Aniversario

El torero rubio como la cerveza

Se cumplen 35 años de la muerte de Antonio Márquez, el llamado Belmonte rubio. Un torero de extraordinaria personalidad y cuya unión con Concha Piquer, que le dedicó su famosa copla “Tatuaje”, dio mucho que hablar

Recorte con el capote de Antonio Márquez
El torero rubio como la cervezaL.R.

A causa de una cardiopatía, cuando contaba 89 años, el 13 de noviembre de 1988 falleció en Madrid Antonio Márquez Serrano, diestro al que hay que colocar entre los más destacados de la segunda década del siglo XX.

Nacido en Madrid el 23 de 1899, en el cuartel de la Guardia Civil de la calle de Toledo en el que por entonces servía su padre. Antes de sentir la llamada del toreo trabajó de carbonero, en una peluquería, en un matadero de cerdos y de cobrador de recibos en la Compañía Telefónica, entre otros muchos empleos esporádicos y mal remunerados.

Tras tomar parte en becerradas, capeas y festejos menores, se vistió de torero por vez primera el 4 de julio de 1915 en la madrileña plaza de Vista Alegre, aunque no debutó en festejos picados hasta el 27 de mayo de 1917, fecha en que hizo el paseíllo en otro pequeño coso madrileño, el de Tetuán de las Victorias. Se presentó en el ruedo de la capital como novillero el 17 de octubre de 1920, estoqueando con Jumillano y Valencia II ganado de Matías Sánchez. Antes había toreado en Sevilla, en la única novillada en la que actuó en La Maestranza, el 18 de mayo de 1919, con reses de Antonio Fuentes, matando cuatro novillos por cogida del Andaluz.

Tomó la alternativa en Barcelona el 24 de septiembre de 1921, al cederle Juan Belmonte el toro “Molinero”, de González Nandín, actuando de testigos Sánchez Mejía y Granero. No toreó en la temporada de 1922, ya que tuvo que hacer el servicio militar en el ejército de operaciones en Marruecos, por lo que no pudo confirmar su doctorado hasta el 17 de mayo de 1923, en la corrida de Beneficencia, alternando, con Maera, que su padrino, Marcial Lalanda y Nicanor Villalta, lidiándose cuatro toros de Villamarta y cuatro de Contreras. Clarito comentó así aquella corrida: “Los cuatro diestros del cartel de la Beneficencia el 17 de mayo de 1923 Márquez, que confirmaba su alternativa; Maera, padrino del acto; Marcial Lalanda y Nicanor Villalta se bastarán para completar una temporada. Antonio Márquez triunfador en los tres tercios de la lidia esta tarde de su solemne confirmación es torero, banderillero y estoqueador; todo en una pieza; en una armónica y elegante pieza. Torea de capa y muleta natural y templadamente. Quiebra en el platillo de la plaza par que Saleri II y él, ufanos de su espectacularidad, llevan en su repertorio, mata decidido, conservando en la ejecución de la suerte la severidad y ritmo que son base de su personalidad y estilo. De un estilo inapreciado por la sorprendente fuerza del conjunto de su saber; pero que irá resplandeciendo".

En 1924, después de torear 33 tardes, viajó a Méjico para torear otras 15 corridas de toros. Una enfermedad le impidió cumplir todos los contratos que tenía firmados para la temporada siguiente, en la que pese a todo intervino en 54 corridas.

En 1926 lo hizo en 58 y en la siguiente en otras tantas. A partir de ese momento decidió recortar su número de actuaciones toreando sólo 29 tardes en 1928 y 37 en 1929. Viajó de nuevo a Méjico y en España cumplió 51 compromisos en 1930.

Al año siguiente decidió retirarse temporalmente del toreo, aunque todavía toreó tres tardes. Volvió a torear en 1933 y en 1936 puso fin definitivamente a su carrera en los ruedos.

En diciembre de 1927 anunció su boda para el 8 de aquel mismo mes con la señorita cubana (de origen vasco) Ignacia de Arechavala, a quien, al parecer, habría conocido en una travesía en barco desde Méjico a España. Pero el destino quiso que su camino se cruzara con el de Concha Piquer, la 'emperatriz de la copla', que “Ya me había fijado en sus ojos azules y pensé que aquel hombre no se me podía escapar”.

Y así fue, y desafiando las convenciones sociales, ya que entonces no estaba legalizado el divorcio en España, se fueron a vivir juntos y fruto de esta relación nacería su única hija, Concha Márquez Piquer, esposa más tarde de Curro Romero. Antonio Márquez ejerció durante los siguientes veinte años como representante de la gran artista valenciana, que en su honor cantó, en una de sus coplas de más éxito, Tatuaje, una estrofa que se haría famosa: “Era alegre y rubio como la cerveza/Y sus ojos claros prendaron a Yvonne”.

En el obituario que publicó en ABC Luis Calvo recordaba que Márquez reconocía que para ser toreros había que estar loco: “Yo estaba loco. No recuerdo nada. Es decir, sí. Recuerdo que una vez puse en Bilbao un par de banderillas al cambio y me ajusté tanto al toro que se me llevó en su cuerno izquierdo unos calamares de la chaquetilla, y la gente, regocijada, sacó los pañuelos y me pidió la oreja, y hasta se enfureció mucho con el presidente. Los periódicos dijeron al otro día que nunca había ocurrido tal cosa era una plaza de toros. Yo, es que de verdad estaba loco en aquellos tiempos lejanos”.

Para José María de Cossío “En Márquez no hubo deslumbramientos por fulguraciones espectaculares. Recorre su camino sin precipitaciones, afirmando siempre el terreno ganado. Conquista su cartel sin desmayos y con decisión firme de llegar a la cumbre”.

Según Néstor Luján “Si Chicuelo imprimió la gracia al toreo belmontino, Márquez le dio la serenidad académica. Con el capote a la verónica no ha sido superado, en los tiempos modernos, en sobriedad, en temple y en los cánones puros de la suerte. Tenía una esbeltez inolvidable. Su media verónica era impresionante. Erguido y gallardo, llevaba al toro prendido en los vuelos de su capote y lo enfajaba lenta y soberanamente a su cintura; al rematar la suerte, soltaba con una mano la capa, que se derramaba con una dócil fidelidad a sus pies. Esta suerte era peculiar de Márquez y es fama que nadie ha podido reproducirla. Como banderillero al quiebro, fue el mejor y el más completo, en sus días. Como muletero fue muy bueno, de gran temple y serena inteligencia”.

Lo bien cierto es que tuvo una extraordinaria personalidad, logrando destacar merced a la elegancia y el clasicismo que supo imprimir a su toreo; fue notable banderillero lo mismo practicando el quiebro que yendo a los toros de frente y mató frecuentemente ejecutando el volapié sin mixtificaciones. Márquez está dentro de ese corto número de toreros que llevan los toros toreados. Toreaba sin precipitación y sin violencia, con suavidad y con temple, desde que iniciaba el muletazo hasta su remate. ¿Qué le faltó, pues, a Antonio Márquez? Le faltó el calor y la vibración que debe tener toda obra que se realiza para producir encendido arrebato, y aunque su arte no podía desvanecerse, por ser puro, el que lo practicaba no sintió ganas de pelea. Su arte se abrió a los estímulos de la influencia belmontina, y por esto, acaso, llamaron algunos a Antonio Márquez "el Belmonte rubio”.