
Despedida
El adiós de Florito: se jubila el alma de los corrales de Las Ventas
El histórico mayoral de la Monumental madrileña cierra una trayectoria marcada por la entrega silenciosa, mientras su sucesor, ingeniero de formación, se prepara para comenzar su propia historia junto al toro bravo

Hay otro motivo por el que este Dia de la Hispanidad es especial en Las Ventas y es que se trata del adiós de una figura imprescindible en la historia reciente del coso madrileño: Florencio Fernández Castillo, “Florito”, se despide tras casi cuarenta años como mayoral. Su silueta, inseparable de los cabestros y de los corrales, se diluirá al término de la temporada de octubre. Y con él, se va una forma de hacer las cosas: discreta, rigurosa y profundamente comprometida con el toro y con la plaza.
Nacido en la plaza de Talavera de la Reina, donde su padre trabajaba como conserje, Floritomamó el toreo desde la cuna. Novillero en su juventud con el apodo de "El Niño de la Plaza", abandonó el traje de luces en 1981 para empezar a trabajar como mayoral en su tierra dos años después. El salto definitivo llegó cuando Manuel Martínez Flamarique, “Chopera”, lo llevó a Las Ventas a mediados de los 80. Desde entonces, su figura ha sido una constante en el engranaje invisible que hace funcionar la primera plaza del mundo.
Floritono solo cuidaba los corrales: los vivía. Acompañaba los desembarques, revisaba ganaderías, entrenaba cabestros y, como veedor, seleccionaba el ganado con una mezcla de intuición y experiencia imposible de replicar. Su criterio ha sido ley durante décadas, y su trabajo, aunque invisible para el gran público, ha marcado directamente la calidad y la seriedad de cada tarde de toros en Madrid.
Ahora, el testigo cambia de manos. Su hijo Álvaro, ingeniero aeroespacial de formación, será el nuevo mayoral de Las Ventas. Y aunque el apellido puede pesar, la decisión no fue impuesta ni precipitada. Álvaro confesó a su padre que su auténtica vocación no estaba entre planos y cálculos, sino al lado del toro bravo. Desde entonces, se ha preparado para asumir un puesto que no admite improvisaciones ni medias tintas.
Eso sí, el relevo tendrá límites. Como ha dejado claro el propio Florito, su hijo asumirá solo el papel de mayoral. La tarea de veedor, con toda la exigencia que conlleva, no formará parte de sus funciones iniciales. La herencia es pesada, pero la intención es clara: Álvaro quiere hacerse un nombre por sí mismo, sin atajos ni privilegios.
Se va un trabajador silencioso, y llega una nueva etapa que quiere honrar esa misma filosofía. La plaza perderá a una de sus almas más veteranas, pero ganará una continuidad basada en el respeto, la vocación y el conocimiento transmitido de padre a hijo. Florito baja del caballo, pero deja una estela que seguirá marcando el rumbo en los corrales de la Monumental.
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