Nacho Duato: “No soy amigo de Putin, pero me gusta que toque el piano”
Mermado por la ciática, el coreógrafo asegura que ha diseñado “Morgen;” casi con un mando a distancia: “No me puedo mover”. Es su primer estreno en la Compañía Nacional de Danza desde su “abrupta” salida de 2010, y lo hace para hablar del suicidio
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Hace mucho tiempo que Nacho Duato (Valencia, 1957) fue el jefe de la casa. Dos décadas al frente de la Compañía Nacional de Danza (CND) que ya son pasado. Ahora, cuando el coreógrafo vuelve, lo hace como invitado. Y él encantado. Sin embargo, sigue siendo el rey aun sin cargo. Su sola presencia en pasillos y salas de la sede de Matadero desprende el aroma del mito. No hay reverencias a su paso, pero no están lejos. Nos cita a mitad de los ensayos y, aprovechando que Joaquín de Luz –director de la CND– no está, nos mete en su despacho. «Haremos de okupas. No creo que se moleste». Casualidades de la vida, nos sentamos en una mesa alargada (bastante más humilde) como si de Putin y Macron/Scholz se tratase. «Lo hacemos por la pandemia. Lo suyo fue porque todos los presidentes son unos mamarrachos, son tremendos. Lo que les gusta es enseñar los dientes para demostrar su poder».
−¿Qué le comentan a usted, que pasa medio año en Rusia, de la tensión «prebélica»?
−No sé nada, pero confío en que, al final, no vaya a mayores. Tenía que haber ido en diciembre, pero la ciática no me dejó.
−¿Qué tal se lleva con Putin?
−No somos amigos, pero nos conocemos. Toca el piano y eso me gusta. Además, ha venido a cuatro o cinco de mis estrenos.
−¿Y cuántos presidentes españoles han hecho lo propio?
−Ninguno... Allí se queda a tomar algo y puedes hablar con él de cualquier ballet. Es presidente honorífico del Bolshoi. Como si Pedro Sánchez lo fuera del nuestro... ¡Ja! Este ballet no tiene ni teatro, es como el circo de Manolita Chen, se va con todo a cuestas. En una nave como esta en la que estamos, que aquí es la sede, no entraría ni un decorado de los de allí. De todas formas, no me gusta Putin, aunque también reconozco que los americanos han matado a mucha más gente en las guerras recientes que Rusia. Ay, Obama... Uno de los que más asesinó con drones.
Pero, lejos de conflictos bélicos, la lucha de Duato ahora está en «Morgen;». «Con punto y coma», insiste. El viernes (25 de febrero), en Santander (Palacio de Festivales de Cantabria), tiene la puesta de largo del que es su primer estreno para la CND desde su marcha «abrupta» en 2010. Aun así, el coreógrafo es frío a la hora de expresarse.
−¿Qué siente con este montaje, anunciado por todo lo alto como su gran «regreso»?
−Estreno seis ballets al año. Es otro más. Me gusta estar aquí porque conozco a todos: técnicos, bedeles, limpiadoras, producción... Y como no dirijo el ballet estoy más relajado. Trabajo y me voy. El follón que se lo coma Joaquín (de Luz).
−¿Qué está más lejos, Madrid de San Petersburgo o la cultura de uno y otro lugar?
−La cultura, sobre todo. Y no de San Petersburgo, sino de París. Pero da lo mismo lo que diga porque la gente no sabe lo que es un teatro como Dios manda. Yo siempre lo digo y el problema está en que el ministro tampoco sabe lo que es un teatro como el que tengo yo (Mikhailovsky), o como el Bolshoi, la Ópera de París, la de Milán, el Convent Garden, la Swedish Opera, o la de Hamburgo, Berlín, Atenas... Todos tienen compañía de ballet y de ópera estable. Aquí no hay ni teatro.
−¿Le da pena?
−Antes era enfado, ahora me pone triste vivir en un país donde no apoyan al ballet... Siempre decía que el ballet era la Cenicienta de las artes, pero ahora tengo que decir que es la escoba de la Cenicienta de las artes porque vamos de mal en peor (ríe a carcajadas).
−¿Le libera la ironía?
−La ironía es la seriedad y la verdad disfrazada. Como siempre digo lo que pienso a la cara, si no lo disfrazo así me llevaría un guantazo.
−¿La sinceridad cierra puertas?
−A mí me las ha abierto el trabajo serio y continuo. Mis coreografías se representan por todo el mundo. Aun así, aquí hay pocas puertas que abrir. Procuro no vivir en esta sociedad, vivo en mi mundo.
−¿Y cómo es?
−Danza, lectura, música...
−¿Es esta su casa?
−Es como estar en ella, pero no es mi casa, sino la de todos.
−Vive a caballo entre Madrid, Valencia y San Petersburgo, ¿dónde se siente como en casa?
−Cuando te haces más mayor vuelves a las raíces. Regresé a Valencia para estar cerca de mi familia, sobrinos y sobrinos nietos que casi ni conozco. Pero me encuentro en casa en cualquier lado.
−¿De qué depende?
−La llevas dentro. Ya decía Marco Antonio que la paz está dentro de uno mismo y no en la playa, en el campo o en las termas. Así te encuentras bien en cualquier sitio.
−¿A qué edad empezó a encerrarse en sí mismo?
−Desde que salí de España a los 17. Me encontraba en casa en cualquier sitio menos en España. Descubrí un mundo de color y ya no quería volver.
−¿Con qué baila en la terraza de su ático valenciano?
−Ya no bailo. Casi no me puedo mover. He hecho este ballet casi con un mando a distancia. La música solo me la pongo para oírla tranquilo, cuando no hago nada más. No suelo escuchar pop o rock. Solo clásica. A veces pongo a Rihanna, pero solo dos canciones, que tres me cansan. Luz Casal, Jarabe de palo, Chavela Vargas... Pero eso, solo tres o cuatro canciones. En cambio, a Brahms lo puedo escuchar todo el día. El pop es como una piscina que puedes cruzar nadando y la clásica es como el Atlántico.
Nacho Duato no tiene «ni familia, ni coche, ni Rolex. Solo una casa grande que todavía no he pagado». Y afirma contundente que lo peor que le podría pasar es que le tocara la lotería o una herencia muy grande. Ha dicho que no a Disney y a Broadway, entre otros, «por principios»: «No me gustaría pasar a la historia como el coreógrafo de la película de Peter Pan».
−¿Cuánto le importa el dinero?
−Nada. Me han ofrecido un anuncio en televisión y he dicho que no. No quiero salir alentando a la gente a que consuma más. Y puedo asegurar que te pagan mucho dinero, que me hacía falta porque durante la pandemia estuve 14 meses sin vender un ballet. De los derechos de la SGAE de 2020 recibí 250 euros.
−A todo esto, la excusa del encuentro es «Morgen;»...
−¡Con punto y coma! Es por unos tatuajes muy discretos que se pone la gente que ha superado el suicidio. El ballet va sobre eso. Ahora estoy leyendo «Los suicidas» de Antonio di Benedetto. Es un tema con dos vertientes: te sientes cobarde porque no tienes valentía para vivir y, a la vez, también cobarde para quitarte la vida.
−¿Por qué le interesó el tema?
−Porque la pandemia ha ocultado todo esto. Con el virus ha crecido el suicidio entre los jóvenes un 400%. Solo en 2020 se suicidaron más de 1.400 personas de entre 18 y 20 años. Hay que destapar todo eso.
−¿Cómo se le da visibilidad?
−No creo que sea una cuestión tanto de visibilidad como de prestarle más atención en la salud pública, donde no hay casi psiquiatras. Más Madrid y Errejón sí empezaron a hablar del tema. Conozco bien asociaciones que ayudan a esquizofrénicos y me dicen que los que vienen de familia bien pueden pagarse un enfermero y más o menos cuidarse, pero la gente obrera con hijos esquizofrénicos no tiene esa suerte porque las terapias no están incluidas en la sanidad. Y dentro de eso yo lo abordo desde la distancia del escenario, igual que puedes ver los horrores de la guerra en Goya o en Picasso. La intención es no hacer nada patético.
−¿Usted ha necesitado de esos psiquiatras?
−Sí, de pequeño. He estado mucho tiempo tratándome, pero nada especial. Como en una película de Bette Davis, «era una chica de las 12 de la noche en una ciudad de 9 de la noche». Vivía en un país que no me dejaba irme a dormir cuando quería. Era diferente: quería hacer ballet y no me dejaban, eran homosexual y no me comprendía ni yo, estaba en una familia conservadora, un país aburrido...
−¿Fue ese viaje a Londres la mejor terapia?
−No te creas, porque no te lo sacas del cuerpo tan fácilmente. También los ingleses eran homófobos, aunque más permisivos.
−¿Cómo vive en Rusia con esa dualidad de tener la cultura en la cúspide y, por otro lado, estar atrasados en derechos?
−Solo voy a trabajar. Si me hubiera ido a los 21 hubiera sido distinto. Aunque no es tan terrible como lo pintan. En Occidente les encanta echar mierda a los rusos, pero te puedo asegurar que la gente se sale con la suya cuando quiere. Les doy tres-cuatro años para ver el Orgullo gay en San Petersburgo. Y por supuesto que son homófobos, pero tienen cosas peores, como la misoginia, la prostitución, la droga...
Además de «Morgen;», Duato sumará a su repertorio más próximo el «Don Quijote» y la «Carmen» que prepara para Rusia. «¿Te imaginas eso aquí? Monto esto en el Real y me pondrían a parir por “chupar del bote”», asegura.
−Ya conoce esa coletilla de «los chiringuitos culturales» y las «subvenciones/paguitas»...
−Me da rabia ser siempre el pesado y el que se queja de todo. Los veinte años que estuve aquí en la CND se me trató muy bien. La crítica me importa tres pepinos, pero el público e incluso el Ministerio me quisieron. Pasé por nueve ministros. Me llevaba muy bien con todos. También con el padre del presidente Sánchez. Era el gerente y me caía estupendamente bien. Si Pedro Sánchez es guapo, su padre lo es mucho más. Me decía que era el que más trabajaba y más dinero daba al Ministerio. La pena fue cómo me despidieron.
−«Abrupta» fue la palabra que se usó en su salida.
−Cuando vinieron los Reyes al Hermitage, solo llevaba tres meses en Rusia, y, nada más entrar, Sofia me dijo «qué pena, que mal te hemos tratado». «No, usted no. Ha sido esa que va ahí detrás», respondí señalando a González-Sinde... Entiendo que dirigir muchos años con muchos éxitos por todo el mundo era inverosímil en este país. Tenía demasiados moscardones alrededor y se deshicieron del cocinero, que era yo. Me ofrecieron Rusia, Canadá, Holanda y Pensilvania y dije Rusia porque era lo más raro que había.
−¿Qué le atrapó de Rusia?
−He encandilado yo más a Rusia que ellos a mí.
−Bueno, se quiere quedar allí de por vida...
−No, ya veremos dónde será el próximo contrato.
−Lo digo por lo de enterrarse allí.
−Es que hay algo romántico en estar al lado de Petipa, Shostakovich, Chaikovski... Y sé que alguna bailarina loca irá el día de mi cumpleaños y me pondrá una flor.
−¿Ya sabe quién será?
−No, pero alguna loca aparecerá. De todas formas, una vez muerto que me entierren donde quieran. Como si me quieren poner debajo de unos ladrillos.