Feria de San Isidro
Las Ventas, donde aún se mide todo por el toro
Con 28 festejos, siete encastes y 23 hierros escogidos con criterio, San Isidro se reafirma como el gran termómetro de la diversidad, la bravura y la seriedad del toro actual
En la tauromaquia contemporánea, donde la pirotecnia del cartel suele eclipsar la raíz del rito, Madrid mantiene el equilibrio en una fórmula que solo allí puede sostenerse: dar al toro la condición de eje, juez y medida de todo cuanto ocurre en la arena. El San Isidro de 2025, que arranca este viernes 9 de mayo con 28 festejos distribuidos en 23 corridas de toros, tres novilladas y dos corridas de rejones, se sostiene —una vez más— en esa premisa. Que la fiesta sea lo que el toro proponga. Que la verdad llegue desde toriles.
La duración misma del ciclo es lo que permite a San Isidro convertirse, cada año, en la gran abanderada de la variedad. Ninguna otra feria del mundo, por número de festejos, puede permitirse el lujo —ni la responsabilidad— de lidiar tantos encastes diferentes en tan corto espacio de tiempo. Madrid ofrece, en apenas un mes, un escaparate real de la diversidad genética del toro bravo, algo que en otras plazas solo se puede observar disperso a lo largo de toda la temporada. Aquí conviven Domecq con Santa Coloma, Núñez con Gamero Cívico, Murube con Albaserrada. No es solo una cuestión de nombres: es un ejercicio de pluralidad ganadera que tiene en la plaza de toros de Las Ventas su mejor vitrina.
Este año, más que en otros, esa centralidad del toro cobra un valor especial. No solo porque se ha producido una criba evidente en el número de ganaderías anunciadas —23 frente a las 29 del pasado año, sino porque la elección responde a un criterio de coherencia y funcionalidad: se reduce el número, sí, pero se apuesta por ganaderías con fondo, con estructura y, sobre todo, con la capacidad de cubrir las exigencias que impone esta plaza. Madrid no ha bajado el listón, y el campo bravo aún acusa las secuelas de un periodo económico adverso.
La reducción también alcanza al número de encastes presentes, que este año serán siete: Domecq, Albaserrada, Murube, Núñez, Santa Coloma, Atanasio-Lisardo y Gamero Cívico. Menos variedad, en apariencia, pero una apuesta más realista ante un contexto en el que cuesta no ya encontrar un encaste diferente, sino simplemente completar una corrida con seis toros aptos para Las Ventas. El toro de Madrid no solo se mide en trapío y pitones: se mide en la edad, en la seriedad, en la integridad. Y eso es caro. Muy caro.
En 2024, por ejemplo, se lidiaron 168 reses en total (136 toros, 14 más para rejones y 18 novillos), pertenecientes a 35 hierros distintos, aunque solo se anunciaron 29. El baile de corrales, los rechazos en el reconocimiento y los remiendos de última hora (sobreros incluidos) hicieron que hasta seis ganaderías no previstas terminaran completando el ciclo. Una feria de 28 festejos con 35 divisas es, cuanto menos, un aviso. La dificultad para reunir seis toros válidos es ya una constante. Lo fue en 2024 y se prevé que lo siga siendo.
El toro de mayor volumen
A ello se suma la presión del volumen. En la pasada edición, el peso promedio de los toros a pie fue de 565 kg, catorce más que el año anterior. Los de rejones subieron 11 kilos en promedio hasta 568 kg y los novillos alcanzaron una media de 500 kg (también aumentó el promedio en 3 kilos). Lo que en principio no es más que un dato estadístico, esconde en sí mismo una tendencia peligrosa. Nada nueva, por cierto, pero muy preocupante, mucho más cuando en las últimas semanas hemos evidenciado en Madrid como una corrida de Santa Coloma (estirpe menuda y armónica en sus hechuras prototípicas) superó los 609 kg de media, con ejemplares que llegaron a los 629. Este fenómeno tiene doble lectura: por un lado, confirma el aumento de exigencia morfológica; por otro, plantea dudas sobre si tanto peso sigue siendo funcional para el tipo de lidia que se busca.
Ese nivel de exigencia es también responsable de algunas ausencias llamativas este año. Ganaderías como Santiago Domecq o Baltasar Ibán, que dejaron una gran imagen en 2024, no han podido regresar a San Isidro por no contar con una corrida completa con las condiciones que demanda Madrid. En el caso de Miura, la situación parece obedecer más a criterios comerciales, dado que se trata de una casa con una morfología que le permite cumplir con comodidad suficiente las exigencias para presentarse en cualquier plaza. En su lugar, aparecen divisas como las de Dolores Aguirre, Araúz de Robles y Pedraza de Yeltes, que ofrecerán nuevas lecturas y perfiles dentro del ciclo.
Volviendo al San Isidro 2024, que no hubiera ni una sola vuelta al ruedo oficial en todo el ciclo también da que pensar. Sobre todo, porque no fue por falta de candidatos. Hubo toros que dejaron una impresión muy por encima de la media, como «Bastonito», de Baltasar Ibán; «Orgulloso», de Fuente Ymbro; «Periquito», de La Quinta; «Espadachín», de Toros de El Torero; «Dulce», de Victoriano del Río; o «Garañuelo», de Victorino Martín. También los hubo en la camada de Santiago Domecq, con nombres como «Tejonero» y «Experto». Todos ellos ofrecieron embestidas repletas de bravura, calidad, fijeza y transmisión. Seguramente alguno o varios de ellos de verdad merecieron tal reconocimiento, ya que no es fácil que un toro embista con tantas cualidades en un ruedo tan exigente como el madrileño, pero a veces lo que debería ser un rigor constante y bien entendido desde el palco, se convierte en puntual intransigencia con nombre y apellido.
Más allá de esto, es imposible olvidar, no solo los ejemplares mencionados (y alguno más), sino encierros completos de juego extraordinario, como las corridas de Victorino Martín y Santiago Domecq en la lidia a pie, la de El Capea entre las de rejones, y la novillada de Fuente Ymbro.
Otro dato que marca la diferencia es la edad: de los 150 toros lidiados a pie en 2024, 87 eran cinqueños. Es decir, el 58% del total. Una proporción que va en aumento y que vuelve a poner el foco en la inversión ganadera. Criar un toro bravo ya es costoso. Mantenerlo hasta los cinco años, con los estándares de alimentación, sanidad y presentación que exige Madrid, lo es todavía más. Y no todas las ganaderías pueden asumirlo.
En ese marco, la figura de Florito se reafirma como una de las piezas más valiosas de la estructura venteña. Como mayoral jefe, sigue al frente del apartado y del criterio técnico en la elección de toros. Su continuidad garantiza que el proceso siga siendo riguroso, técnico y ajustado al sentido histórico de lo que esta plaza representa. Bajo su mirada, el toro no es una pieza más del engranaje: es el centro del juego.
La presencia mayoritaria de ganaderías adscritas a la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia —22 de los 23 hierros anunciados en el ciclo— no responde a una decisión conmemorativa, sino a un hecho estructural: la RUCTL es la asociación más antigua y la más representativa del campo bravo. Su peso histórico e institucional la convierte, por lógica, en el gran eje vertebrador de la oferta ganadera en una feria como San Isidro. Que esta coincidencia se dé justo en el año en que la entidad celebra su 120 aniversario añade un valor simbólico, pero no altera la lógica del fondo: en Madrid lidian los que están en condiciones de venir. Y la mayoría de ellos, casi por definición, están en la Unión. El homenaje que la entidad recibirá durante la feria de San Isidro es un reconocimiento mucho más que merecido a una labor de la que, además de pioneros, se han convertido en ejemplo.
Y si hablamos de reconocimientos merecidos, la corrida In Memoriam dedicada a Victorino Martín Andrés es prueba de que la afición no olvida. No es un simple homenaje a uno de los grandes nombres de la ganadería moderna. Es una forma de recordar que el toro sigue siendo, en esencia, el que pone a todos en su sitio. La memoria de Victorino es también la memoria del toro que emociona, que impone, que exige. Ese que, cuando aparece, cambia el rumbo de una feria.
San Isidro 2025, en definitiva, no es una feria de nombres, sino de fondo. De base ganadera, de criterio, de respeto a la raíz y a lo que da sentido a todo. Con menos ganaderías, con encastes seleccionados y con el toro —otra vez— en el centro del ruedo. Madrid no se ha rendido al espectáculo vacío. Aquí sigue habiendo verdad. Y mientras eso se mantenga, el alma de Las Ventas seguirá rugiendo.
El Batán vuelve a perderse en el olvido
Tres años después del anuncio institucional que prometía su reapertura, la Venta del Batán sigue sin ejercer el papel que históricamente tuvo como antesala de la Feria de San Isidro. Aquella visita de diciembre de 2021 de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida quedó en una declaración de intenciones sin recorrido práctico. Hoy, los corrales del Batán solo acogen a los sobreros de la temporada, mientras que los toros titulares pasan directamente a los corrales de Las Ventas, sin que el aficionado pueda verlos antes. El sector ganadero ha reclamado, sin éxito, que se habilite el recinto como espacio voluntario de exhibición y que el primer reconocimiento veterinario se realice allí, antes de someter a los toros a la exposición pública. Nada de esto se ha materializado. El abandono técnico y estructural del recinto impide que el Batán recupere su rol como punto de encuentro entre afición, ganadero y toro. Un espacio simbólico que Madrid aún no ha sabido devolver a la vida.