RE: Selvático animal

Carlos Tarque: "Hoy no haría una canción como 'Carolina' porque hay cosas que no podría decir"

El rostro y la voz de M Clan publicará en dos semanas su segundo disco en solitario y en noviembre saldrá con él de gira

Carlos Tarque, de M-Clan, inicia paréntesis en solitario
Carlos Tarque, de M-Clan, inicia paréntesis en solitariolarazon

Acaba de concluir una gira con M Clan y a finales de noviembre iniciará otra en solitario con su banda paralela, «Tarque & la Asociación del Riff», en la que presentará las canciones de su segundo disco como Carlos Tarque, que verá la luz a finales de este mes y llevará por título el escueto «Vol. 2». «Es un disco de rock muy potente», explica, «con power trío [Carlos Raya, guitarras, Coki Giménez, batería, e Iván “Chapo” González al bajo] y reivindicando el rock clásico de los setenta. Con mucho riff de guitarra, duro. Retrotrae a los M Clan del principio, aunque algo más hardrockero». Los M Clan del principio... ¿Cómo recuerda Carlos, desde la atalaya del éxito, la época en la que trataba de abrirse camino con ese grupo? «Mi recuerdo es el de una serie de amigos con una ilusión exorbitada. Ese fue nuestro gran motor. Una ilusión un poco ingenua, pero no éramos tontos. No éramos niños, había gente de 27 y 28 años, aunque yo era de los más pequeños del grupo. Ya teníamos contacto con la discográfica, DRO, les llevábamos maquetas y nos decían, “venga, seguid currando, creemos que esto promete”. Había un entusiasmo, sí, desmedido. Querías que esa fuera tu profesión y, a la vez, nos lo pasábamos de puta madre, que creo que es algo que si se puede conseguir en la profesión que vayas a elegir, mejor, porque te pondrá las cosas más fáciles. A pesar de no tener dinero y de algunos otros sinsabores, como ir a tocar para muy poca gente, los inicios de M Clan nunca fueron un sacrificio para mí. No tengo un recuerdo ingrato».

"Me halaga que me consideren la mejor voz del rock español, pero no hago mucho caso a eso"

Carlos Tarque

La popularidad rotunda, sólida, les llegó con un disco en directo, «Sin enchufe», tras tres magníficos discos de estudio, sobre todo el tercero, «Usar y tirar». Pero el nombre de una mujer, «Carolina», lo cambió todo. Pegaron tremendo pelotazo y hasta hoy, 22 años ya. «En realidad, el éxito masivo nos llegó con el disco anterior, “Usar y tirar”, y con la versión que hicimos de la Steve Miller Band [“Llamando a la tierra (Serenade)”]. Ese disco ya nos situó. En diez días éramos famosos en España. Pero es verdad que “Carolina” es la gran canción de M Clan, la que más gente conoce, y es cierto que fue como una reafirmación de lo logrado con el disco anterior, y que nos subió, como dices, un peldaño». ¿Existía en el Tarque joven esa determinación, esa ambición de querer llegar alto en la música? «Sí, sí, claro. Me asombra mirar al pasado y pensar la, como tú dices, determinación o lo claro que tenía, no ya si iba a ser o no profesional, sino que lo que realmente me hacía feliz era eso. Descubrí que me gustaba estar en el ambiente musical. No la música en sí como músico estudioso, sino el romanticismo del rock, las chicas, salir, estar en la onda, y eso fue lo que me empujó. Y cantando con grupos el ‘‘feedback’’ que me llegaba era el de que yo realmente destacaba, y eso fue un gran empujón. No tuve muchas dudas».

¿El mejor vocalista español de rock?

Tarque es considerado por la mayoría de sus colegas y de la crítica especializada como la gran voz del rock español. ¿No conlleva ese título oficioso una enorme responsabilidad? «Hay muchos cantantes y habría que ver para quién es cada uno el mejor. Puedo entender que soy un vocalista inusual en los tiempos que corren, porque soy un frontman que canta con un micrófono en la mano, como podría ser Miguel Ríos. Esa imagen de los años setenta, Jagger, Rod Stewart, Paul Rodgers, Cocker... En el rock es difícil encontrar un vocalista con un micrófono en la mano, sin instrumento. De todos modos, que digan eso de mí me halaga, claro. Me encanta y lo agradezco. Pero como no le hago mucho caso no lo considero ninguna responsabilidad». Ese título acarrea una servidumbre ineludible: todo el mundo quiere que interprete alguna de sus canciones, lo que lo convierte en un cantante sobreempleado. «Sí», ríe, «esa es la palabra exacta, sobreempleado. A veces, demasiado. Las colaboraciones, eso que antes se hacía de una manera especial y que tenía un porqué detrás, se han convertido en un estándar. Haces un disco y alguien pregunta “¿y quién colabora?”, y es que no tiene que colaborar nadie. Te escribe un tío por Instagram, que no conoces, y te pide que colabores en su disco. Claro, que ante el vicio de pedir está la virtud de no dar. Porque soy Míster Colaborador. Pero asumo que es un peaje que hay que pagar. Me encanta echar una mano y hay proyectos que digo: “Qué divertido va a ser cantar aquí”, tampoco me quejo en exceso. Simplemente, pienso que lo que antes era una excepción ya no llama la atención». ¿Y evita Tarque los excesos de antaño para mantener su preciado instrumento, la voz, en forma? «Los intento evitar», concede. «Tengo la suerte de que mi voz es bastante fuerte. Por genética, sí, y también por entrenamiento y experiencia. He cantando mucho y muy cansado y con resaca. Pero la locomotora ya no puede ir a la misma velocidad y no estamos donde hace veinte años. Aunque me cuesta mucho trabajo irme a dormir directamente después de un concierto. Necesito un poco de descompresión, pero con cabeza. Después del concierto, al hotel, y luego ya lo de irte a dormir... pues tardas un poquito más. Te tomas dos o tres cervezas. Pero evito los bares. Más allá de que tienes que estar hablando muy alto, es que ahora mismo todo el mundo tiene cámara de fotos y es un coñazo. En Madrid y Barcelona, sitios grandes, a lo mejor puedes hacer un ‘‘after show’’, pero eso de salir a quemar la noche, además de que no puedo, es que no quiero».

"Las colaboraciones se han convertido en un estándar, y yo soy Míster Colaborador"

Carlos Tarque

¿Qué opinión tiene Tarque de la corrección política actual, se lo está poniendo difícil a los artistas para expresarse libremente y plasmar sus emociones/obsesiones? «Un poco sí. Sí, sí. Está claro que los tiempos cambian, pero, ¿hasta qué punto tienes que ser políticamente correcto? Puedes no serlo. Es el eterno debate de la libertad de expresión... Yo hoy no haría una canción como “Carolina”, que hablaba de un personaje como “Lolita” [de Nabokov]. No ya por edad, sino porque hay cosas que no podría decir. Si digo “no tiene edad para hacer el amor” se me echarían encima. Ha sucedido, de hecho. Apareció un artículo sobre canciones machistas y “Carolina” estaba ahí. Y no tiene sentido, porque “Carolina” es una canción en la que el personaje, ficticio, tiene el poder. Pero bueno. En los ochenta sabías que podías decir “me gusta ser una zorra” [polémica canción del grupo femenino Vulpes que provocó la cancelación de un programa de TVE, “Caja de ritmos”], cosa que me parece de puta madre. Y ahora también se puede decir, lo que pasa es que te van a ajusticiar. Si te apetece pasar por eso, dilo, porque realmente un juez no te puede decir nada. Pero en los ochenta no es que fueran más valientes, es que no había el ajusticiamiento que hay ahora. Sí creo que en una canción no se puede decir todo lo que quieras. En el momento en el que hay una amenaza o un nombre propio… debería haber límites. Pero lo de ahora es un poco exagerado y tiene mucho que ver con las redes sociales. Porque, al final, se viraliza más la crítica negativa que la positiva».

Y CON ÉL VOLVIÓ EL HOMBRE

Por Javier Menéndez Flores

Eran tiempos de tiranía metrosexual, con las mechas cotizando altísimo entre la fauna macho y el after shave reconvertido en agua bendita para las mandíbulas cuadradas y lampiñas. Las cremas faciales consiguieron arrebatarles al fútbol y a la política el primer puesto entre los temas a debatir en la barra de cualquier bar, y todos los gimnasios eran la M-30 en hora punta. David Beckham, máxima deidad de aquel momento de culto total al envoltorio, no recordaba en nada a Juanito ni a Santillana. Más bien parecía el cantante de una banda de britpop o un surfista del balón con una manicura más lograda que la de su mujer, la chica spice de gesto desabrido. Y en ese contexto, cuando el espejo era el mejor amigo del hombre y el que más minutos le robaba, irrumpió Carlos Tarque como la ráfaga de una ametralladora. Sin pose, sin maquillajes, con su rotunda masculinidad y su garganta de oro por todo currículum. Cada vez que pisaba un escenario, con esa cabeza de micrófono y la mirada honda, era una suerte de anacronismo con patas. Aquel «hombre» parecía recién llegado de la década de los años setenta, como si acabara de bajarse de una máquina del tiempo. Y en el instante en el que abría la boca y dejaba salir la primera nota –el primer rugido–, en tu cabeza se activaba una catarata de imágenes: la cubierta del «Sticky fingers» de los Stones, con aquel paquete retador que resultó no ser el de Joe Dallesandro; el Elvis crepuscular –el mejor de todos– con su traje blanco de superhéroe, y Clint Eastwood diciendo aquello de «alégrame el día». Tipos tan duros como una convención de aceros.

Pero en todas las historias hay un principio, y en esta tenemos a un niño que cambiaba de domicilio más que de zapatillas deportivas y lo tenía crudo para hacer amigos, por lo que encontró en las voces que emitía la radio su sitio de recreo. Y sonaba aquel Serrat guaperas que les agrietaba el alma a sus tías, aquellas chicas tan jipis y tan libertarias. Y el Julio Iglesias ineludible, porque entonces era el hilo musical del mundo. Y los boleros inflamados de amor hecho pedazos que tanto le gustaban a mamá.

Y cuando un día el televisor le regaló a aquella panda de chiflados que tenían un nombre extrañísimo, AC/DC, el corazón casi le sale disparado por la boca. Y en Bon Scott vio a un demonio pero también a un hermano, y aquello, aunque entonces no lo supiera, fue el comienzo de todo.

Qué pobres éramos

Qué risas las de los primeros años de M Clan (¿te acuerdas, Carlos?). Qué pobres éramos y qué público más raquítico teníamos. Pero íbamos ciegos de ese entusiasmo único que dan la salud y el hambre. No el hambre de comer, sino el de llegar lo más arriba posible. Y empezasteis a remar como si os persiguiera un ejército de tiburones. Y resultó que las cosas de usar y tirar encerraban el tesoro de las luces de neón y los aplausos ensordecedores. Y Maggie y Carolina, tan distintas y tan una, remataron aquel traje con el mejor de los hilos.

Carlos puede encontrarse en California o en Nueva York, en Londres o en Madrid, pero si suena «Killing my softly with his song» vuelve en una milésima de segundo a Chile y está con su madre en algún sitio que no logra precisar (quizá la consulta de un médico). Y nota cómo una mano invisible se posa en su nuca igual que si un águila acabara de aterrizar en ella y que alguien baila un twist en su estómago.

La voz con la que el ángel más bello se plantó ante el jefe supremo no debía de ser muy distinta de la de Carlos Tarque en el Wizink, gritando que tiene miedo de volver a los infiernos y a tenerla que olvidar.