Museo Thyssen

Sonia Delaunay, la mujer rusa que vistió a Hollywood

El Museo Thyssen reúne doscientas piezas en una exposición monográfica que dedica a los años madrileños de esta artista, que aplicó sus principios estéticos a la moda y llegó a hacer un abrigo a la actriz Gloria Swanson

Sonia Delaunay posa con uno de sus abrigos
Sonia Delaunay posa con uno de sus abrigoslarazon

El Museo Thyssen reúne doscientas piezas en una exposición monográfica que dedica a los años madrileños de esta artista, que aplicó sus principios estéticos a la moda y llegó a hacer un abrigo a la actriz Gloria Swanson.

a edad va endureciendo los sentidos y privándolos de su ingenuidad primigenia. Sonia Delaunay acudió a las emociones tempranas de la niñez timbradas siempre por el asombro y la admiración que en esos años despierta lo fabuloso, misterioso o formidable, para cimentar su apuesta artística, como ella misma narra en un texto de cierto aire confesional: «Me atrae el color puro, los colores de mi infancia, los colores de Ucrania. Recuerdo las bodas campesinas de mi país, en las que los vestidos rojos y verdes, con las abundantes cintas que los adornaban, volaban en los bailes». Una frase que viene a redondear el dicho de que el arte parte habitualmente de los adarves de lo íntimo para revelarse después en algo universal.

Entre guerras

Sonia Delaunay, que es una mujer que atesora copiosas paradojas, nació como una niña de provincia en Odesa, una urbe teñada por una vida industrial, para después volverse una figura cosmopolita, de variadas esquinas y lenguas. Su devenir comienza en ese ángulo de Rusia, prosigue en San Petersburgo, donde vive con sus tíos, para posteriormente continuar, guiada por su vocación, en Alemania, Francia y, finalmente, debido a azares y circunstancias diversas, España, concretamente Madrid, que se convertirá en capital de sus algunos de sus proyectos. La Primera Guerra Mundial la empujó, junto a su marido, Robert Delaunay, a refugiarse en nuestro país. Venía con todo el vagaje artístico de las vanguardias y una teoría del color que la luz de las calles madrileñas le obligaría a reevaluar. «Debido a la Revolución Rusa, Sonia perdió las rentas familiares poco después de llegar aquí. Tuvo que replantearse la vida y considerar en serio la posibilidad de involucrar la dimensión creativa del arte con lo comercial. Será durante esta etapa cuando ella descubrirá las fórmulas que después desarrollaría en París y la harían triunfar», comentó ayer Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, durante la presentación de la exposición monográfica que esta pinacoteca ha dedicado a la artista. La muestra reúne doscientas piezas, entre pinturas, diseños publicitarios, fotografías, telas, vestidos, gouaches y escenografías teatrales. «Es la primera retrospectiva sobre ella en España. Aquí podemos contemplar cómo se reinventa. Hay que comprender que pertenecía a una familia humilde y creció gracias a que unos parientes próximos le permitieron estudiar. Tenía dos obsesiones presentes en casi toda su carrera: un amor por el color y el empeño en conjugar arte y vida, algo que podrá resolver a través del diseño de la ropa, las escenografías o colaborando con distintos poetas», explica la comisaria, Marta Ruiz del Árbol.

Sonia Delaunay venía de Francia ya con los fundamentos de una teoría nueva del color que aspiraba a convertirse en el primer paso hacia un nuevo arte. La fuerza de este movimiento residía en el poder del color, algo que la propia Sonia defendió en varios instantes: «En el arte abstracto empezó a liberarnos de las viejas fórnulas pictóricas. Pero la verdadera pintura nueva nacerá cuando se entienda que el color tiene una vida propia, que las infinitas combinaciones del color tienen su poesía y su lenguaje poético, que son mucho más expresivas que lo que se hacía con los medios antiguos». Estas «combinaciones del color» a las que se refiere proviene del tratado sobre el contraste simultáneo de los colores de Eugène Chevreul, uno de los pioneros que reparó que las diferentes tensiones y «las vibraciones ópticas que genera la relación entre colores complementarios sugieren el movimiento conforme al moderlo rítmico de la danza y la música». Lo que hizo Sonia, junto a su marido, Robert, fue aplicar este «simultaneísmo» a la vida actual en un contexto de acentuada atmósfera urbana.

Después de instalarse en Madrid en 1914, vivieron en un duro aislamiento, entristecidos por la nostalgia que sentían por unas actividades y unos círculos artísticos que no encontraban en la ciudad. Sonia terminaría inscribiéndose como copista del Museo del Prado, una iniciativa que desembocó en una resolución: volver a tomar los pinceles, algo que ella y Robert no habían hecho desde que arribaron a su nuevo destino. «Se descubrió dialogando con los maestros del Prado. Fue un momento de gran experimentalismo», aclaró Marta Ruiz del Árbol. La luz castellana y los tipos que encontrarían en la calle, que llenaban la vida popular, terminarían proyectando una influyente sombra sobre ella. «Los estudios de cantaores y bailarines me prepararon para otra aplicación, los trajes para el teatro y el ballet», reconocía la artista más tarde.

En el escaparate

Será después de su breve paso por Portugal cuando se asentó por segunda vez en Madrid, y la creatividad de este matrimonio se volvió arrolladora. Trasladaron las tesis del «simultaneísmo» a la vida corriente; las aplicaron a las escenografías rusas gracias a la intermediación de Serguéi Diághilev, un refugiado ruso que residía en España. Sus propuestas de vestuario para los ballets rusos –todavía es recordada su colaboración, también en los decorados, del montaje para «Cleopatra» (1918)– serían el inicio del estrecho vínculo de Sonia Delaunay con las artes escénicas. Relacionada ya con Gómez de la Serna y Guillermo de la Torre, y asidua de las tertulias del Café Pombo, decidió atajar su delicada situación financiera dedicándose a la moda. Trasladó, con igual éxito, las formas y los colores de sus cuadros a los diseños de chaquetas, bolsos, abrigos, sombrillas y bañadores. Hasta se atrevió a abrir en Madrid una «Casa Sonia de decoración de interiores», como recuerda en sus memorias: «En las casas ricas, en los palacios históricos, mando a paseo a los alambicados pastelones, los tonos lúgubres, las mortuorias cursilerías». Como afirma Matteo de Leeuw-de Monti en el catálogo, «su reputación creció con gran rapidez, y empezó a trabajar en vestuario de teatro y de cine, aunque siguió atendiendo a su ecléctica clientela de moda, formada por artistas, actrices, intelectuales y mujeres de la alta burguesía. A pesar de ese considerable reconocimiento artístico, el negocio no iba bien. Su actividad como diseñadora de moda se redujo drásticamente, y se abandonaron las marcas “Sonia” y “Simultané”. Siguió diseñando con el apoyo de una empresa holandesa con la que llevaba colaborando cinco años: Metz & Co. La visión y el enfoque de sus propietarios y directores, Joseph de Leeuw y su hijo Hendrik de Leeuw, hicieron de ella durante muchos años la primera referencia del país en tejidos de calidad y diseño de vanguardia».

Para 1940, había hecho nada menos que 1.500 diseños. Como relató Guillermo Solana, había sesiones en que podía idear, de una sola vez, entre quince y veinte patrones diferentes. A su regreso a París, Sonia triunfaría. Pero lo hizo sobre los descubrimientos y las líneas que inició durante su permanencia en España. Delaunay, que llegaría a vivir 96 años, inició así uno de sus momentos de mayor éxito. Le encargarían murales, tapices, tejidos. Y ella acometió eso y más, como cojines y cajas pintadas.

Su incursión en la moda todavía no se ha olvidado. De hecho, la exposición enseña –es una de las piezas principales del recorrido– el abrigo que hizo para Gloria Swanson en 1925. Una actriz de Hollywood consagraba a Sonia Delaunay, que había conseguido convertir a las mujeres de las ciudades en hermosos «tableaux vivants» debido a su labor como diseñadora de moda. La colaboración con Metz & Co. se perpetuaría hasta la década de 1950. De todos los reconocimientos y éxitos, el más importante fue que logró mantenerse fiel a sus principios estéticos sin dejarse llevar en ningún momento por los abundantes caprichos que suelen darse en la moda.