Análisis

El bucle presupuestario

El Gobierno confía en el aumento del PIB para reducir, pero solo en porcentaje, el déficit y la deuda. El Estado ingresará el próximo año un 39,7% más por los distintos impuestos a la electricidad

Documento del Proyecto de Ley de Presupuestos del Estado de 2022 presentado por la ministra de Hacienda a la presidenta del Congreso, en el Congreso de los Diputados
Documento del Proyecto de Ley de Presupuestos del Estado de 2022 presentado por la ministra de Hacienda a la presidenta del Congreso, en el Congreso de los DiputadosEduardo ParraEuropa Press

Jon Juaristi (Bilbao, 1951), poeta, novelista, ensayista, catedrático, vendió decenas de miles de ejemplares del ensayo «El bucle melancólico», aparecido en 1997. El libro, de alguien que como él mismo reconoce evolucionó desde la militancia en ETA en los años 60 de siglo pasado hasta un liberalismo convencional, fue un intento exitoso de explicar –de indagar más allá de lo obvio– el nacionalismo vasco y su deriva violenta, a través de sus figuras más desconocidas. Juaristi, que hace algún tiempo se declaró «una persona conservadora, pero no de una derecha extrema», no es probable que lea el «libro amarillo», resumen de los Presupuestos Generales del Estados que ayer presentó, con ciertas prisas y pocas ganas de entrar en muchos detalles, la ministra de Hacienda, la siempre vehemente María Jesús Montero. Hay lecturas más entretenidas, pero ese escritor encontraría bastantes «bucles» y algo de «melancolía» en esas cuentas. El primer «bucle», interminable, que se repite desde los tiempos de Adolfo Suárez, es el ejercicio de toma y daca con «indepes» y «nacionalistas» de toda clase y condición para lograr sus votos y que los Presupuestos salgan adelante. La melancolía, como apunta Juaristi que se remonta a Freud, entendida como «pérdida que escapa a la conciencia», llega por la asunción del pago de un peaje ineludible que, además, hay que renegociar de forma continua. Los números no mienten: el Gobierno prevé invertir un 6% más en Cataluña y un 8% menos en Madrid. También parte de un descenso de la inversión del 4,5% en el País Vasco, pero eso cambiará, igual que tendrá que sudar la camiseta, como anunció Rufián, y hará más concesiones a los «indepes» catalanes, algo que acentuará la melancolía.

Los Presupuestos alumbrados por el equipo de Montero, se supone que con la aquiescencia de la «vice» primera Nadia Calviño, que tendrá que explicarlos en Bruselas y quizá no sea tan sencillo, incluyen más bucles, además de consolidar la orgía de gasto público. El más trascendente de todos es que Sánchez y su equipo económico parecen confiar en su «baraka» para alcanzar sus objetivos. Los Presupuestos se basan en la confianza de que la economía crecerá lo suficiente en los próximos años y genere los ingresos necesarios para atender los gastos y cuadrar los números. Es posible, pero nadie lo garantiza. El razonamiento del Gobierno es aritmética simple, pero tienen que darse las condiciones. Si el PIB aumenta lo suficiente, el déficit y la deuda bajarán en términos porcentuales, sin hacer ajustes. El problema es que si no es así, como aventuran el FMI y la OCDE, todo puede saltar por los aires.

Los detalles que aporta la letra semipequeña de los Presupuestos anunciada ayer por la ministra Montero no aportan novedades sobre los primeros avances, pero sí matices importantes. El gasto total presupuestado para 2022 –página 105 del libro amarillo–, porque el gran reclamo es el gasto, siempre popular, alcanza los ¡527.108! millones de euros, incluidas operaciones financieras, pero sin contabilidad el gasto consolidado de todas las Administraciones Públicas, que las previsiones Funcas (Cuadernos de Economía, nº 284) elevan a los ¡606.400 millones! El Gobierno, además, calcula un déficit del 5% del PIB, pero siempre que la economía crezca un 7% y el FMI y la OCDE ya han dicho que no será tanto. Es decir, si hay menos crecimiento el déficit será mayor. Quizá por eso, los Presupuestos incluyan la previsión, menos aireada que el gasto, de que España tendrá que volver a endeudarse en 2022 en 242.846 millones de euros, de los que 80.000 millones serán deuda neta, que se sumará a los más 1,4 billones, con «b» de barbaridad que hay ahora. Todo apunta a que esos 80.000 millones de nuevo endeudamiento neto serán más o menos el déficit de 2022, más allá de lo que suba o deje de subir el PIB. Casi todo está en los números y hay muchas maneras de explicarlo, pero hay bastante más que el aplaudido «gasto social» que, como todo, tiene un precio.

Un refrán anglosajón afirma que «el diablo está en los detalles» y los detalles de los Presupuestos dicen que el Estado percibirá un 39,7% más por los impuestos a la electricidad en 2022 –página 232 del «libro amarillo»– y que los beneficios fiscales –deducciones sobre todo– subirán un 9,7% hasta los 41.939 millones de euros. Habrá más recaudación por IVA y por IRPF, aunque vuelve a aparecer el bucle. Hay más empleo, pero sobre todo público. Habrá más trabajadores que pagarán más renta, pero muchos recibirán sus ingresos del Estado. Dinero de ida y vuelta, pura melancolía.

Los detalles más novedosos y más alarmantes son los de los números de la Seguridad Social.Es la crónica, también melancólica de algo sabido, pero negro sobre blanco todavía impresiona más. La Seguridad Social gastará 181.081 millones de euros en 2022, de los que 171.165 se irán en pensiones. Para hacer frente a esas prestaciones, los ingresos por cotizaciones apenas llegan a los 136.345 millones de euros, lo que obliga al Estado a aportar otros 36.227 millones de euros. Sólo esa cifra es ya muy superior a los 27.000 millones que España espera recibir de los fondos europeos Next Generationy que, por supuesto, hay que dedicar a proyectos de futuro y de inversión aceptados por la Unión Europea, pero que también espera alguna reforma en materia de pensiones.

Los Presupuestos presentados y explicados ayer por María Jesús Montero, al margen de su publicitada cara social, abren numerosos interrogantes porque hay muchos números –los más llamativos los de las Seguridad Social– que no cuadran y que, abren la puerta a una próxima y generalizada fuerte subida de impuestos directos, pero también indirectos, el diésel incluido. No hay otra alternativa si nadie acepta reducir algún tipo de gasto y el Gobierno lo sabe. Es el bucle presupuestario, quizá también melancólico, a lo Juaristi.