¿Quiénes eran los celtas?
La imagen distorsionada por las fuentes grecorromana, los tópicos, que aún hoy rodean al mundo céltico, y la escasa tradición escrita dificulta saber quiénes eran realmente los celtas
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Los pueblos célticos dejaron una huella indeleble en la historia de la Europa de la Edad del Hierro. Buena parte de su fama histórica tiene que ver con sus correrías por el Mediterráneo y sus enfrentamientos con los reinos helenísticos y la todopoderosa Roma, pero más allá de aquellos escenarios y de los habituales estereotipos que los acompañan, para comprender el fenómeno celta es imprescindible preguntarse sobre las gentes que poblaron una importante porción de la Europa continental en la Segunda Edad del Hierro –grosso modo entre mediados del siglo V a. C. hasta la dominación romana de las Galias a mediados del siglo I a. C.–.
Hace ya un siglo que se alcanzó cierto consenso en la idea de que los pueblos célticos tienen su reflejo material en lo que arqueológicamente llamamos cultura de La Tène, que marcaría su desarrollo en aquel periodo y en un ámbito geográfico muy amplio, desde el Atlántico hasta el mar Negro y desde los Pirineos hasta las islas británicas. El apogeo de esta cultura tendría su plasmación en las grandes migraciones de los siglos IV y III a. C. hacia Italia y la Europa suroccidental, pero también en el posterior desarrollo de las grandes ciudades (oppida) y la formación de los primeros proto-Estados galos cuya evolución se vio truncada por la intervención de César en la Galia.
De cualquier forma, la investigación histórica nos enseña que todos los paradigmas hay que revisarlos, y lo cierto es que, aunque el marco genérico parece simple, nunca llegó a existir una uniformidad cultural en tan vasto territorio, y cuando uno debe examinar lo que ocurre en espacios periféricos, la cuestión se complica y dudamos si estaríamos ante poblaciones célticas o bien frente a otras que han adoptado parámetros característicos de la cultura de La Tène. El problema es que, cuando hablamos como en este caso de culturas arqueológicas, que reflejan una expresión material que sí podemos percibir en los restos, nos topamos con otras expresiones más inmateriales como la cuestión lingüística. Y es que, lógicamente, desde esta otra óptica, los celtas serían aquellos que hablaban lenguas célticas.
Más allá de las menciones de las fuentes escritas antiguas que refieren a los Keltoi, que arrancan con los textos griegos del siglo V a. C., sabemos gracias a la epigrafía que los primeros textos escritos en lengua céltica remontan al siglo VI a. C. y refieren en particular a la llamada lengua lepóntica, característica de la región alpina de los lagos italianos. Sin embargo, según la lingüística, la rama céltica al completo se habría diferenciado de las otras lenguas indoeuropeas necesariamente mucho antes. Arqueológicamente se ha solido asociar, casi por extensión, la cultura de Hallstatt –otra cultura centroeuropea que precede a la de La Tène en la Primera Edad del Hierro– con los celtas, y se ha propuesto la dispersión lingüística a través de la expansión de esta, pero existen muchas incertidumbres al respecto. El diálogo entre arqueología y lenguas es tan complejo que, con la breve y tenue excepción del lepóntico, los pueblos célticos apenas cuentan con tradición escrita hasta la romanización. Los celtíberos, quienes indiscutiblemente hablaban una lengua céltica, comenzaron a dejarnos evidencias escritas solo a finales del siglo III a. C., pero materialmente muestran una relación casi nula con la cultura lateniense.
Del mismo modo, la asociación de otros pueblos hispánicos prerromanos con las lenguas célticas es mucho más incierta, y aunque suele pensarse por ejemplo que pueblos del noroeste como los galaicos podrían definirse como célticos, nada tienen que ver con aquellos que arqueológicamente se han descrito como tales, y sí mucho más con la continuidad del substrato atlántico de la Edad del Bronce. En realidad ha habido muchos tipos de celtas, todos ellos derivados de la particular percepción de una época. Hubo unos celtas resultantes de los constructos de la Antigüedad grecorromana, y también están los llamados «celtas modernos», derivados de las concepciones que a su vez nos hemos ido haciendo desde el siglo XVIII. En el arte antiguo, conocemos numerosas representaciones escultóricas de celtas en contextos grecorromanos, pero también otras de ambientes célticos en los que los personajes lucen torques al cuello, destacados mostachos y curiosos peinados. Estos atributos conforman antiguos tópicos que se han ido adueñando de la imagen que en la actualidad tenemos de los celtas, hasta tal punto que es difícil rehuir estos patrones, pese a que incluso en el mundo antiguo se les muestra también de muchas otras formas. En propiedad, no sabemos si los que esculpieron aquellas piezas se consideraban a sí mismos como «celtas» –de hecho es poco probable–. Vemos sus rostros y el aspecto con el que quisieron mostrarse, pero todavía tenemos muchas preguntas sobre quiénes eran realmente.
Para saber más:
“Los celtas”
Desperta Ferro Arqueología e Historia n.º 49
64 páginas, 7,50 euros