Buscar Iniciar sesión

"Tosca" en clave nacional

Emiliano Suárez ha querido plantear una traslación temporal a la España franquista del siglo XX
Una escena de "Tosca" en Garage Lola, en Madrid
Una escena de "Tosca" en Garage Lola, en MadridArchivo
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

Creada:

Última actualización:

Hay que aplaudir siempre iniciativas como las que habitualmente toman cuerpo en este insólito y alejado rincón del barrio madrileño de Tetuán, de algunas de las cuales nos hemos hecho eco en estas páginas. Tienen su mérito considerando las limitaciones de espacio y de tiempo. Y que la parte instrumental ha de ser servida usual y lógicamente desde el teclado. La imaginación y la paciencia son cualidades que juegan importante papel. En esta oportunidad se ponía en escena nada menos que “Tosca”, un título esencial del verismo que cuenta, con el telón de fondo de las luchas napoleónicas y de los manejos políticos derivados, una bella y sacrificada historia de amor. La trama se ajusta a hechos históricos, de los que se nos ofrecen datos en el libreto de Giacosa e Illica.
Es muy habitual en estos tiempos, en los que se ha abierto la espita para fantasear y enmendar la plana a los autores, trasladar la acción a tiempos posteriores e incluso a inventarse hechos, circunstancias históricas y personajes. Procedimientos a veces peligrosos que trastocan el argumento, las situaciones y el carácter de los personajes. La inventiva de Emiliano Suárez es muy rica, como ha demostrado ya en ocasiones anteriores con notorio éxito. En “Tosca” ha querido plantear una traslación temporal a la España franquista del siglo XX; años 70 se nos dice. Con ello los personajes pierden parte de su entraña e identidad primigenias y se nos ofrecen como figuras alusivas y reconocibles.
Así el pintor Cavaradossi deja de ser un revolucionario político perseguido por la policía para ser solamente un pintor que adopta, enseguida lo vemos, la identidad de Picasso. Es calvo como él y va vestido de la misma guisa: bermudas, niki rayado. Scarpia va ataviado con el tan conocido y temido uniforme de los llamados grises. A Tosca se le quiere dar un cierto aire a lo Ava Gardner, aunque eso no queda tan evidenciado. La intención es buena, pero la catadura de estos personajes así dibujados no conecta realmente con la acción original, que aparece como impostada en perjuicio de las intenciones del compositor.
El personaje de Cavaradossi, joven, temperamental e impulsivo, tiene poco que ver con el que se nos pinta: mayor, escasamente poético, poco elevado. Scarpia es en origen un personaje cínico, lujurioso y cruel, no exento de rara elegancia, que no se corresponde con el zafio jefe de los grises que se nos pinta. En esta propuesta del Garaje Lola, Tosca es una joven menos sentidora, más cruel, de matices menos interesantes que los del original.
Hay por todo ello, creemos, una falta de correspondencia, de ajuste fino, entre lo propuesto en la ópera y lo que vemos. Por no hablar, claro, de que el texto cantado va, como es lógico, por otro camino. En todo caso, es muy hábil el planteamiento musical. Hay lógicos cortes en la partitura -gran parte del acto primero, con un resumido y lógicamente pálido “Te Deum” en el que el coro es sustituido por tres voces masculinas, que en momentos determinados dan vida al Sacristán, Spoletta o Angelotti- ciertos instantes del segundo y sobre todo del tercero en el que se elimina la presencia de Tosca en el dúo en el que Cavaradossi entona aquello de “O dolci mani”. No se sabe muy bien por qué, Tosca se cambia de traje poco antes del final (?).
Con tantos condicionantes es evidente que la imagen sonora y plástica de una ópera como esta es muy incompleta. Aunque hay que reconocer que la labor musical, con los medios a disposición, fue plausible. Al piano estuvo el seguro, musical, expeditivo y contundente (a veces en exceso) José Ramón Martín Díez. Tosca fue la blonda ucraniana Irina Abramenco, una soprano lírica de buena proyección, sonora impostación y rotundos y en algún caso apuradillos agudos (Si y Do). Su timbre pierde pureza en determinadas zonas de la emisión, pasajeramente nasales. Vibrato acusado. Dotó de cierta elegancia a la diva, aunque faltaron pianos. Cuando, tras matar a Scarpia, pronuncia su célebre frase de despedida esperábamos que dijera: “Avanti lui tremaba tutto Madrid”. Pero no: pronunció la palabra “Roma”.
El ya maduro Shalva Mukeria (59) cantó, como siempre ha hecho, con seguridad y buen estilo, aunque su voz, muy débil en graves, no tiene el peso requerido de un lírico. Siempre ha sido un ligero y, más tarde, un lírico-ligero. Sigue proyectando bien en la zona alta, donde tiene brillo. Su canto no es variado aunque sí ortodoxo. Un muy pálido Cavaradossi/Picasso. Manuel Mas es un barítono de buenas hechuras, de sonido homogéneo y bien proyectado, de atractiva penumbrosidad, aunque de relativo metal. Frasea correctamente, pero sin la intencionalidad, la variedad y la finura que pide el sádico jefe de policía.
David Barrera, tenor, y David Cervera y Alejandro Sánchez, barítonos, estuvieron más que correctos en sus abreviados papeles secundarios y formaron un curioso corito al final del “Te Deum”. Con todo, y admitiendo lo discutible de esta puesta en escena y de la limitada realización musical, el resultado, como se ha indicado, no dejó de tener cosas positivas. Un aplauso para una iniciativa como esta, poblada de peligros, en alguna medida inteligentemente salvados. Al fondo del garaje se colocó una pintura seudopicassiana de Miguel Caravaca. Nada que ver, claro, con el retrato de una Madonna, cuyos ojos, como insiste Tosca han de ser neri. Unos 70 espectadores aplaudieron cálidamente.