Una superdimensionada 'Tercera' de Mahler con Dudamel
Ya habíamos perdido la costumbre de los conciertos a las 22:30, pero Ibermúsica no tuvo más remedio que acudir a ese horario


Madrid Creada:
Última actualización:
«Tercera sinfonía», de Mahler. Mezzo: Marianne Crebassa. Coro de la Comunidad de Madrid y Pequeños Cantores de la ORCAM. Orquesta Sinfónica Simón Bolivar. Director: Gutavo Dudamel. Ibermúsica. Aud. Nacional, Madrid, 25-I-2025.
Al datar la ficha me entraron dudas de qué día poner, pues el concierto empezó el 25 y terminó el 26. Ya habíamos perdido la costumbre de los conciertos a las 22:30, pero Ibermúsica no tuvo más remedio que acudir a ese horario ya que justo 45 minutos antes terminaba el de la OCNE, a pesar de programarse una obra tan monumental y no fácil para el gran público como es la «Tercera» de Mahler.
Mahler escribió a Sibelius que una sinfonía «debe ser como el mundo: debe abarcarlo todo». Y esa es su «Tercera sinfonía», la más larga de todas y quizá también la más ambiciosa. Estamos ante una obra de contrastes, colores y pasiones desde el inicio del «Pan despierta», con las habitualmente 8 trompas –aquí 9, si no conté mal–, hasta el maravilloso final «Lo que nos cuenta el amor», del que se ha considerado, no sin razón, como el mayor adagio desde Beethoven. Y, no en vano, Mahler toma un tema beethoveniano para variar sobre él. Es una obra para ser escuchada muy descansado, no en el horario programado.
Un joven Arnold Schoenberg escribió a Mahler que la sinfonía le había revelado «un ser humano, un drama, la verdad, ¡la verdad más despiadada!». Dudamel recorre el mundo con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la mezzo Marianne Crebassa y coros locales con esta «Tercera» que conoce muy bien, pues lleva años dirigiéndola.
En el Auditorio Nacional, exagerando un poco para describir la nutridísima orquesta presente, casi había tanta gente en el escenario como en la sala. A riesgo de contar mal, 9 trompas, 5 trompetas, 5 clarinetes, 8 contrabajos... Una plantilla enorme que es difícil de manejar y de evitar el «estruendo».
Hay que saber combinar los sonidos pastorales, la marcha militar, los toques de música folclórica, los solos de una trompa distante o, por resumir, ese collage sonoro que es «El verano entra» y, para colmo, lograr los necesarios pianísimos sobrecogedores antes de que el coro de niños imite el sonido de las campanas.
Dudamel conoce tan bien la partitura que la dirige de memoria. Elige unos tempos vivos, quizá demasiado vivos, con un notable frenesí, lo que junto a la masa orquestal corre el peligro de acentuar la superficialidad en perjuicio de la profundidad. Así al minueto del segundo movimiento le sobró rigidez. El estruendo de platillos, los timbales, en general toda la percusión, admirable por otra parte, casi fueron ensordecedores... Un contraste con la forma suave y fresca en que Marianne Crebassa cantó «O Mensch!», más como mezzo que como contralto. Cumplieron las huestes de la ORCAM.
Al final, cómo no, ovaciones junto a desbandada por la hora. Uno guarda en sus recuerdos la lectura de Abbado con Jessye Norman en Londres hace muchos años. Otro mundo.