Opinión
Felicitación de Navidad de Lagarde
El próximo día 15, el Banco Central Europeo felicitará las Navidades con otra subida de los tipos de interés, algo que puede ser doloroso, pero que no es una mala noticia a pesar de todo
Henry Hazlitt (1894-1993), filósofo y economista liberal americano, introductor en aquel país de las ideas de la Escuela Austríaca de Economía, tenía claro que «las causas de la inflación no son, como suele decirse, múltiples y complejas sino simplemente el resultado de la excesiva impresión de dinero». Puede ser discutible, aunque es la explicación más evidente, incluso desde el siglo XVII, cuando, por ejemplo, en España, para aliviar los agobios económicos de la Corona –derivados de las guerras en Flandes, sobre todo–, Felipe IV, con Olivares de valido, acuñaron moneda de vellón a mansalva, que retiró la buena, la de plata, y provocó una inflación generalizada.
El fenómeno, sin embargo, todavía es más antiguo y en el Imperio Romano hay documentados casos. John Maynard Keynes (1883-1946), referente ahora de cierta izquierda, ya advirtió en sus «Ensayos de persuasión» que «la inflación es injusta» y explicó cómo Lenin –esto algunos se lo han saltado– defendía la inflación como fórmula para socavar las monedas y el capitalismo. Ludwig von Mises (1881-1973), liberal de la Escuela Austríaca, pensaba que la «inflación era, esencialmente, antidemocrática», y William Röpke (1899-1966), alemán, el gran padre espiritual de la economía social de mercado, explicaba que «contra la inflación la única actitud correcta es el rechazo resuelto y airado; la menor desviación de esta conducta está mal». Ahora, algunos se abrazan a la llamada «Teoría Monetaria Moderna», cuyo máximo teórico es el neomarxista australiano Bill Mitchell, educado en la Universidad de Gales y profesor de la Universidad de Helsinki, que defiende que, en la práctica, no hay límite al gasto y al endeudamiento público, y que jaleó –quizá sin estudiarla– la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, del ala más radical del Partido Demócrata, aunque sus principales dirigentes, incluido el presidente Biden, no la suscriben.
La inflación, que también es el impuesto de los pobres y el más inmoral porque pasa inadvertido, es el gran enemigo contra el que lucha ahora el Banco Central Europeo (BCE), que preside Christine Lagarde, no sin un cierto sentimiento de culpa por no haber detectado en su momento la magnitud del problema, más allá de que su origen sea la enorme creación de dinero –de la nada– de los últimos años o los problemas con la energía. Todo influye, pero no se puede olvidar lo que decía Enrique Fuentes Quintana, el padre de los míticos Pactos de la Moncloa: «Una guerra se hace con balas y una inflación con dinero». El BCE tiene la obligación, por mandato, de controlar la inflación, por muy antipática que sea esa labor en algunas ocasiones y moleste a los gobiernos, más a unos que a otros, pero sobre todo a los más populistas y a los que sólo piensan en qué y cómo pueden gastar más para ser más populares con la vista en las siguientes elecciones.
La inflación en la Eurozona está por encima del 10% y en Alemania los precios de los alimentos –la llamada cesta de la compra– rondan una subida interanual del 17%, superior al 15% español, por mucho que la inflación general en España, en el 6,8% –porque está dopada artificialmente–,figure como una de las más bajas del continente y Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz presuman de que es gracias a las medidas del Gobierno. Es cierto, pero no dicen que esas medidas no solucionan el problema, sino que lo enmascaran y postponen su solución, como ocurrió en la crisis energética de principios de los años 70 del siglo pasado.
La medicina más inmediata, que es dolorosa, contra la inflación es monetaria, es decir, aumentar los tipos de interés, que es lo que hace desde hace varios meses –quizá con algún retraso– el BCE. Lagarde acaba de recordar que hay «riesgos considerables» en la economía y Philip Lane, economista jefe del BCE, cree que la inflación seguirá alta en 2023 y 2024, desde luego muy alejada del objetivo que se considera «óptimo» o al menos «razonable» del 2%, cinco veces menor que la actual.
Todo conduce a que el próximo jueves, el BCE suba los tipos de interés y que sólo quede la duda de si lo hará 0,50 ó 0,75 puntos básicos, algo que colocaría el precio oficial del dinero entre el 2,5 y el 2,75%, un porcentaje ínfimo en términos históricos. Hay casi una generación que ha crecido con el precio del dinero en «cero» o incluso negativo, un hecho excepcional que es difícil que vuelva a repetirse. El BCE y Lagarde no tienen más remedio que felicitar la Navidad con un aumento del precio del dinero, por muy impopular que sea, entre otras cosas porque nadie, ningún gobierno, adopta medidas, no cosméticas sino eficaces, contra el fenómeno inflacionista sea o no un problema de fabricar dinero, como insistía Hazlitt.
Otra vez los negros presagios del llamado «doctor catástrofe»
El economista Nouriel Roubini saltó a la fama porque anunció –sin que nadie le hiciera caso en su momento– que llegaba la Gran Recesión. Desde entonces, sus pronósticos suelen ser sombríos, lo que le ha hecho acreedor al título de «doctor catástrofe». Ahora profetiza una inevitable y larga crisis económica y financiera, derivada sobre todo de que la deuda pública de las economías avanzadas es del 420% del PIB, más del doble que a principios de siglo. Algo insostenible.
Starwood, otro fondo con dificultades y con intereses en Europa y en España
Streit es el fondo inmobiliario de Starword y competidor de Breit, el de Blackstone, que limitó las retiradas de reembolsos hace unos días y se dio un batacazo en bolsa. Streit, con activos de unos 30.000 millones, a diferencia de Breit, sí tiene intereses en Europa, y también ha tomado la decisión de suspender reembolsos. Su presencia europea es limitada, pero en España controla el hotel Iberostar Las Dalias en la costa de Adeje (Tenerife). En teoría no debería haber pelibro, pero ¡Ojo!
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