Literatura y música: así se escucha una novela
Cada vez más escritores encuentran en el misterioso y abstracto universo sonoro el material para sus historias: algunas, incluso, imitan partituras


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Nacieron como dos artes mellizas. Desde sus inicios, la literatura está unida a la música, pues la lírica no es otra cosa que el verso recitado sobre el sonido de las cuerdas vibrantes de una lira, el instrumento de los bardos de la antigüedad. Sin embargo, con el tiempo, estas dos disciplinas se emanciparon para dar lugar a dos tradiciones que se miraban desde lejos, de vez en cuando guiñándose un ojo desde la distancia, pero en demasiadas ocasiones ajenas una de la otra. Ambas dieron lugar a obras cumbre de la humanidad y ahora, en tiempos de posmodernidad, la literatura busca nuevos caminos en los grandes misterios de la música: novelas que husmean respuestas al desconcierto existencial en sinfonías, como si estas guardasen el secreto de un orden oculto que permitan comprender el mundo, o que erigen en el pop y el rock una nueva educación sentimental. Personajes que hallan el consuelo (o la obsesión, incluso las razones para cometer un asesinato) en los enigmas de una canción. «Están apareciendo muchas novelas que beben de la música y que son la prueba de que la música es una tendencia en la literatura contemporánea», constata Rodrigo Guijarro, doctor en Estudios Literarios por la Universidad Complutense y profesor de la Universidad de Oviedo.
El gran Bach
«Aunque a estas alturas ya nada es nuevo, la influencia de la música ha ganado peso y cada vez hay más obras inspiradas en ella, porque todas las artes están conectadas», dice este experto, que en su libro «Surcos sonoros» (Cátedra) apunta a un fenómeno llamativo: «Hay textos literarios que reproducen patrones, técnicas o estructuras de la música, que modulan la acción y la trama en función de los movimientos que tienen grandes obras sinfónicas». Casos como la «Sinfonía napoleónica», de Anthony Burgess, que toma la «Heroica», la «Tercera» de Beethoven como el molde para narrar los muy dramáticos acontecimientos de la vida del emperador corso. También «Contrapunto», de Aldous Huxley, que imita partituras de grandes compositores en el desarrollo de sus capítulos, y, por supuesto, la casi quincena de títulos que toman las «Variaciones Goldberg» de Bach como punto de partida, guion o telón de fondo de diferentes argumentos. Y es que el compositor alemán, es, casi sin discusión, el más literariamente inspirador de la historia, por delante de Mozart o Beethoven. «Quizá es porque se convierte en una representación de todo lo que puede hacer la música, como padre de la composición contemporánea o de los últimos siglos. No sé por qué resulta tan fascinante, el caso es que es así. Él juega un papel de metonimia, de figura simbólica del todo», explica este profesor, que cita una frase del escritor argentino Luis Sagasti que dice: «No sé si Bach es una prueba de la existencia de Dios o Dios es una prueba de la existencia de Bach». Sin embargo, hay algo de su manera de componer que resulta apabullante. Porque uno de los elementos que atraen a los escritores de la música es ese componente mistérico, insondable. Como una especie de código no revelado. Asuntos esotéricos como la música de las esferas, una teoría que se remonta nada menos que a Pitágoras y que proclama que el universo se ordena siguiendo unos patrones musicales y matemáticos. «Es una idea que es falsa, pero que sigue interesando e inspirando», reconoce Guijarro, que menciona casos como los libros «Orfeo», de Richard Powers, o «La música invisible», de Stefano Russomano. Historias que buscan una trama oculta del mundo, una llave de acceso a un conocimiento impenetrable, un guion para la eternidad. Otros casos notables serían «Una ofrenda musical», del anteriormente citado Sagasti; «Después de la luz», de Benjamín Labatut; «El absoluto», de Daniel Guebel, y «La música del mundo», de Andrés Ibáñez, glosadas en el volumen de Rodrigo Guijarro como ejemplos en los que se puede escuchar al cosmos y a la materia al son de una progresión de notas. Porque, como decíamos, la teoría de las esferas había sido desechada, pero entonces llegó la ciencia para añadir un interrogante: los últimos hallazgos de los físicos traen una melodía inesperada, como resume el divulgador Michio Kaku: «Las partículas subatómicas que vemos en la naturaleza, como los cuarks o los electrones, no son más que notas musicales en una minúscula cuerda vibrante». Aunque este fundamento de la famosa teoría de cuerdas no está demostrado científicamente, como hipótesis nos devuelve a la tesis pitagórica de hace más de dos mil años y abre una puerta que nos deja sonriendo: si esto es así, nosotros mismos estamos formados por un número imposible de reproducir aquí de filamentos que vibran. Y ya sabemos que todo lo que vibra produce un sonido. Aunque no podamos escucharlo.
Sin embargo, sin ponernos en este tono entre metafísico y científico, la música influye a la novela (que es de lo que estábamos hablando) de otras maneras. El pop y el rock abren caminos en la literatura en todas las tradiciones europeas, como ponen de manifiesto títulos como «El tiempo es un canalla», de Jennifer Egan (la autora estadounidense ganó el Pulitzer con esta historia); «El invierno del descontento», del francés Thomas B. Reverdy; «Alta fidelidad», «31 Songs» y muchas otras del británico Nick Hornby; «Grandes éxitos», del español Antonio Orejudo, o «Historia argentina», de Rodrigo Fresán, son algunos de los títulos analizados por Guijarro. Aunque existen numerosas novelas que toman el ámbito musical como materia narrativa, las mencionadas van más allá: la influencia del pop se filtra en los novelistas como un modo de vivencia en sí mismo. Al contrario que los grandes desarrollos de las composiciones clásicas, la música pop se presenta en una sucesión de cortes que no tienen por qué estar relacionados entre sí y que incluso pueden mezclar autores en forma de «jukebox». Las vidas de la literatura, como los discos, pueden tener cara A y B y en otras ocasiones se produce el repaso de una vida a través de los momentos estelares de una colección de «singles». El pop ha reestructurado la manera de percibir los acontecimientos con su poder narrativo instantáneo. «Me atrevo a pronosticar que en los próximos 30 años habrá muchos más casos –sostiene el experto–. Es curioso, cómo siendo la música algo tan presente en la vida de todos nosotros, que juega un papel en la vida de todos los seres humanos, parece que nos da miedo meternos a analizarla o hablar de ella. Pero eso va a cambiar». Lo leeremos.
Con música se asesina mejor
Uno de los géneros literarios que más se ha acercado a la música es el más popular de todos, el comercialmente más exitoso: la novela negra. Rodrigo Guijarro enumera una larga lista de títulos desde la pionera «La sinfonía del crimen» (Amelia Reynolds Long), los casos son diversos: de ser apenas un «macguffin» metafísico o un adorno de personajes como Kurt Wallander (aficionado a la ópera) y Sherlock Holmes (era un violinista frustrado), la lista de las novelas policiacas que suman un ingrediente musical es interminable. «Hay títulos en los que resolver el crimen es desentrañar el misterio de una partitura, de manera que al final no se trata solo del juego de ver quién es el asesino, sino de cuestiones como la idea del todo y del absoluto», explica Guijarro. Porque siempre es mejor asesinar con una buena melodía.