Sección patrocinada por sección patrocinada

12 de octubre

¿Por qué la izquierda odia España y la hispanidad?

Nuestro país cuenta con el progresismo más antinacional de Occidente. Y la principal perdedora es la propia izquierda, que limita brutalmente sus apoyos electorales odiando una bandera, un país y una cultura

Estrasburgo condena a España por vulnerar la libertad de un sindicalista que incitó a quemar la bandera nacional
Imagen de archivo de la bandera de EspañaEuropa Press

Si la libertad de una nación se midiera por la tolerancia que demuestra con quienes la odian, España sería la democracia más perfecta del planeta. El primer ejemplo que se viene a la cabeza es Gerardo Pisarello (Tucumán, Argentina, 1970), un inmigrante nacionalizado español, alto cargo en Podemos/Los Comunes, cuyo objetivo vital parece consistir en exhibir lo más posible su odio hacia el país que le acoge.

Pisarello se hizo célebre en septiembre de 2015 durante la inauguración de unas fiestas de la Merced en Barcelona, por una imagen donde aparecía intentando arrancar una bandera de España de las manos de Alberto Fernández Díaz, líder del Partido Popular catalán. El activista tucumano se lanzó al forcejeo porque encontraba intolerable que el político conservador hubiese actuado para que la bandera nacional tuviera su puesto en el balcón del ayuntamiento de Barcelona, junto con la catalana y la de la ciudad.

No se crean que Pisarello, doctor en Derecho Constitucional, había tenido un mal día: cuando le nombraron secretario primero de la Mesa de la Cámara Baja en el Parlamento español, lo primero que hizo al tomar posesión de su despacho fue retirar la rojigualda. El político podemita se activa especialmente dos días al año: el de la Constitución y el de la Hispanidad, repartiendo discursos y artículos rebosantes de bilis antiespañola y poniéndose siempre del lado de los enemigos del país.

Invertir la mirada clásica

Un ejemplo extraído de uno de sus artículos en prensa: «La ultraderecha ha intentado presentar su proyecto como una rebelión frente a lo que despectivamente llaman el “consenso progre” y el “globalismo” (léase, los derechos humanos reconocidos en decenas de tratados y cartas internacionales). Con este trasfondo, ha decidido invertir la mirada crítica clásica y presentar el 12 de octubre como una fecha de reparación de todos los ofendidos por los agravios del “multiculturalismo”, los “separatismos” o el “populismo”», escribe en la web CTXT en octubre de 2022.

Básicamente acusa a Ayuso, Abascal y Felipe VI –las tres principales cabezas de lo que él considera la ultraderecha española– de no apoyar la agenda progresista, por ejemplo al no plegarse a la exigencia de Claudia Sheinbaum, presidenta de México, de que España pida perdón por la conquista. Dicho en corto: les acusa de hacer política, o sea de hacer su trabajo. Dejando a un lado cualquier rigor histórico, Pisarello compara la presencia española en América con la crueldad del Imperio británico y con los atroces abusos de Leopoldo II de Bélgica en el Congo. Al final, uno se pregunta por qué un izquierdista anticolonial escoge vivir en un país tan malvado que le convierte en alto representante del Estado en vez de aplicarle una deportación exprés por injurias y alta traición.

En sus años de alcaldesa, Ada Colau fue la principal valedora de Pisarello, aunque su carrera nacional se la debe a Pablo Iglesias, otro famoso odiador de nuestro país y nuestra bandera. Esto afirmaba el líder morado, cuando lucía coleta, durante una charla en la universidad de La Coruña en 2013: «Yo no puedo usar la bandera rojigualda, no puedo decir la palabra “España”, puedo decir que soy “un patriota de la democracia”. Cada vez que voy a los medios de comunicación hago contorsionismo para decir: “Esos patriotas de pulserita roja y gualda que venden la soberanía a Bruselas. Ser patriota es defender los servicios públicos, ser patriota es defender los derechos sociales...”», explicaba. Toda una sofisticada tramoya para no pronunciar el nombre de su propio país.

Jornada de reflexión para el fútbol y el chándal

Durante su veloz ascenso mediático, lució polos de la marca izquierdista 198, que en algunos modelos llevan incorporados detalles con los tres colores de la bandera la Segunda República. Su momento estelar fue la jornada de reflexión de la elecciones autonómicas y municipales de 2015, en la que por la mañana se dedicó a jugar un partido de fútbol sala con un chándal donde volvía a vestir los colores republicanos, confirmando que solo era candidato para la «España de los vencidos».

En la conferencia estudiantil de La Coruña también había aludido a los años treinta: «“La identidad España” para la izquierda, una vez terminó la Guerra Civil, está perdida. No sirve para hacer política en Cataluña, ni en Galicia ni en el País Vasco y es un agregador con el que gana la derecha», destacaba. Doce años después de estas palabras, podemos decir que su furioso antiespañolismo tampoco ha llevado muy lejos a Podemos en el plano electoral, en especial en los tres territorios con ambiciones de independencia, donde son irrelevantes o inexistentes.

Si de verdad nos interesa lo que ocurrió en los años treinta, podemos recordar la figura del general Vicente Rojo Lluch, Jefe de Estado Mayor de la República y héroe de la defensa de Madrid frente a la sublevación nacional, que siempre consideró un error que su bando no adoptase la rojigualda. «La cuestión de la bandera es uno de los motivos que estúpidamente dividen a los españoles y que tiene su origen en la conducta mezquinamente partidaria de nuestros políticos», lamentaba en 1939. «La bandera que teníamos los españoles no era monárquica, sino nacional. Mientras la bandera de los Borbones fue blanca y la bandera real era un guión morado, la bicolor como enseña nacional fue creada por las Cortes españolas en plena efusión de liberalismo, el constitucionalismo y la democracia. Para diseñarla se tomaron algunos de los colores españoles que la Marina de Guerra venía usando tradicionalmente, los cuales habían dado tono a los guiones reales de los Reyes Católicos (rojo) y de Carlos I (amarillo), que eran también los de la enseña tradicional en Aragón, Cataluña y Valencia”, recordaba.

A partir de este trágico malentendido, la situación ha ido degenerando, con los sectores más radicales de la izquierda y el independentismo convirtiendo en dogma la identificación entre franquismo y rojigualda. Se ha llegado a extremos de película de terror, como estas declaraciones del rapero El Meswy, que todavía se pueden encontrar en Youtube: «Hay que llamar a las cosas por su nombre: “Eres un nazi”, “eres un fascista”. Pero no solo la gente de Vox: la gente del PP y la gente de Ciudadanos son fascistas. Son cosas muy fuertes y la peña lo ve normal, se está normalizando el odio. Te dices “¿qué coño está pasando?”. Es normal ahora que un “pibe” por Alcorcón vaya con una bandera de España. ¿Sabes? Eso en mi época no ocurría. Si yo veo un pibe con la bandera de España le pego una “galleta” que le dejó los cinco dedos. Eso ocurre, eso ocurría en este barrio. Ahora mismo no puedo ir pegando galletas a todo el mundo, ¿sabes?», soltaba. Las declaraciones son de 2020 y alcanzaron su máxima difusión a través del canal de Youtube de Spanish Revolution, espacio de información próximo al 15-M.

Odio a la bandera propia

Todo este odio a la bandera del propio país se ha ido enquistando en ciertos sectores sociales, caracterizados por un conocimiento muy pobre de la historia del propio país. De ahí surge también el rechazo radical de la Hispanidad, concepto también identificado con la dictadura militar de Franco, aunque en realidad fue acuñado por el sacerdote Zacarías de Vizarra en 1926. El religioso vasco quería articular una idea que permitiese conectar a los países que hablan español, todos de cultura católica, para sustituir al cuestionable Día de la Raza (la Hispanidad es, por tanto, un concepto sociocultural que se inventa para sustituir a uno étnico). Tanto la izquierda como el separatismo catalán y vasco rechazan cualquier espacio “hispano” porque eso les permite identificarse con los pueblos indígenas del siglo XVI y hacerse partícipes de un presunto genocidio de las fuerzas de ocupación españolas, terreno abonado para el victimismo.

En realidad, el principal perdedor de este rencor visceral es la propia izquierda, que limita brutalmente sus apoyos electorales odiando una bandera, un país y una cultura de las que la mayoría de españoles nos sentimos orgullosos. Como señaló el locutor y ensayista Federico Jiménez Losantos, en una de sus frases más redondas, si Pablo Iglesias se hubiera abrazado a la rojigualda y a la Virgen del Pilar en 2015 hace tiempo que hubiera llegado a la Moncloa. Hoy la bandera nacional apenas tiene detractores entre las clases populares, que lo mismo la abrazan viendo Eurovisión que para celebrar los triunfos de nuestras selecciones de fútbol. El boxeador georgiano nacionalizado español Ilia Topuria celebra sus victorias envuelto en la rojigualda mientras estrellas latinas de la música como Sebastián Yatra, Romeo Santos y Karol G la abrazan en sus conciertos. Quejarse de la bandera nacional es hace tiempo un residuo rancio de la izquierda del siglo XX.