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“La Dolores”: una mujer marcada por una copla

El Teatro de la Zarzuela recupera la ópera de Tomás Bretón en el centenario de su muerte bajo la dirección de Guillermo García Calvo y Amelia Ochandiano
Imagen de uno de los ensayos de "La Dolores", en la Zarzuela
Imagen de uno de los ensayos de "La Dolores", en la ZarzuelaJavier del Real

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Cuentan que el escritor José Felíu y Codina viajaba en tren cuando en la estación aragonesa de Binéfar se asomó a la ventanilla al escuchar la copla de un ciego que cantaba la historia de una mujer deshonrada. Llegado a Barcelona se puso a escribir un romance que posteriormente convertiría en un drama rural que tituló, La Dolores, como la protagonista de aquel cantar de ciegos. Tomás Bretón asistía como espectador a una representación en 1893 en el madrileño Teatro de la Comedia y, entusiasmado con la historia, decidió adaptarla escribiendo, no sólo la partitura, sino también el libreto de La Dolores, con ella, el autor de La verbena de La Paloma cumplía su sueño de componer una ópera netamente española, que el 16 de marzo de 1895 estrenaba en el Teatro de la Zarzuela, donde lleva sin representarse desde junio de 1937 en plena Guerra Civil.
Ahora, vuelve al coliseo de la plazuela de Jovellanos en el centenario de su muerte, con Guillermo García Calvo como director musical y Amelia Ochandiano en la dirección escénica. La Zarzuela ofrecerá 13 funciones, hasta el 12 de febrero, con dos repartos en los que destacan Saioa Hernández, Carmen Solís, Jorge de León, Javier Palacios, José Antonio López, Ángel Ódena, María Luisa Corbacho, Milagros Martín o Rubén Amoretti, entre otros.
Para García Calvo La Dolores es, posiblemente, “la ópera romántica española más importante, a la altura de las mejores europeas de finales del XIX. Además de su famosa Jota, Bretón compone un mural de personajes y emociones con cinco cantantes masculinos, algo inaudito en el repertorio, que luchan por el amor de la soprano protagonista. Su música camina por esta historia desde el primer preludio, donde se escucha la Jota, hasta el fatal desenlace, pasando por momentos de júbilo colectivo del Pasacalle o los Pasodobles taurinos, al modo del verismo italiano”.
Por su parte, Amelia Ochandiano está feliz con el reto de subir a escena esta obra maestra del compositor salmantino “es un privilegio y una suerte”, aunque no se entiende por qué ha tardado tanto en volver. “Porque es muy grande y exigente y no es fácil –explica–, ni en lo vocal ni en la producción, necesita una gran orquesta, rondalla, coro de niños, ballet... los cantantes encuentran mucha dificultad porque dramáticamente es muy potente, tiene una partitura brillante con un libreto lleno de matices y juegos dramáticos muy complicados, con personajes, indecisos, violentos, asustados... La dificultad de las grandes obras que, una vez hechas parece algo orgánico y sencillo, pero en realidad cuesta mucho. Para mí es puro teatro y su música que me ha inspirado muchísimo”, afirma Ochandiano.
Pero, además de dramatismo, emociones y pasión, “la obra tiene mucho sentido del humor. A mí me gusta mucho la comedia y aquí la hay, hemos querido sacar esa parte cómica con unos personajes masculinos que pululan alrededor de Dolores, algunos rozando el ridículo, que manifiestan el daño, la humillación y la persecución que le hacen, pero que hemos planteado como un aparente juego, frívolo e intrascendente, como sin importancia, aunque con un fondo cruel”.
“Ella es una mujer sola, sin familia ni amigos, rodeada de hombres que la desean para usar y tirar, como un trofeo, y si no la consiguen, la atacan. Sufre, pero no se autocompadece, lucha y responde –explica la directora–, es una mujer diferente, señalada y despreciada por ser libre, aunque tiene la suerte de conocer el amor puro. Los pretendientes la agasajan con regalos para conseguirla, pero cuando la cosa se tuerce, se juntan para humillarla, sin premeditación ni rencor, de manera natural y eso es lo que más me interesa –resalta–, esa lectura machista que no es la de hacer daño a propósito, sino en el trato normal, ese machismo que tenemos todos y todas incrustado que hace que hagamos daño sin darnos cuenta. Para mí es inevitable poner el acento en este aspecto feminista porque Dolores es una mujer marcada por una copla, deshonrada al ver su vida privada lanzada públicamente y eso marca para toda la vida”.
¿Por qué sitúa la acción en los años 50 del siglo pasado? “Porque necesito hacer teatro que se sienta hoy, contemporáneo, donde podamos implicarnos e introducir nuestras vivencias –explica–. Lo que le pasa a Dolores de estar vigilada y criticada por todos, me acercaba a esa España de mis padres jóvenes en una ciudad de provincias llena de habladurías y chismes, donde el examen a la mujer era un constante para ver si era realmente decente o no, me recordaba ese ambiente provinciano de arreglarse mucho para salir a las fiestas pendientes del qué dirán, aunque ahora hemos vuelto a eso desde las redes sociales, que son las que ahora vigilan, juzgan y critican más que cuando yo era joven en los 80, ahora sí que es la aldea global de verdad”, concluye.