Crítica de teatro

"María Luisa": El deseo irreductible en la vejez ★★★☆☆

Mayorga ha firmado una entrañable comedia en la que todo se sublima y se parodia a la vez con un prodigioso equilibrio

Lola Casamayor es María Luisa sobre el escenario de La Abadía
Lola Casamayor es María Luisa sobre el escenario de La AbadíaJavier Naval

Autor y director: Juan Mayorga. Intérpretes: Lola Casamayor, Juan Codina, Paco Ochoa, Juan Paños, Juan Vinuesa y Marisol Rolandi. Teatro de la Abadía, Madrid. Hasta el 21 de mayo.

Había levantado mucha expectación en los círculos más profesionales este primer montaje que acomete Juan Mayorga en el Teatro de la Abadía desde que empezó a dirigir esa casa. Cuando alguien puede, como en este caso, decidir todos los aspectos de la producción y la programación de una obra que él mismo ha escrito, y que además va a dirigir, cabe pensar que el resultado artístico se tiene que ajustar sin problemas al plan establecido, esto es, al ideal del creador. Y lo primero que llama la atención, teniendo en cuenta esa cómoda “ventaja” con la que partía, es el tema que ha escogido para su obra y el elenco que ha configurado para interpretarla. Se diría que el dramaturgo, y esto le honra, ha estado mucho menos pendiente de su lucimiento personal que de levantar algo honesto y bien hecho.

Desde luego, no parece muy oportunista que un autor con las posibilidades que él tiene para estrenar prácticamente lo que quiera decida abordar el tema de la vejez, y lo haga con la intención de conceptualizarlo –sacándolo de las coordenadas habituales del melodrama– y ponerlo en relación con otras tres grandes cuestiones que atraviesan de manera inexorable la existencia: la libertad, el deseo y la imaginación. De eso va María Luisa, de una mujer que ha entrado en una edad en la que la soledad, la monotonía y la pérdida de facultades comienzan a doblegar su futuro. Pero ella se resiste. Echando mano de la imaginación, esa maravillosa arma contra la que nada puede la hostil realidad, inventará una colección de amantes y vivirá con ellos toda clase de peripecias.

Mayorga ha firmado una entrañable comedia en la que todo se sublima y se parodia a la vez con un prodigioso equilibrio. El autor sabe mirar de manera inteligente, compasiva y poética el fondo del alma humana; lo que pasa es que ha atenuado demasiado los posibles conflictos, y eso hace que el desarrollo, una vez identificados los personajes y su participación en la acción, resulte más plano de lo debido. Uno sigue plácidamente la función en su butaca; pero sale de la sala echando en falta cierta tensión dramática en la historia y cierta variación emocional. Y no es precisamente por un problema de reparto.

Esta vez Mayorga no ha necesitado que sus actores sean muy populares además de buenos, sino que cumplan únicamente con este segundo requisito. En este sentido, para dar vida a la protagónica María Luisa de acuerdo con la franja de edad que requiere el personaje, no creo que se pueda encontrar una actriz mejor en todo nuestro teatro que Lola Casamayor. Como tampoco podrán encontrarse muchos secundarios de esta talla: Paco Ochoa y Juan Vinuesa se manejan en la comedia con una soltura al alcance de pocos; Juan Codina es una verdadera bestia haga lo que haga; Marisol Rolandi, a la que un servidor había seguido menos la pista –no sé bien por qué–, está estupenda como la amiga Angelines; y Juan Paños, más joven que el resto, es ya un actorazo que no ha hecho en sus últimos trabajos sino transformar en presente el esplendoroso futuro que muchos ya le habíamos augurado. Con ese elenco, y con un autor y director de la relevancia cultural de Mayorga, la popularidad llega sola: el teatro se llena cada día y, a la salida, se suceden más que otras veces las felicitaciones del público a los actores.

  • Lo mejor: Poder ver a una gran actriz ya madura, como Lola Casamayor, interpretando un buen papel protagonista, algo que nunca ocurre si no es muy famosa.
  • Lo peor: Hay algunas soluciones de dirección relacionadas con el lenguaje físico que despistan más que ayudan a la hora de acompañar la acción.