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Jaime Urrutia: "El arte debería ser totalmente libre"

Vuelve al ruedo con la ilusión del primer día e inmerso en un proceso de creación lento, constante pero sin prisa; además, reconoce que el descanso le ha sentado de maravilla: "Sé que no soy simpático, soy muy serio"
Jaime Urrutia: «Me gustaría pintar como Velázquez»larazon

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Tras una temporada de parón voluntario, el gran Jaime Urrutia vuelve al ruedo con las ganas e ilusión del primer día. Inmerso en el proceso de creación del nuevo trabajo, constante pero sin prisa, reconoce que el descanso le ha sentado de miedo. Alejado del trajín y del foco mediático, al que tampoco ha sido demasiado aficionado nunca, se encuentra ilusionado con su vuelta. Y se le nota. «El parón me ha sentado fenomenal», reconoce. «Durante la pandemia me pareció oportuno apartarme un poco del mundillo y olvidarme un poco. Me dediqué a estar en casa, tranquilamente, leyendo mucho, viendo pelis, escuchando música y, sobre todo, descansando. Lo necesitaba, porque estaba ya cansadete. Pero después, ya con ánimos, decidí que era el momento de mi vuelta».
Y, con ocho canciones ya bastante acabadas y el disco en preparación, parece que será muy pronto. «Estoy tranquilo y creando, no tengo ninguna prisa», afirma. «El próximo paso será ya meterme con el grupo y empezar a ensayar. Después de esta temporada fuera del ambiente, me hace mucha ilusión».
Y si a él le hace ilusión, mucha más es la que le hace a su público, uno fiel que le quiere y le respeta, etapa tras etapa. Pues lleva Urrutia subido a un escenario más de cuarenta años. «Mantenerse es muy jodido en este mundillo», reconoce, «pero yo no estoy muy obsesionado con eso. Sé en qué estoy metido y cómo es esto, y a mí, en realidad, lo que me satisface es hacer buenas canciones, con eso me quedo a gusto. Es lo que he hecho toda mi vida: he aceptado cada etapa de mi carrera tal y como se ha presentado. Una carrera es como la vida misma, con sus momentos álgidos y sus bajadas».
Y Jaime ha transitado por unas y otras estoicamente, fiel a sí mismo. «Yo empecé mi carrera en solitario justo después de la separación de Gabinete Caligari, que fue en el año 99. Con el grupo me llevaba bien y estaba contento, pero llevábamos juntos 28 años y la última etapa ya fue de bajón total. A mí me apetecía investigar y volar solo, así que en 2003 lancé mi primer disco en solitario, como Jaime Urrutia, y estuvo muy bien, tuvo bastante repercusión. Eso me dio ánimos para seguir adelante, porque suponía un reto para mí. Yo estoy muy conforme con mi carrera, muy orgulloso. Pero este es un mundillo con muchos altibajos».
Tantos años dedicado a la música dan para mucho. También para ver pasar ante tus ojos grandes cambios. «El cambio ha sido total, sobre todo en lo tecnológico», explica. «En los ochenta y noventa, cuando “El calor del amor en un bar”, “La culpa fue del cha-cha-cha” y “Camino Soria”, no había internet. Eso ha cambiado la música de manera brutal, desde la forma de hacer la música a la relación con el público. Antes eran Los 40 Principales, la radio y la prensa. Pero de pronto el cambio es enorme y ahora están ahí las redes sociales o Spotify, o Shazam. Yo ando muy perdido con todo eso, lo reconozco, pero es imprescindible hoy en día para todo».
Y el público. No solo ha cambiado la forma de relacionarse con él para el artista, sino sus gustos; y eso se nota: «Es muy normal que la gente joven tenga su nueva música. Yo intento aproximarme, que me guste, y hay cosas que me gustan, pero reconozco que me cuesta. Pero cuando yo era pequeño y me gustaban los Beatles, mi padre no los podía ni ver. Yo tengo ya un gusto bastante definido, lo mío es el rock de toda la vida, es lo que me gusta. Y es en ese estilo, que es el mío, en el que se enmarca también mi nuevo disco. Hay alguna canción que quizá no tiene tanto que ver, porque me dejo llevar a la hora de componer, pero es la línea que me gusta y en la que me siento cómodo».
Pero debe ser emocionante saber que algunas de las canciones compuestas por uno hace tanto siguen sonando y son coreadas por las nuevas generaciones aún hoy: «Es un verdadero orgullo que la gente siga cantando esas canciones», admite. «Es muy emocionante que sigan sonando. Hay veces que escucho alguna de esas canciones y, aunque soy bastante modesto, es una sensación preciosa sentir que eso ha salido de ti. “Camino Soria” es del año 87, y sigue ahí. Y cuando ves que gente joven va a tus conciertos, y canta esas canciones y se las sabe... Es increíble».
Aun así, no es Jaime Urrutia muy dado a la nostalgia. «No me recreo mucho en el pasado. Creo que cada música refleja una época y mi música con Gabinete Caligari es la música de aquel momento, pero ahora estoy mucho más concentrado en esta nueva etapa». Una, marcada por un exceso de corrección política y una cierta cultura de la cancelación que ya ha afectado a muchos de nuestros artistas. Y que, sin embargo, no preocupa en exceso al compositor, aunque le ha hecho más prudente: «Procuro no pensarlo mucho a la hora de componer», dice, «pero, inconscientemente, creo que no dejo de tenerlo en cuenta, me he vuelto más prudente. Creo que lo hacemos todos hoy en día. Estás, sin quererlo, condicionado por eso. Pero lo suyo es olvidarlo, no puedes ponerte trabas a ti mismo. El arte debería ser totalmente libre, aunque hoy parezca inevitable cortarse. Y el rock siempre ha sido malhablado y transgresor. Cuando yo empezaba con Gabinete Caligari, en la famosa Movida, estábamos orgullosos de ser rockeros y de poder hacer canciones diciendo las cosas que decíamos. Incluso hicimos una canción que se llamaba “Olor a carne quemada” dedicada a la silla eléctrica, que ahora mismo sería bastante violento y transgresor. Pero yo estoy muy orgulloso de todo lo que he hecho. En cada etapa el cuerpo te pide cantarle a unas cosas. Pero a veces sí he pensado que, si ahora cogieran, por ejemplo, la letra de “La culpa fue del cha-cha-cha”, ahora mismo sonaría un poco rara. Ahora mismo podría sonar bastante punki ese “Saliste a la arena del night club y yo te recibí con mi quite mejor, estabas sudadita pues era una noche que hacía calor. Te invité a una copita y tú me endosaste el primer revolcón”. Pero en aquella época era normal. Es la ley de los tiempos. Pero yo estoy muy orgulloso de haber dicho todo lo que he dicho y no me arrepiento de nada. Cada época tiene su lenguaje y, bueno, pues ahora se ven de manera diferente».
Pero, más allá de todo eso, a Urrutia lo que le importa es la música. «A mí me interesa la música, mis canciones. Con eso me conformo», cuenta. «Yo soy muy consciente de que me vendo fatal, lo importante es que eso no me limite. Para mí, lo importante son mis canciones. Si encima funcionan, y se venden, y el público las quiere, pues de puta madre. Con Gabinete Caligari ya nos pasaba, que no dábamos la imagen de simpáticos. Porque nunca lo fuimos. Y yo, en mi carrera en solitario, soy igual. Sé que no soy simpático, soy muy serio. Pero me siento muy querido por mi público, sea este más grande o más pequeño. Y eso es lo más bonito que hay».
Un tipo muy serio que, sin embargo, se tomó con envidiable buen humor aquella famosísima imitación de Martes y Trece: «A mí, personalmente, me encantó. Imagínate, yo estaba cenando una Nochevieja con mi familia y me lo vi de pronto. Y luego salí de marcha y al volver en el metro todo el mundo lo había visto. Yo me lo tomé con mucho sentido del humor, pero mis excompañeros pensaron que nos podía perjudicar. A mí me pareció muy simpático. En una carrera te pasa de todo y eso es algo anecdótico. Fue cojonudo que nos imitaran».

Como una lanza

Por Javier Menéndez Flores
Siempre estuvo ahí esa verticalidad casi cinematográfica. Esa cosa torera, arrogante, chulesca. Ese estar en el mundo como una lanza. Carácter y gallardía, rubriquémoslo así. Los rasgos más significativos de quien, igual de temeroso que cualquier otro mortal ante la bola de fuego que la vida nos arroja a diario, decide huir hacia delante ofreciendo el pecho y levantando, displicente, un lado de la boca. Para que el puñetazo, de llegar, sea más soportable. Y en las fotos posaba, y aún lo hace, circunspecto, grave. Cabreado, incluso. Porque para enseñar los piños ya teníamos a Julio Iglesias desde Indian Creek, zona noble de Miami.
Si ha habido un Luis Miguel Dominguín en el pop/rock español, un matador electrificado, ese no ha sido su hijo Miguel Bosé sino Jaime Urrutia, que agarraba la guitarra como si fuera una muleta. Pero si aquel genio del marketing era un géiser de vanidad y se proclamaba el número uno con el dedo erguido, Urrutia se hizo fuerte en la pose silente y a la vez estruendosa del que no necesita abrir la boca para hacerse oír.
Gabinete Caligari, que emergió de las oscuras aguas del post/punk para acabar acuñando un sonido personalísimo, fue una caja de bombones rellenos de bourbon. Chocolate puro y licor de alta graduación cuyo sabor persiste en nuestros corazones: «Cuatro Rosas», «Al calor del amor en un bar», «Camino Soria», «La sangre de tu tristeza», «La culpa fue del cha-cha-cha». Hablo de cuando Madrid fue invadido por una primavera exageradísima, más tarde denominada Movida, que obligó a quienes la conocieron a lanzarse a la vida y agarrarla con ambas manos, muy fuerte. A sentirla como si fuese algo sólido. Como cuando tocas, por fin, el cuerpo largo tiempo deseado.
La noche, entonces, te regalaba unos amigos de lealtad indestructible llamados bares. Y al día siguiente, a las cinco de la tarde en punto, con la resaca como inevitable compañera, la plaza de Las Ventas, con su promesa de sangre y épica, te trasladaba a otra dimensión. Allí donde los del tendido siete jugaban a ser el Oráculo de Delfos y Joaquín Vidal esculpía alejandrinos bajo un cielo cuyas nubes dibujaban la silueta atroz de una guadaña.
Pero los números rojos consiguieron acceder al paraíso y Urrutia optó por saltar a la arena sin más compañía que la de sus canciones. Pues si alguien tenía patente de corso para reivindicarse, para ondear su nombre completo, ese era él. Y fue después un muchacho eléctrico que se propuso muy en serio conquistar ritmos nuevos. Y Joy Eslava certificó que el pasado y el presente pueden entenderse, y si no que se lo pregunten a quienes levitaron aquella noche en la que aún no ha amanecido y no amanecerá jamás.
Lo que sí está escrito tiene nombres para enmarcar: Poch, Eduardo Benavente, Camarón, Rolling Stones, Lou Reed, los Clash, Dylan, Ramones, Elvis. El Olimpo, ya saben, está poblado de múltiples dioses. Y en esas tardes en las que, tras una generosa comida con los amigos, el sueño lo aborda como un tren descarrilado, Jaime se ve formando parte de ese eximio club. Porque quién dice que una camisa con chorreras no puede estar tejida con el hilo de la capa de Superman. Y hoy, mientras la vida sigue como una pelota en movimiento, él y sus Corsarios saben qué notas deben tocar para que unas miles de personas alcen el vuelo sin moverse del sitio.
Vamos, Janis, vente a Madrid, corre. Aquí te esperan cuatro rosas que excitan la sangre igual que esa carne desguarnecida a la que apuntan unos ojos sedientos. Como la furia de quienes crecieron con tu voz superdotada y tu historia tan triste. Y es tristeza poderosa lo que burbujea en las canciones mejores de GC y Urrutia. Un catálogo de todos los adioses que caben en el hatillo trotamundos de un músico integral que aún tiene emociones que dispensar.