El historiador Francisco Gracia Alonso ha venido con uno de esos libros que de antemano se sabe que darán bastante que hablar. Lo ha titulado
«Gobernar el caos» (Desperta Ferro), porque, como él mismo explica en el transcurso de estas páginas, bien asentadas en documentos y textos, esta es la vieja expresión que antes empleaban los militares para manifestar la visión que guardaban de sí mismos. Entonces se consideraban que eran los únicos capaces de enderezar los sinuosos senderos de la política española, de la que no tenían una buena concepción. De hecho, la consideraban nefasta. Ellos, quizá por su naturaleza vigilante y castrense, mantenían la percepción de que a su alrededor solo prevalecía el caos. El problema es que llegó un momento en que todo lo que se oponía a su ideología lo consideraban un caos
. «Este volumen analiza el profundo impacto político, social, económico e ideológico que ha tenido el Ejército español en los últimos cinco siglos de nuestra historia», aclara el historiador. Esta monografía abarca un amplio arco cronológico que va desde los tercios, que –dejando a un lado épicas de cualquier rango– supusieron un desmedido coste para el erario de la monarquía hispánica (lo que impidió la modernización del país), hasta las polémicas vigentes hoy en día.
El autor hace hincapié, de una manera especial, en la influencia que tuvo el estamento militar en el turbulento siglo XIX. Un protagonismo que se extendió a la centuria siguiente. «No es un libro antimilitarista. Es una reflexión sobre lo que es y lo que ha significado el Ejército en España. En el mundo contemporáneo es imprescindible debatir sobre el modelo de ejército que se necesita, porque es evidente que hay que hablar de las funciones que debe tener y de las dotaciones que le son necesarias para su actividad. Aquí no hay antimilitarismo vacuo ni se aboga por cargarse las tradiciones del ejército. No es ideológico. Es un ensayo. Se puede trascender la opinión del autor, pero no es un libro contrario al ejército», comenta con énfasis, subrayando palabras para evitar equívocos, apartar prejuicios y apelar al sentido común y la racionalidad del lector.
Pero sostiene que el ejército ha lastrado el progreso de la sociedad española.
Pero eso es una cuestión histórica. Se puede ver en el gasto militar en España. En las tablas que incluyo y que comienzan a inicios del siglo XIX. Si se hace una comparativa entre esa inversión y lo que se gastaba el Ministerio de Fomento, que tenía las competencias en el desarrollo industrial, las obras públicas y la educación, veremos que un 42 por ciento va a gastos militares. Y en un momento en que se produce en Occidente, y también en nuestro país, la revolución industrial y la modificación de los sistemas económicos. Con este modelo de inversión resulta imposible, para cualquier nación, impulsar la regeneración económica y el progreso social dentro del Estado, porque este no dispone de poder para hacerlo. Durante el siglo XIX y el franquismo, los gastos militares están por encima de los ingresos sociales. Si hubiéramos tenido como resultado un ejército excelente, habría sido algo, pero la mayor parte del gasto se aplicaba al mantenimiento de unidades. A pagos de sueldos, que tampoco son excesivos, porque los militares tampoco cobraban tanto, pero como son muchos, el gasto es enorme. No había una adecuación del tamaño del ejército a las necesidades españolas. Por eso se produce el lastre. Sobre todo pagan sueldos a oficiales.
"La industria de las armas es hoy en día el mejor negocio que existe en el mundo"Francisco Gracia
Francisco Gracia Alonso comenta que hasta la hasta la Guerra de Independencia en España hubo ejército Real, pero con la invasión napoleónica eso cambió y «el ejército muta de Real a nacional. Esta cuestión hace que los mandos empiecen a ver que a partir de 1812 son también un sujeto político y se provocan las asonadas, los pronunciamientos, la caída de la monarquía y luego, en 1874, la imposición monárquica... el verdadero orquestador político español es el ejército que reclama un papel preponderante en la sociedad y trata de imponer su idea de país y organización del Estado».
Para el historiador esta visión, lejos de pasar y quedar atrás, se perpetúa a lo largo del siglo XX con la dictadura de Primo de Rivera y luego el franquismo. «Es una forma de entender la sociedad que se arroga la estructura y los mandos militares. Esto provoca tensiones a lo largo del siglo XIX y parte del XX». Uno de los problemas proviene de una paradoja. Por un lado se requiere un ejército potente, o, al menos, eso se pensaba, pero, para eso se necesita un sistema de levas efectivo. Y eso se convirtió en una fuente de conflictos. «El problema de esos dos siglos fue cómo se estructura el servicio militar y cómo se pueden librar algunas élites de él mediante pagos. Por otro lado, si a un campesino lo sacas de su pueblo para ese servicio de armas, le torcían la vida, porque ya no volvía al campo, al lugar de su origen, sino que se establece en la ciudad. La población sí entiende la guerra de Independencia, la lucha contra los franceses, pero que se les obligue a luchar en Marruecos, el Caribe...».
El historiador, lejos de quedarse en distantes paisajes del pasado y evitar discursos actuales, aborda problemas de ahora, en tesituras actuales y cuestiones que son urgentes y que conviene atajar cuanto antes. «Necesitamos establecer qué modelo de ejército se quiere ahora y cómo se estructura. El análisis de las actas de la comisión de Defensa del
Congreso de los Diputados deja claro que no existe un debate sobre ese modelo, sino la necesidad de invertir dinero en defensa, no tanto para disponer de equipos modernos, sino porque así se mantiene la industria militar y que también se disponga de recursos armamentísticos, porque este sector crea empleos. Se invierte en él como motor económico, no como modelo de defensa.
¿La industria de las armas es un buen negocio?
Las armas son el mejor negocio que existe. Hace unos días,
Trump quería que los países de la OTAN ampliasen el gasto en armamento. Decía que quien no ampliase el gasto se quedaría desprotegido. Lo que en realidad quiere Trump es presionar para que este gasto militar se haga en Estados Unidos y se compre material militar norteamericano. Esto significa dos cosas. Primero, que se beneficie su industria; segundo, que, como consecuencia de esto, tendrá el control tecnológico del ejército de otros países, porque no es comprar solo el avión, sino toda la tecnología del avión: los misiles, el armamento... Es un excelente negocio.
Ursula Von der Leyen aseguró poco después que había que ampliar el gasto militar, pero para gastarlo en armamento europeo y potenciar de esta forma la industria europea y su defensa. Eso tiene como consecuencia, aumentar la producción, el volumen de partidas presupuestarias y la exportación de armas. España es el séptimo país del mundo en exportación de armas. No nos planteamos qué se hace con ese armamento. Se dice que no se puede usar contra población civil. ¿Es así? Un oficial militar español dijo que el nuevo submarino S-81 es un escaparate para nuestro armamento. La exportación de armamento es un pilar de la economía española.
Entonces, ¿cómo debe ser nuestro ejército?
España debe defender sus fronteras y zona de influencia. Nuestro país tiene el problema del eje formado por Canarias, el estrecho de Gibraltar y las Baleares. Y cuidado, porque Ceuta y Melilla no están incluidas en el tratado de defensa de la OTAN. Si se da un problema ahí, España tendría que vérselas ella sola. Como desafíos tiene las amenazas que representan los terroristas islamistas, el flujo de las fronteras del norte de África y el contrabando de droga. Y hay que tener en consideración que la Guardia Civil es un elemento de carácter militar y las dotaciones económicas deberían ser elevadas para que la tecnología fuera efectiva en su trabajo. Ya hemos visto hace unos días que no es así.
Para el historiador, ahora mismo estamos inmersos en un modelo de ejército más adecuado para las misiones de la OTAN que para «la de defensa de la estructura del Estado». Asegura que «estamos enviando armamento y patrullas de control aéreo a misiones internacionales y, por supuesto, el tipo de equipos que tenemos es para una participación fuera de nuestras fronteras, no para la defensa perimetral de la península». Por eso, considera que eso «es un problema, sobre todo cuando hablamos de volúmenes de gastos amplios. Estamos alrededor de 27.600 millones de euros y cada vez aumenta más. La pregunta es: ¿este modelo de crecimiento qué objetivos tiene? Hay una carrera armamentística impuesta por la extensión del conflicto de la guerra de Ucrania y deberíamos también estar contrarrestando la carrera en armamento de Marruecos o de Argelia, aunque es cierto que esas son democracias imperfectas».
Este punto es crucial para él por diferentes motivos, como bien explica: «Con la pandemia, todo el mundo pensó que era imprescindible crear más plazas hospitalarias y para médicos, además de ampliar también la investigación científica...». Pero no se hace. La interrogante es: ¿cómo compensar la inversión social y la militar para no incurrir en los mismos errores que en el pasado? El historiador no lo duda: «Solo hay que estudiar el gasto de defensa de países como Dinamarca, Holanda, Suecia y Finlandia. Cotejar sus inversiones en sanidad y defensa; el número de militares que tienen y sus prestaciones sociales. En el “ranking” de universidades mundiales, España está en el bloque que va de la 150 a la 200. ¿Cuántas universidades holandesas y suecas están arriba?». Por supuesto, la pregunta es retórica. «El ejército en una democracia es fundamental. Pero hay que conocer qué tipo de ejército deseamos, sobre todo, con Ucrania. Hay quien dice que el rearme en la Guerra Fría impidió el conflicto. Se olvida que los rearmes llevaron a la guerra en 1914 y 1939. Tenemos que estar preparados para repeler una agresión, pero una escalada armamentística jamás conduce a la distensión, sino a la agresión».
COMPLICIDAD CON LA POBLACIÓN
Francisco Gracia Alonso defiende a la UME. Considera que, gracias a esta unidad, nuestra población se ha reconciliado con el Ejército español porque ha visto que los soldados están donde se les necesita: en los incendios, en los desastres medioambientales... Esto mejora la imagen de nuestras tropas y contrarresta declaraciones de oficiales en reserva o en activo que no acompañan los tiempos actuales.
«Esas manifestaciones extemporáneas de ciertos militares no tienen sentido en democracia. Los militares deben entender que están al servicio del ejecutivo, que es el que desarrolla la política de defensa, porque ese gobierno es el elegido en las urnas, da igual que sea conservador, de izquierdas o de coalición. Está al servicio del Estado y del gobierno de cada momento. Esas declaraciones son un problema porque hace que el ejército se vea en la sociedad no como un elemento propio del Estado, como los médicos, los jueces o el profesorado, sino como un elemento con resabios y planteamientos ideológicos del pasado, que no corresponden al siglo XXI». El historiador remarca que la mayoría de militares de hoy son modernos, están licenciados, han pasado por estudios universitarios y comprenden su función. Y dice: «Están desarrollando misiones con parámetros de la UE y otros, con los de la OTAN, que son menos entendibles para la gente. Esos comentarios ideológicos deberían ser cortados de raíz por los responsables de defensa porque la mayor parte del ejército ahora está hecho de profesionales. Por eso, deberían erradicarse».