Música
Isabel Pantoja y todas las Maris: la copla es resistencia
En su ensayo «Pasión y deseo» Roy del Postigo disloca el género, denostado por conservador y arcaico, y lo reinterpreta como expresión de la diversidad
Durante los años inmediatos a la recuperación de la democracia en España, la copla era percibida como una expresión arcaica, conservadora y melodramática, como una suerte de «opio del pueblo» que sedaba por igual a clases pudientes y humildes. Toda la historiografía de izquierdas y los análisis culturales, quizá con la salvedad de Manuel Vázquez Montalbán, la consideraban un vehículo de valores represivos y una forma de querer antigua y tóxica del tipo «la maté porque era mía». Asociada, además, con el franquismo y el festival privado para el dictador cada 18 de julio en La Granja. Con el paso de los años, la copla fue siendo reinterpretada y, de Carlos Cano a Martirio, rehabilitada, pero, a medida que nos aproximábamos al final de siglo, su valor raramente ha sido apreciado más allá de las fronteras de Andalucía. Con el nuevo milenio, artistas como Diana Navarro, Pastora Soler, India Martínez o Concha Buika se han acercado al género sin complejos, apreciando sus truculencias y claroscuros, su lírica a veces herida, otras, altanera. Sin embargo, nadie ha ido tan lejos y tan profundo en la relectura simbólica y comunal de la copla como Roy del Postigo, especialista en arte contemporáneo y autor del libro «Pasión y deseo» (Dos Bigotes), que observa en la tradición propia andaluza un folclore liberador y mutante.
En su volumen, Roy Postigo López (Marbella, 2001) se acerca con la mirada limpia a un fenómeno que, en Andalucía, se sirve en transistores de la infancia y en la televisión autonómica como un fenómeno cultural transversal. Hablamos, claro, de «Se llama copla» (Canal Sur), ese programa que ha hecho las delicias de varias generaciones frente a la pantalla (con o sin figurita de faralaes adyacente) y que permitió a los nietos conocer mejor a sus abuelas, estrechar lazos en torno a la mesa camilla. Y es que, mirada bien de cerca y con ojos nuevos, la copla devuelve mucho más de lo que parece: letras insumisas, folclóricas poderosas, mantones y batas de cola, Vírgenes y transformistas tejen un universo en el que se identifica un concepto clave según Roy del Postigo, un catalizador de esos sentimientos. Les presentamos, acuñado por el ensayista, la denominada «sensibilidad Mari». Mari, claro, de María, de las miles de Marías que son abuelas y madres atrapadas en vidas por debajo de sus expectativas y entregadas a los cuidados, pero fundamentales para transmitir el folclore. También, por supuesto, de las Marías de los altares, de las vírgenes que procesionan (y las que no) y sirven de alimento espiritual, de esas tallas que se llevan en la cartera y en el cuello del extremo de una cadenita y que reciben besos y devuelven confianza. Y, por supuesto, Mari de mariquita, o, si lo decimos más finamente, persona «no normativa». Y es que, como Roy del Postigo asegura, ha llegado el momento de hacer la relectura «queer» del folclore andaluz. «La raíz de Mari unía muchas disidencias –concede el autor del ensayo–. Lo Mari es una sensibilidad, una manera de ver la vida y de entender las manifestaciones culturales que tiene en cuenta muchas identidades que quedaban en los márgenes y donde cabe lo gitano, la negritud, la diversidad andaluza».
Imágenes de resiliencia
De esta manera, Postigo establece una especie de analogía entre las tonadilleras, las cantaoras y sus transformistas, que pueden ser percibidas de manera similar a las vírgenes, como símbolos de resiliencia. Postigo es consciente que esto tiene algo de alegórico y algo de provocador. «Este libro es un ejercicio de memoria. Para construir el presente y arribar al futuro. Porque hay que ver en la Esmeralda de Sevilla (una famosa transformista y humorista llamada Alfonso Gamero Cruces) una transmisora de la copla, pero ¿hasta qué punto una abuela andaluza no es una transformista de Juanita Reina?», se pregunta. Atravesando el tiempo, Isabel Pantoja ofrece un amplio abanico de temas que pueden pasar desapercibidos. «Detrás de ella estaba Rafael de León y otros básicos para la cultura homosexual. Y sus deseos homoeróticos se hacen más presentes que en las de Concha Piquer, por la simple razón de que la censura franquista no era la de los años 80. ‘‘Que la gente no se entere’’, por ejemplo, es una copla suya de los 80 que me encanta y que podía hacerse entonces porque ya Alaska estaba haciendo ‘‘A quién le importa’’. Y eso nos enlaza con un elemento fundamental, que es la Virgen del Rocío, un icono de la cultura andaluza que dicen que es católica, pero tiene la semblanza de una diosa oriental, de algo que va más allá del catolicismo. La Romería en torno a la Virgen del Rocío es, por cierto, un lugar en el que tradicionalmente esos cuerpos disidentes tenían un pequeño espacio de protagonismo, aunque fuera pactado por las élites y solo en ese momento. Pero ha sido así», explica Postigo.
En la tesis de su ensayo está «cómo las cantaoras, las tonadilleras y las transformistas pueden ser apreciadas de una manera similar a como se ven a las vírgenes, porque todos estos iconos forman parte de esas herramientas de resiliencia que, en los distintos márgenes, hemos tomado desde la proximidad». Postigo se pronuncia al respecto del poder atávico de tallas como la de la Macarena, tomada como algo sagrado que encarna la divinidad misma y que provoca encendidos debates como el que se vivió con la restauración que alteró su «mirada». «Es el paradigma de la diva folclórica en la era de la reproductibilidad técnica. Ahí no puedo desligarme de mi faceta como historiador del arte –sonríe–. Es fundamental entenderla así. Hay una sevillana de Pareja Obregón que cantaba Rocío Jurado que dice ‘‘según como tú la mires, te mira la Macarena’’. Y eso es subversivo, porque la letra dice que ella actúa como espejo en el que tú proyectas lo que quieras. Y aunque sea una talla del siglo XVII, no está terminada hasta que tú la miras, lo mismo que sucede con una copla de Juanita Reina. Eso es muy poderoso», explica Postigo. Se trata de un símbolo trasversal. «La gente quiere a ‘‘su’’ Macarena, cada uno la tenemos a nuestra manera. Mi libro vive de una investigación a pie de calle, de bar, de paso. He visto a la Macarena en tatuajes, vestida de flamenca. La he visto con la cara de Cristina La Veneno. Y ese frenesí siempre está, lo que pasa es que se despertó hace poco por lo qué pasó fuera de la Semana Santa, a finales de junio. Lo que hace la sensibilidad Mari es que las abraza y contextualiza». Vírgenes, en muchos casos, vinculadas a barrios de clase trabajadora, como recuerda Postigo.
Y ahí está el último gran símbolo de la sensibilidad Mari, la Pantoja: «Es interesante. De entrada, siendo una figura desgastada que ha pasado por prisión. Todo lo que ocurrió en los días de la Operación Malaya, que le tiraron del pelo y se desmayó en la puerta del juzgado en una sucesión de imágenes grotescas... creo que hay que analizarlo. Años antes de que pusiera un pie en Marbella sacó “Que se busquen a otra” en 1992 por la persecución mediática tan grande que estaba sufriendo en un álbum que era “Corazón herido”. Esa retórica en torno a la diva, en los márgenes de la comunidad LGTBI, algunos lo tomamos como un impulso, como un ejemplo de resiliencia». Hacia una nueva manera de entender la copla.
Al rescate de lo andaluz
►«Se puede hablar de lo andaluz pero no de la postal –dice Postigo–. No hay que renegar de ella, está interiorizada, pero hay que deconstruirla, como Ocaña, Nazario, Martirio y La Pantoja. Ella sacó las batas de cola en los años 70 cuando ya no se llevaban», recuerda el ensayista, que admite que «hay un alegato en pro de lo andaluz y de lo mío, de mi tierra». «¿Quién cantaba las coplas de Isabel Pantoja o Rocío Jurado en los 70 y 80? La gente del pueblo. Las transformistas de los pueblos y los barrios. Y eso es importante rescatarlo. Es el legado que nos toca. He querido darle voz al área de Torremolinos y la costa de Málaga, no solo a Sevilla, porque lo andaluz es tremendamente diverso. Me deshago con la importancia de Juanita Reina o la Macarena en Sevilla. Hay que deslocalizar el foco de lo andaluz», defiende el ensayista.