comenzaban a forrarse con gente que apenas pedía cosas y a cambio les exigían más y más discos.
Nadie como Kurt Cobain reflejó el desencanto que trajo todo aquello. El líder de Nirvana se agarró a las inestables redes de la heroína para dejar de perseguir el rastro de sus lágrimas. Otros muchos colegas también lo hicieron en un contexto en el que la Generación X comenzaba a ver que aquellas promesas de cambio tampoco se cumplirían. Kurt Cobain murió el 5 de abril de 1994 a los 27 años de una sobredosis nacida de una profunda depresión y muchos sitúan aquello como el principio del fin del grunge.
A partir de 1996, los hechos comenzarían a desencadenarse casi sin freno. En ese año, Alice in Chains dio sus últimos y lastimosos conciertos con un Layne Staley ya en estado decrépito. Moriría en 2002. Y en mayo aparecería «Down On the Upside», el que sería el último álbum de Soundgarden. Porque sí: los grupos se peleaban y ponían fin a una bonita amistad de la forma más lamentable. Lo mismo ocurriría con Screaming Trees. Por su parte, Evan Dando, de Lemonheads, acabaría perdiendo la cabeza y la inspiración por su hedonismo. Como tantos otros.

Cansados de depresiones

El golpe de muerte llegaría desde Inglaterra y sería musical. A finales de los 90, el público ya se había cansado de los gritos de auxilio, los textos depresivos y los riffs claustrofóbicos. Las ventas de discos así lo presagiaban. El público estaba esperando lo siguiente. Y lo que llegó fue la nueva explosión del «brit-pop» personificado en dos bandas: Blur y Oasis. Era otra forma de hacer música y de vivir. Les gustaba fumar hierba, tomar pastillas y escuchar a los Beatles y los Kinks. El interés cruzó el charco y abrazó a los nuevos chicos con flequillo y amplias sudaderas.
Casi nadie sobreviviría en el viejo mundo del grunge. A nivel popular, solo están dos rostros ampliamente visibles. El primero de todos es Pearl Jam, probablemente la banda más inteligente que quedó de aquellos tiempos. Y también la más virtuosa. «No Code», de 1996, casi les cuesta la salud. Pero salieron de aquella grabación fortalecidos tras tantas tensiones. Hoy llenan estadios y su banda tiene estatus de clásica mientras sacan discos tremendamente honestos. Eddie Vedder, su líder, acaba de publicar un valorable trabajo en solitario y se codea con la aristocracia del rock. El otro nombre propio es Dave Grohl, batería de Nirvana y hoy líder de Foo Fighters. Publica buenos discos, es un gran músico y también permanece intacta su credibilidad. Son los restos de un naufragio que dejó tanta mugre, desesperanza y soledad, pero también álbumes excelentes y un par de clásicos («Nevermind» y «Ten») para la historia.
Nunca es tarde: por qué Pearl Jam fue una banda mágica
No es fácil iniciarse en la obra de Pearl Jam y comprender todo lo que les hizo mágicos. Eran las canciones, pero también la personalidad de la voz de Eddie Vedder y el respaldo de una de las últimas grandes bandas de rock and roll, unos músicos realmente sensacionales. Un buen punto de partida puede ser «Rearviewmirror», álbum de grandes éxitos publicado originalmente en 2004 y que ahora se reedita. Originalmente salió en un único formato de 4 vinilos y 2 CDs, y permaneció descatalogado durante años. Ahora ve de nuevo la luz en dos sets de dos dobles vinilo por separado. El primero, «Up Side», con las canciones más potentes, y el segundo, «Down Side», incluye los medios tiempos y canciones más suaves de la banda de Seattle.

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