Crítica de teatro

"Nuestros actos ocultos": Mezcolanza de géneros y referencias ★★★☆☆

Carmen Machi protagoniza una especie de "road movie" con tintes de thriller, comedia negra, drama social y tragedia clásica

Macarena García y Carmen Machi, en un momento de "Nuestros actos ocultos"
Macarena García y Carmen Machi, en un momento de "Nuestros actos ocultos"Vanessa Rábade

Autor y director: Lautaro Perotti. Intérpretes: Carmen Machi, Macarena García y Santi Marín. Naves del Español (Matadero), Madrid. Hasta el 3 de febrero.

Había gran interés por ver el último trabajo de Lautaro Perotti en su faceta de dramaturgo y director y, sobre todo, por ver de nuevo en los escenarios a una actriz tan admirada por espectadores de toda clase y condición como es Carmen Machi. No en vano, la amplia sala del Matadero donde se está representando Nuestros actos ocultos se está llenando todas las noches.

Después de protagonizar un suceso violento y trágico, Elena (Macarena García) llama a su íntimo amigo Patri (Santi Marín), educado con ella como si fueran hermanos, para buscar una solución al grave problema que han de afrontar. Patri acude en su ayuda acompañado de Azucena (Carmen Machi), la distanciada madre de Elena. Los tres miembros de esta especie de familia disfuncional y atormentada tendrán que emprender juntos una huida que, en cierto modo, servirá para poner en claro los sentimientos que sostienen su relación.

La obra es una especie de "road movie" con tintes de thriller, comedia negra, drama social y tragedia clásica que, sin embargo, no termina de encontrar el tono adecuado para dar cohesión y verdad escénica a la historia.

El personaje de Elena funciona como una especie de trasunto de Yerma que Perotti ha querido acercar más a nuestros días extrayéndola de las coordenadas argumentales y dramáticas que Lorca había prefigurado para ella. Y aquí radica el primer problema del texto, porque ese empeño que comparten hoy muchos directores y dramaturgos por hacer atemporal y universal el teatro del escritor granadino suele nacer ya fracasado, como ocurre aquí. Ciertamente, fuera de su imaginario poético, y del eficaz –pero efectista- tremendismo al que circunscribió las tramas de sus populares tragedias, los personajes de Lorca difícilmente pueden conmover hoy; muy al contrario, sacados de su contexto original, llegan a ser aburridos y hasta insoportables. Y eso es lo que ocurre con esta especie de Yerma ochentera montada en un Seat Marbella: al margen de que todos coincidamos en que Juan, su marido, es un extraordinario imbécil, ella nos parece bastante pija y cansina tratando de dar sentido a un conflicto inicial que en realidad no es tal o que, al menos, no es trascendente.

Por otra parte, hay algunas fallas dramatúrgicas en la construcción y el desarrollo de la historia que hacen inverosímiles todos los giros relacionados con la enfermedad de Azucena, así como las decisiones que van adoptando los personajes en su huida.

Todo esto sería disculpable −y creo que el espectáculo podría habernos regalado más de un hallazgo de haber tirado por ahí− si se hubiese privilegiado en todo momento ese tono "almodovariano" de comedia negra que tienen algunas escenas y que no requiere la estricta coherencia lógica de los otros géneros. De hecho, el gran acierto de la función es permitirnos ver a Machi durante muchos minutos en ese registro, dando una lección de interpretación tan contundente, al jugar de tal modo con los silencios, las dudas y la impulsividad, que a veces tiene uno la sensación de que está improvisando su texto en espontánea consonancia con la situación que está protagonizando.

  • Lo mejor: La vistosidad de la producción y el trabajo interpretativo de todos, con especial mención a Machi.
  • Lo peor: Aunque la función está dirigida con ritmo y con gracia, el texto se queda algo hueco y la historia resulta poco creíble.