Recuerdo

Paquirri, el mito que nunca muere

Cuatro décadas después de su muerte, su figura sigue siendo un referente dentro y fuera del ruedo

Desde la tragedia de Manolete en Linares, en 1947, ninguna muerte de un torero había sacudido tanto a España con tanta intensidad como lo hizo la de Francisco Rivera «Paquirri». La tarde del 26 de septiembre de 1984, en la plaza de Pozoblanco, no solo se apagó la vida de un hombre, sino que nació una leyenda que, cuarenta años después, sigue tan viva como entonces. Paquirri no fue solo una figura del toreo; su trágico final lo elevó al estatus de mito, uno que aún retumba en la cultura española y en la memoria colectiva de aquellos que vivieron aquella jornada oscura.

La muerte de Paquirri dejó una cicatriz en la historia taurina de España, que aún resuena como un eco interminable de su valentía y sacrificio en la plaza. Su figura no se define únicamente por su trágico desenlace, sino también por el recorrido de un hombre que, desde niño, vivió para y por el toro. En el ruedo fue un maestro, no solo en técnica, sino en un concepto que parece perdido en los tiempos modernos: la ética de trabajo.

Paquirri lo daba todo. Cualquier plaza, grande o pequeña, era para él una oportunidad de demostrar su valía. En sus manos, la muleta y la espada se convertían en herramientas para conquistar al público con una mezcla de coraje, técnica y entrega inquebrantable. Cada tarde salía a jugarse la vida, consciente de que el respeto no se gana solo con triunfos, sino con la autenticidad de quien se enfrenta al peligro de cara, con el pecho por delante. Su legado es el de un hombre que vivió con la firmeza de un guerrero y con la sensibilidad de un artista. «Era un hombre de una nobleza excepcional, con un corazón generoso y auténtico. No tenía dobleces y si te tenía que decir algo, lo hacía con total sinceridad. Tenía una fuerza interior única, diferente a cualquier otro», confesó a LA RAZÓN Vicente Ruiz «El Soro», el único diestro sobreviviente de aquella fatídica tarde y amigo personal de Paquirri.

Uno de los elementos que más destacaban en Paquirri era su exhaustiva preparación física y mental. La finca «Cantora», su refugio y bastión, era mucho más que un simple hogar: allí se convertía en un verdadero espartano del toreo, preparando cada compromiso con un rigor y disciplina que trascendieron su carrera. Su rutina era casi militar, y contagiaba a su cuadrilla de ese mismo espíritu.

No era solo una cuestión de estar en forma; Paquirri entrenaba para vencer, para dominar al toro y a sí mismo. Esa mentalidad de competidor nato lo acompañó desde sus primeros pasos en el ruedo hasta los momentos más oscuros de su vida, y probablemente, hasta sus últimos instantes en Pozoblanco. «Nunca se rendía, tenía una capacidad de sacrificio brutal, una resistencia al sufrimiento y una voluntad inquebrantable para conseguir lo que se proponía», describió El Soro.

Pero Paquirri no solo destacaba por su preparación. El dominio que tenía de todos los tercios de la lidia, desde el manejo del capote hasta su gran maestría con las banderillas, lo convirtieron en un torero completo, temido y admirado por igual. Aunque su estilo no era el más estético, su entrega y la profundidad de su toreo le dieron una personalidad propia. Era un torero técnico, sí, pero también emocional, y sabía transmitir esa mezcla a los tendidos. Nunca dejó indiferente a nadie.

Pese a todo lo que logró, Paquirri era consciente de la competitividad y la dureza de su oficio. El propio Pepe Camará, su apoderado y mentor, le inculcó una filosofía de vida que marcaría su carrera: «Aprende a ser yunque para cuando seas martillo». Y así fue. Paquirri supo aguantar los golpes en sus inicios, forjando su nombre poco a poco hasta que llegó el momento de ser el líder indiscutible de su generación. No solo se medía con los más grandes del momento, como El Cordobés o Paco Camino, sino que en muchas ocasiones los superaba. La cornada que acabó con su vida en Pozoblanco no fue la primera. Ya antes había tenido que lidiar con graves heridas que habrían retirado a otros toreros. Pero él siempre volvía, más fuerte, más determinado.

La carrera de Paquirri, marcada por los desafíos constantes, era el reflejo de una tenacidad que no se rendía ni ante el dolor físico ni ante las dificultades del destino. «Era un caballero tanto en la plaza como fuera de ella y un maestro en todo», señalaba El Soro, conmovido al recordar los momentos compartidos con su amigo.

Un icono más allá del toreo

Fuera del ruedo, la figura de Paquirri también era inmensa. No solo era el torero más popular de su tiempo, sino también una celebridad que trascendía el ámbito taurino. Su matrimonio con Carmen Ordóñez, la hija del mítico Antonio Ordóñez, fue en su momento uno de los eventos sociales más importantes del país. Juntos formaban una de las parejas más admiradas de la época, y la prensa del corazón los seguía allá donde fueran. Tras su separación, su relación con Isabel Pantoja, quien se convertiría en la «viuda de España» tras su muerte, solo acrecentó esa proyección pública.

Sin embargo, a pesar de la intensa vida social que lo rodeaba, Paquirri nunca perdió de vista su verdadero foco: el toro. Ni el glamour ni la popularidad lograron distraerlo de su verdadero amor, la tauromaquia. Su carrera y su vida personal se entrelazaron de tal manera que, incluso en los momentos más complicados, Paquirri siempre encontró refugio en la plaza. Allí, frente al toro, era donde encontraba la paz y donde se reafirmaba como el torero que siempre quiso ser.

La España de los años 80 vivía un momento de transición en muchos aspectos, y la figura de Paquirri, entre el tradicionalismo taurino y la modernidad que representaba su vida pública, encarnaba esa dualidad. Pero, por encima de la farándula y ese profundo impacto que producía el toreo en todos los círculos sociales, quedó el legado de un hombre que amaba profundamente su profesión y que murió haciéndola.

Inmortalidad en Pozoblanco

La tarde en Pozoblanco marcó un antes y un después en la historia del del toreo y la España contemporánea, que paralizada frente al televisor, vio cómo uno de sus grandes caía herido de muerte. Las imágenes de Paquirri en la enfermería, pidiendo a los médicos que abrieran todo lo que tuvieran que abrir mientras mantenía la calma, se grabaron para siempre en la memoria del país. No fue solo la muerte de un torero; fue el nacimiento de una leyenda. Para El Soro, aquella tarde fue una de las más tristes de su vida: «Me destrozó por completo. Su muerte fue un golpe devastador, y me sentí tan abatido que pensé que no podía seguir».

Cuarenta años después, su nombre sigue presente en las plazas y en la cultura popular. Sus hijos, Francisco y Cayetano, han continuado su legado, pero el mito de Paquirri va más allá de la dinastía familiar. Es un símbolo de valentía, entrega y sacrificio, valores que nunca se desvanecen con el tiempo. Su muerte se convirtió en uno de esos momentos que trascienden el tiempo y se convierten en parte de la historia de un país.

Hoy, al recordarlo, no solo celebramos al torero que fue, sino al hombre que convirtió su pasión en una forma de vida. Paquirri dejó un legado que va más allá de la arena ensangrentada de Pozoblanco. Nos dejó una lección de coraje, una de esas que, como su propia vida, se forjan con dolor, esfuerzo y una voluntad indomable.

Los momentos clave de la vida de Paquirri

Francisco Rivera «Paquirri» creció rodeado del ambiente taurino que lo llevaría a convertirse en una de las grandes figuras de la tauromaquia. Hijo del novillero Antonio Rivera y hermano del matador José Rivera «Riverita», su destino estaba marcado desde muy joven. Desde sus inicios como novillero hasta su trágica muerte en Pozoblanco, la vida de Paquirri estuvo llena de éxitos y sacrificios que lo llevaron a convertirse en leyenda. A continuación, se destacan los hitos más importantes de su carrera y vida personal.

  • 16 de agosto de 1962: Debut como novillero en Barbate con la ganadería de Núñez Polavieja.
  • 28 de junio de 1964: Debut en novillada con caballos en la plaza de Cádiz, alternando con José González Copano y Rafael Jiménez Márquez.
  • 1 de mayo de 1966: Corta tres orejas en una novillada en Sevilla, destacando su presencia en plazas importantes.
  • 17 de julio de 1966: Se frustra su alternativa como matador en la Monumental de Barcelona, con Antonio Bienvenida como padrino. Aunque fue cogido en el muslo, esta fecha marca su primera gran prueba.
  • 11 de agosto de 1966: Consuma su alternativa en Barcelona, con Paco Camino como padrino y El Viti de testigo. Los toros llevaban el hierro de Carlos Urquijo.
  • 18 de mayo de 1967: Confirma la alternativa en Las Ventas de Madrid con Paco Camino de padrino y José Fuentes de testigo.
  • 24 de mayo de 1979: Cuaja en Las Ventas al toro «Buenasuerte», de Atanasio Fernández, la faena más importante de su vida. Cortó las dos orejas en un cartel que completaron El Viti y Palomo Linares..
  • 1966-1984: Sale seis veces por la puerta grande de Las Ventas y cinco más por la Puerta del Príncipe de Sevilla, consolidando su figura en la historia del toreo.
  • 26 de septiembre de 1984: Fallece trágicamente tras ser corneado por el toro «Avispado» en la plaza de Pozoblanco, Córdoba.