“Cada vez nos despedimos mejor”: Encuentros, desencuentros… y vuelta a empezar ★★★☆☆
Diego Luna sale muy bien parado del reto de subirse a las tablas
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Autor y director: Alejandro Ricaño. Intérprete: Diego Luna. Música en directo: Darío Bernal. Naves del Español (Matadero, Sala Max Aub), Madrid. Hasta el 10 de julio.
Con todas las entradas vendidas para todas las funciones ha levantado el telón en el Matadero el popular actor mexicano Diego Luna, protagonista casi absoluto (solo está acompañado en el escenario por el músico Darío Bernal) de este monólogo escrito y dirigido por Alejandro Ricaño que cuenta la atribulada historia de amor de dos personajes, Sara y Mateo, a lo largo de treinta años.
Aunque la obra se ha promocionado como una “comedia negra” con los “acontecimientos que marcaron a México entre 1979 y las elecciones de 2012″ como telón de fondo, Cada vez nos despedimos mejor es básicamente una comedia sentimental. Una comedia muy bien escrita desde el punto de vista formal, con digresiones, analepsis y toda clase de fracturas en su linealidad argumental, lo cual permite jugar con la sorpresa y mantener así el interés del espectador; pero una comedia que pasa muy de puntillas, al fin y al cabo, por todo ese contexto social y político, supuestamente tan importante, que enmarca la trama.
Diego Luna, en la piel de Mateo, ejerce de narrador de su propia biografía amorosa y va incorporando, cuando así lo requiere el relato, los distintos personajes que participan en ella, como su padre, su madre o su novia Sara. Pocas veces tiene uno la oportunidad de ver a una estrella de cine internacional tratando de batirse el cobre en un trabajo tan puramente teatral, es decir, tan radicalmente distinto de lo que se esperaría que hiciese delante de la cámara. Y el actor sale muy bien parado del reto: no solo tiene bien asumidos los códigos interpretativos propios del escenario, sino que se le ve muy, muy cómodo ciñéndose a ellos. Con un desparpajo plausible, Luna sabe aprovechar la ironía con la que está escrito el texto para dar a la función −cabe suponer que alentado por Ricaño en su faceta de director− un tono cínico y gamberro que impide que la historia –una historia, desde el punto de vista conceptual, bastante simple en verdad− pueda caer en la sensiblera.
Por último, hay que señalar la importancia que tiene la música para que la función adquiera el dinamismo y el carácter que tiene; y no me refiero solo a la ambientación sonora que hace en directo Darío Bernal, sino, sobre todo, a la bonita y apropiada partitura –compuesta por el propio Bernal junto a Alejandro Castaños− que sirve de fondo a todo el espectáculo.