Woke contra woke : la caída de la cultura "progre"
La política de integración de minorías ha dividido a los progresistas, ha creado recelo en las empresas y se ha convertido en un negocio para algunas personas
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«El movimiento DEI (Diversidad, Equidad, Inclusión) se está encontrando cada vez con más oposición, siendo criticado incluso dentro del propio movimiento woke y fracasando en sus intentos de lograr mayorías». La representación, especialmente aquella relacionada con la raza o características físicas como la obesidad, las discapacidades o cualquier otra particularidad asociada a lo «no normativo» ha sido un tema de creciente relevancia en la sociedad estadounidense, particularmente en la industria del entretenimiento. Esta idea se inserta dentro de la perspectiva conocida como DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión), que inicialmente buscaba ofrecer una representación más adecuada de la diversidad social. En otras palabras, se trataba de asegurar que en los puestos de poder y en los referentes culturales hubiera personas que no encajaran en el modelo tradicional de lo que los movimientos «woke» definen como cishetero normatividad, es decir, personas heterosexuales, varones y, generalmente, blancos.
Esta perspectiva ha logrado un éxito rotundo entre la izquierda estadounidense, especialmente en universidades y empresas que han tratado de ajustarse a las demandas de inclusión, lo que ha implicado un esfuerzo económico colosal. Según el informe de McKinsey & Company de 2023, titulado «Diversity, Equity and Inclusion Lighthouses», se estima que en ese año se gastaron a nivel global 7.5 mil millones de dólares en políticas de inclusión, y se proyecta que esa cifra aumente hasta los 16 mil millones para 2026.
La mayoría de las empresas estadounidenses ya cuentan con un comité de inclusión, encargado de velar por la implementación de una «representación adecuada». Sin embargo, estos comités han sido objeto de duras críticas, pues se basan exclusivamente en criterios no profesionales. En lugar de valorar la capacidad de una persona para desempeñar un puesto, se priorizan factores como el color de piel, el sexo o el tipo de cuerpo. Barri Weiss, periodista y exeditora del New York Times, ha criticado abiertamente la expansión de estas políticas desde su propia experiencia, señalando que en lugar de centrarse en las habilidades de la persona, se da más importancia al volumen de ataques que «su colectivo haya sufrido», lo que lleva a la creación de una élite ficticia basada en supuestas opresiones históricas. En este contexto, el sector del entretenimiento ha sido el más influenciado por las políticas de «Diversidad, Equidad e Inclusión» (DEI), aunque también el ámbito político, casi exclusivamente dentro del partido demócrata, ha experimentado los impactos de estas directrices.
Dentro de estos comités, se ha buscado incluir de manera masiva a personas de diversos orígenes y características, sin considerar necesariamente las capacidades o necesidades específicas de los puestos. Sin embargo, este enfoque ha generado una fuerte reacción negativa por parte de la sociedad. Curiosamente, también ha surgido una respuesta interna dentro de los propios grupos woke, quienes, en una batalla de suma cero, compiten por determinar quién está más o menos oprimido, lo que ha dado lugar a conflictos entre ellos mismos.
El enfoque en la inclusión, a menudo considerado forzado, ha sido calificado por muchos expertos como un error fundamental en la estrategia de cualquier empresa o servicio público. Mark Littlewood, director del Institute of Economic Affairs, señaló en su artículo «Obsessive woke posturing will cost companies dearly» que el constante enfoque en las políticas de inclusión no solo ha generado un gasto considerable en muchas empresas, sino que también ha tenido un efecto negativo doble: al desviar recursos hacia estas iniciativas, las empresas pierden de vista su producto final, lo que reduce la confianza de los consumidores.
Este fenómeno es particularmente notorio en el mundo del entretenimiento, incluyendo libros, videojuegos y películas. La expresión «Get Woke, Go Broke» –hazte woke, arruínate– se ha convertido en un lema para explicar cómo el exceso de inclusión, cuando se percibe como forzado o impuesto por decisiones corporativas, genera una respuesta negativa del público. Así lo señala también HDR América, a través del periodista John Corrigan, quien afirma que Hollywood está comenzando a cuestionar la implementación de cuotas de inclusión debido a la creciente oposición del público.
Franquicias
Y es que muchas producciones se han visto envueltas en polémicas constantes que han afectado de manera significativa su desempeño comercial. Ejemplos como «She-Hulk», «Los Anillos de Poder» o «Willow» han sido especialmente problemáticos. Estas franquicias, inicialmente populares y queridas, han recibido una respuesta negativa por parte del público, que siente que las tramas se ven sacrificadas en nombre de cumplir con las cuotas de inclusividad. Tanto She-Hulk como Willow fueron canceladas debido a sus bajas audiencias, mientras que «Los Anillos de Poder» ha visto caer drásticamente su audiencia: de 1.8 millones en su primera temporada a 900,000 en el estreno de la segunda temporada, según los índices de Nielsen, el principal medidor de audiencias.
La política woke ha seguido, en gran medida, las mismas líneas que en las empresas, mostrando resultados igualmente poco efectivos. Con la victoria de Trump como un claro ejemplo, la presunción de tratar de satisfacer a la mayor cantidad de minorías no sólo no ha logrado formar una mayoría electoral, sino que ha radicalizado aún más las posturas de muchos respecto a las políticas consideradas «woke».
Ipsos, una de las principales casas de estudios sociales a nivel mundial, publicó en marzo de 2023 un interesante estudio titulado «Americans divided on whether ‘woke’ is a compliment or insult». En este informe se revelaba que casi el 60% de los republicanos y el 42% de los independientes consideraban la palabra woke como un insulto. Lo llamativo, sin embargo, es que un 23% de los demócratas también compartía esa visión. Lo más revelador es que el 56% de la población estadounidense consideraba inadecuados los enfoques censores de las políticas woke. Si bien creían que se debía evitar las injusticias, estaban radicalmente en contra de lo que denominan «políticamente correcto».
Estos mismos datos fueron confirmados en el estudio de Data for Progress titulado «Voters Are Tired of the ‘‘War on Woke’’» de junio de 2024. En este informe, el 57% de los estadounidenses expresaba que el estado no debe aprobar leyes que limiten la libertad en nombre de la inclusión.
La campaña de Kamala Harris ha estado fuertemente centrada en aplicar la agenda DEI a ciertos grupos poblacionales, con el fin de atraer votos. Sin embargo, como ya pronosticaron los analistas Christopher Cadelago y Holly Otterbein en Politico este junio, el enfoque DEI, sin una aproximación seria a temas cruciales como la economía o el desarrollo industrial, acabaría por costarle la campaña a la vicepresidenta. Y, en efecto, parece que este pronóstico se cumplió. Minorías como los latinos, en lugar de votar mayoritariamente por los demócratas, se han dado la vuelta, apoyando en un 45% a Trump, lo que representa un aumento de más del 13% en solo cuatro años.
No obstante, esta inclusión forzada ha generado la ira del público que, en principio, podría haber estado a favor de estas ideas. Uno de los términos más relevantes al hablar de las políticas DEI es el de «Tokenización». Este anglicismo da una nueva perspectiva a la cuestión de la representación. Desde el mundo woke, se utiliza para señalar situaciones en las que hay representación, pero que, al mismo tiempo, se consideran incorrectas.
La tokenización se basa en la suposición de que ciertas personas son incluidas únicamente para cubrir cuotas de inclusión y llamar al público a consumir un producto o apoyar una causa. Como afirman los académicos Clayton Childress, Ikee Gibson y Jaishree Nayyar en su artículo «Tokenism and Its Long-Term Consequences», los «tokenizados» suelen tener poca relevancia real, ser «menos en proporción» o no mostrar de forma efectiva los rasgos y características de la comunidad que pretenden representar y dar voz.
Esto ha ocurrido en producciones como «Black Panther» o «Shaft», y también ha afectado a la propia Kamala Harris, quien ha sido acusada por ciertos sectores del partido demócrata de ser «demasiado blanca» para representar a los afroamericanos, siendo incluso tachada de «racista» por no representar completamente las causas woke. De hecho, el 18 de septiembre, la web Real Clear Politics difundió un testimonio de una mujer que afirmaba que las personas afroamericanas no debían «confiar en Kamala Harris».
Como se puede ver, la representación DEI está atrapada en un dilema contradictorio. A pesar del aumento de los presupuestos destinados a estas políticas, el público comienza a dudar de estas ideas. De igual manera, los propios miembros de la comunidad woke, en nombre de una inclusión «real», han empezado a rechazar las cuotas, considerándolas indirectamente racistas o discriminadoras, y una forma de limpiar la imagen de las empresas. Si el enfoque DEI continuará activo en el futuro es incierto, pero lo que parece claro es que la inclusión basada en cuotas y el énfasis en las minorías no le está gustando a nadie.
DEI, una idea que tenía buenas intenciones
La idea del DEI surge en 1961 impulsada por John F. Kennedy para proteger a la población afroamericana en Estados Unidos, asegurando su derecho a ir al colegio, asistir a eventos públicos o participar de la vida social. Sin embargo, su mayor desarrollo se produce en 1980, como reacción desde la izquierda a las políticas de Ronald Reagan, encontrando en las universidades un campo fértil para su expansión. Desde entonces, movimientos como, por ejemplo, MeToo, Black Lives Matter o corrientes indigenistas han adoptado el DEI para impulsar sus políticas, argumentando que es necesario crear una protección especial, así como normas propias para ciertos colectivos y poblaciones. Este éxito ha generado también una industria dedicada solo a la inclusión, tanto que, desde el año 2010 el número de personas contratadas por motivos de inclusión se ha cuatriplicado.