Coyuntura
La distribución de la población española, una anomalía en Europa
Es el país con mayor porcentaje de territorio deshabitado y más concentración de habitantes en zonas específicas, según un estudio del Banco de España
«España es diferente» en muchos aspectos, incluido el de la distribución de su población por su territorio comparada con la del resto de países europeos. Así lo ha constatado un reciente estudio del Banco de España que ha utilizado entre otros parámetros información sobre la población por cada kilómetro cuadrado de Europa (GEOSTAT 2011). Comparado con sus países vecinos, España presenta la mayor proporción de territorio deshabitado (casi el 90%) y también una mayor concentración de población en determinadas zonas. Además, según los autores de «The Spatial Distribution of Population in Spain: an anomaly in european perspective» (Eduardo Gutiérrez, Enrique Moral-Benito, Daniel Oto-Peralías y Roberto Ramos) esta realidad no se explica solo por las condiciones geográficas y climáticas. Tiene mucho que ver con la historia, los flujos migratorios de las últimas décadas y hasta motivos sociales, económicos y políticos con los que elaboran sus tablas.
Entre los países analizados, España, siendo el segundo más extenso, es el quinto en cuanto a población total. Únicamente el 12,7% del territorio está poblado, un dato solo comparable a las zonas más inhóspitas de la península escandinava o los Alpes. Por el contrario, es el segundo en cuanto a densidad total en las áreas habitadas (737), por detrás del caso singular de Malta.
Las altas temperaturas, la baja pluviosidad, la difícil orografía, la escasa fertilidad de los campos o la lejanía de la costa que caracterizan a buena parte de nuestro territorio «vacío» sustentan esta realidad. Pero eso no basta –según los autores– para explicar el reducido número de poblaciones en España, como sí ocurre en el caso de Finlandia por ejemplo. La «anomalía» española, asegura el estudio, no es un fenómeno reciente. Es heredero de la larga Reconquista, en la que la escasez de recursos materiales y humanos impedía garantizar la seguridad de los nuevos asentamientos: la población se concentraba –sobre todo en las inmediaciones del Tajo– en pocos núcleos bien defendidos y con una economía volcada en la ganadería. Esta peculiaridad se mantuvo a lo largo de los siglos, y de hecho la actual distribución de la población estaba ya presente a finales del siglo XVIII, antes de la «tardía» industrialización.
Usando técnicas de econometría espacial, el estudio sitúa a la mayor parte del territorio de las provincias de Badajoz, Cáceres, Ciudad Real, Albacete, Córdoba y Jaén con la menor densidad de asentamientos, mientras que la mayor está en Galicia, País Vasco y la provincia de Barcelona. En cuanto a densidad de población y asentamientos, considerando condiciones geoclimáticas, lideran el ranking las provincias de Madrid, Málaga y Barcelona. Las que exhiben las densidades más bajas son zonas que pertenecen principalmente a Teruel, Zaragoza, Ciudad Real, Albacete, Sevilla y Asturias.
El informe también analiza circunstancias más recientes como el éxodo rural –disparado entre 1950 y 1991–, la fiscalidad y variables políticas y demográficas. En función de ellas detalla los elementos que caracterizan a los municipios ubicados en estas áreas de baja densidad: son las que mayores pérdidas de población sufrieron entre 1950 y 1991, las que tienen mayor proporción de habitantes nacidos en la zona, las más alejadas de la capital de la provincia, con más porcentaje de población empleada en la agricultura y menores ingresos per cápita, aunque en términos de Paridad de poder adquisitivo no salen tan mal paradas. Se distinguen asimismo por más gasto público y menos recaudación per cápita. También son las que mayores aumentos en el voto regionalista experimentaron después de la crisis de 2008, aunque no se relacionan con el voto del descontento surgido en los últimos años, el de Vox y Podemos, más fuerte en grandes núcleos urbanos.
El estudio explora todas esas variables y las consecuencias macroeconómicas de los flujos migratorios en la realidad económica española. Recalca que las economías de aglomeración se basan en rendimientos crecientes a escala y menores costos de transporte, y refuerzan los vínculos entre empresas y proveedores, así como entre empresas y consumidores. «El vacío del territorio español puede, por tanto, influir en la distribución de la actividad económica entre firmas, sectores y espacio. La dinámica relacionada con la interacción entre los flujos migratorios internos y el proceso de cambio estructural de la economía española durante las últimas décadas puede también dar forma a la situación económica actual», dicen los autores.
El proceso de «urbanización» de la economía española
En un estudio complementario, «Tendencias recientes de la población en las áreas rurales y urbanas de España», los analistas del Banco de España destacan el auge de la tasa de urbanización con el éxodo rural (1950) y muestran que la migración internacional aumentó el número de habitantes en zonas urbanas y palió el envejecimiento de las rurales hasta 2010. «Una desigual distribución espacial de la población provoca una distribución desigual de las rentas, ya que las economías de aglomeración justifican una mayor retribución a los factores productivos en las zonas donde se concentran la actividad económica y la población. No obstante, en un contexto de cambio tecnológico e implantación del teletrabajo, acelerado por el covid-19, una posibilidad para mitigar estas desigualdades sería fomentar la digitalización de zonas rurales con mayores oportunidades de desarrollo, como polos de atracción para empresas y potenciales trabajadores», aseguran.
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