Vetusta Morla, el cable y el apagón del Wanda Metropolitano
El grupo madrileño se sobrepone a la adversidad técnica que enmudeció su concierto en Madrid
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Sacaron músculo convencidos de lo que hacen, sin arrugarse, con la experiencia de una carrera artística meditada y seria. Vetusta Morla se enfrentaban al mayor de sus desafíos musicales en el Wanda Metropolitano de Madrid, adonde han llegado subiendo una larguísima escalera, partido a partido, para presentar ante unos 35.000 espectadores “Cable a tierra”, su último trabajo. Y entonces... alguien pisó el cable, maldito cable, durante la cuarta canción de su mayor concierto hasta la fecha y el sonido se cortó abruptamente.
No puede decirse que el grupo y el público no sintieran el golpe. Todavía no había anochecido y el Metropolitano mostraba algunas calvas en las gradas. Incluso empezaba a refrescar en el páramo de Las Musas. Los escasos minutos de eterno silencio enfriaban todavía más el ambiente de un estadio poco amable para la música. Nada amable. El fallo técnico pesó en los ánimos y la banda madrileña, curtida en mil batallas, trataba de sobreponerse. “Cualquier cosa que pase hoy, que nada os impida disfrutar de esta noche”, dijo Pucho, cantante de la banda, después de desconcierto, como un conjuro. Hacía falta un truco mental jedi para salir de semejante marrón.
No fue fácil olvidar el traspié, pero el discurso de Pucho devolvía, como una soga, a la tierra: “En este tiempo de pandemia hemos mirado hacia dentro. Y hemos reconectado con la amistad y el amor y la música”, dijo sobre el leit motiv de “Cable a tierra”. El disco explora el territorio de lo folclórico y tradicional llevado a su sensibilidad. Pero en el sexteto madrileño ya latía esa pulsión de la canción con aroma añejo, como demostraron con “Malditra dulzura” o “23 de junio” (interpretada en la noche del 24) en las que resuenan ecos del pasado y la tradición. Es decir, que los hallazgos de su último álbum no son impostados, ni se trata de una pose, pero en la inmensidad del Wanda algunas de sus innovaciones sonaron más cosméticas o decorativas que reales. Vetusta Morla salieron al escenario acompañados por parte de dos colectivos de música folk, Aliboria (Galicia) y El Naán (Palencia) que brillaron cuando tenían el protagonismo pero quedaban sepultados cuando la banda arrancaba. De poco servía la percusión sobre la superficie de una mesa verbenera (o tabernaria) cuando las guitarras y la batería irrumpían al unísono.
El homenaje al ritual ancestral y al folclore era significativo, sin duda, en la multitud que esperaba cómplice los himnos y los estribillos. Pero poco efectivo en su puesta en marcha. Con “Panaderas del pan duro” y “Finisterre” brillaron, pues tenían su espacio. En el resto de casos parecían más parte del decorado. Y hablando de ancestros, Pucho recordó con mucho acierto “que el lugar en el que estamos un día se llamó La Peineta”.
Para entonces, la noche cerrada había pasado la página y “Copenhague”, “Boca en la tierra”, “La vieja escuela” y “Lo que te hace grande” restañado las heridas. El sexteto había recuperado su energía y confianza, mientras la escenografía e iluminación, de mucha categoría, relanzaban la noche. Incluso se guardaban la colaboración del rapero argentino Wos durante “Consejo de sabios”. También mudaron la piel al ritmo electrónico de “Palabra es lo único que tengo” enlazada con “Te lo digo a ti”, demostrando que en casa tienen varios diccionarios.
Aún quedaban “Sálvese quien pueda” y “Valiente” a las que agarrarse si acaso bajaba la temperatura por las corrientes de aire del Metropolitano o los interludios recitados de Héctor Castrillejo, temas clásicos que brillaron indiscutiblemente (mal no es posible que les pese) sobre el resto del repertorio. “Bailando hasta el apagón”, cantaban sin ser conscientes (o siéndolo) de la ironía. Superaron la prueba, y con creces, sobreponiéndose a la adversidad técnica y mereciendo una vez más lo que han conseguido.