Efemérides

Cuarenta años del triunfo que consolidó a Espartaco en la cumbre del toreo

El 15 de mayo de 1985, bajo la lluvia y en la primera corrida del ciclo, Juan Antonio Ruiz "Espartaco" cortó las orejas de un toro de Alonso Moreno y abrió su única Puerta Grande en Las Ventas

Cuarenta años del triunfo que consolidó a Espartaco en la cumbre del toreo
Cuarenta años del triunfo que consolidó a Espartaco en la cumbre del toreoLa Razón

La memoria taurina de Madrid tiene fechas marcadas en rojo, y una de ellas cumple ahora cuatro décadas: el 15 de mayo de 1985, festividad de San Isidro, Juan Antonio Ruiz “Espartaco” salió por la Puerta Grande de Las Ventas tras una faena redonda al toro “Precioso”, de Alonso Moreno. Fue la única vez que lo logró en su brillante carrera, pero bastó para dejar una huella imborrable.

El sevillano llegaba lanzado tras cortar las orejas a “Facultades” en la Feria de Abril, saliendo por la Puerta del Príncipe. Aquel inicio de temporada había elevado su nombre a lo más alto del escalafón, y Madrid lo esperaba con la mirada fija y el nivel de exigencia al máximo. El ciclo de San Isidro de ese año fue rotundo, y Espartaco se convirtió en su primer gran triunfador.

La corrida inaugural del serial se celebró bajo la lluvia, con toros de Alonso Moreno de la Cova. En el cartel estaban Ruiz Miguel, Emilio Muñoz y el propio Espartaco, que vestía terno tórtola y oro, el mismo que había lucido en su éxito reciente en Sevilla. El tercero de la tarde, “Precioso”, nº 33, negro bragado, de 502 kilos, amplio de sienes y bajo de agujas, fue el toro con el que todo cambió.

El toro, serio y bien hecho, prometía embestidas nobles desde los primeros compases. Espartaco lo saludó con una larga cambiada en el tercio, lo templó a la verónica y cerró con una revolera. El ejemplar se fue a los terrenos de chiqueros tras el tercio de banderillas. El brindis al público fue el preludio de una faena medida, sabia y creciente, iniciada bajo una nueva cortina de lluvia.

No hubo probaturas largas. Desde el primer momento, Espartaco apostó por la ligazón, la técnica y el temple. Lo llevó a media altura al principio, cuidando sus fuerzas, y luego fue bajando la mano y apretando progresivamente. La faena, fundamentalmente por la derecha, fue ganando en ajuste y redondez. Una de las últimas tandas, de muletazos en compás muy cerrado, fue sencillamente soberbia. Un estoconazo en todo lo alto puso punto final.

Las dos orejas cayeron con fuerza y justicia. “Precioso” murió en los toriles y Espartaco salió en volandas de Las Ventas por primera y, a la postre, única vez en su carrera. Aquella tarde fue el sello definitivo de su consagración en la élite, días después de su impacto en Sevilla. A partir de entonces, el torero de Espartaco se convirtió en la brújula del toreo durante una década.

Lo que vendría después serían tardes de igual o mayor fondo artístico, juzgadas con una dureza proporcional al peso que cargaba quien era la figura dominante de su tiempo. Pero esa primera vez —la que abre puertas, la que rompe barreras, la que transforma expectativas en realidad— quedó grabada en la historia con el nombre de un toro: “Precioso”.