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La revancha mundial del «tigre» Gareca

Ricardo Gareca, seleccionador de Perú, juega con su nieto Benjamín sobre el césped después de un entrenamiento de la selección
Ricardo Gareca, seleccionador de Perú, juega con su nieto Benjamín sobre el césped después de un entrenamiento de la selecciónlarazon

Argentina le debe un campeonato del mundo, pero el «Tigre» Gareca nunca jugó un Mundial. El 30 de junio de 1985, la albiceleste se jugaba contra Perú la clasificación para el Mundial de México 86. Perdía por 2-1 cuando Gareca convirtió un remate al poste de Passarella en el empate a dos que daba el pase a los argentinos y dejaba a los peruanos fuera del Mundial. «La pelota de Daniel pegó en el palo y no entraba si no la metía yo de atropellada», recordaba hace unos años en una entrevista con los medios oficiales de la FIFA. Pero Bilardo lo dejó fuera de la lista de la selección que sería campeona en México. Passarella, que sí fue convocado, no disputó ni un minuto y el «Tigre» nunca más volvió a ponerse la camiseta de su país. «Arranqué como titular frente a Venezuela, reaparecí contra Perú y convertí el gol. No estaba bien anímicamente, tenía expectativas muy importantes en la Selección y no se me cumplieron. Fue un golpe muy duro no ir al Mundial», explica. Treinta y dos años después combate la frustración de aquel momento desde el banquillo de Perú. Los peruanos no se clasificaban para una Copa del Mundo desde 1986 y él puede disputar como entrenador el Mundial que no jugó como futbolista.

El «Tigre» está acostumbrado a tomarse revanchas desde el banquillo. A los 13 años acudió al estadio de Vélez a ver cómo su equipo se proclamaba campeón contra Independiente. A los siete minutos ya ganaba por 1-0, Vélez era campeón, pero Independiente consiguió dar la vuelta al partido y al campeonato. «Fue una de las primeras veces que mi viejo me llevó a la cancha. Ese tipo de cosas me ligaron mucho con este club», recuerda. Después, el destino quiso que fuera campeón con Independiente al ganar el partido decisivo a Huracán. Él marcó el último de los cuatro goles del «Rojo». Pero tuvieron que pasar 38 años para que compensara aquella frustración infantil. Llegaba a la última jornada del Torneo Clausura con un punto de desventaja sobre, otra vez, Huracán. Se enfrentaban los dos y Vélez se impuso por 1-0 para llevarse el campeonato. Su pena era que su padre, don Alberto, ya no estaba allí para verlo. Había fallecido un año antes.

Su vida como futbolista tampoco fue sencilla. Jugaba en Boca cuando llegó Maradona, pero nunca coincidió con el «10» porque lo cedieron a Sarmiento de Junín. Su venganza fue marcharse a River. «Me significó tener gente en contra y problemas en mi carrera. No me arrepiento, pero hoy lo analizaría de otra manera», asume. Las revanchas necesitan tiempo.