
Opinión
El dinero digital, próximo caballo de Troya
La promesa de modernidad que podría convertirse en una trampa para la libertad financiera

El dinero, ese invento que durante siglos ha permitido comprar pan sin necesidad de intercambiar gallinas, se encuentra en plena metamorfosis ya que los bancos centrales coquetean con la llamada moneda digital (CBDC) convencidos de que han encontrado la piedra filosofal de las finanzas modernas. A ello se suma la expansión vertiginosa de los sistemas de pago electrónico fomentado por las nuevas tecnologías y el cambio de hábitos de las nuevas generaciones, jóvenes a los que parece escocerles el hecho de llevar monedas y billetes en los bolsillos, pues valoran la comodidad de poder pagar tan sólo con acercar el “smartwatch” o el móvil a un TPV. No sólo ocurre con los más jóvenes, sino que se está convirtiendo en una costumbre transversal de la sociedad donde cada vez más personas de mayor edad nos incorporamos con naturalidad a esta forma de pago.
Con este caldo de cultivo, todo parece apuntar a que el despliegue de las CBDC es imparable y que, tarde o temprano, será una realidad, al menos en las grandes regiones y potencias mundiales. En China es una realidad que penetra silenciosamente y que ha conseguido la apertura de millones de carteras digitales, si bien comienza a mostrar sus ventajas e inconvenientes para la población, así como los beneficios que aporta al Estado, en especial una mayor capacidad de control de la sociedad.
Aparentemente, la idea de que un banco central emita monedas digitales suena bien pues promete pagos instantáneos, menos comisiones, mayor seguridad y una sociedad donde el dinero fluye sin fricciones. Para los gobiernos el atractivo es enorme pues disponen de un sistema más transparente, trazable y controlado. Ahora bien, deberíamos preguntarnos qué puede ocurrir cuando el dinero deja de ser un simple medio de pago y se convierte en un instrumento de política pública, un juguete de política monetaria, donde se podrían aplicar tipos de interés negativos directamente en nuestras cuentas digitales, programas de gasto obligatorio para “reactivar la economía” o transferencias condicionadas al consumo de ciertos sectores. Y aquí aparece el gran elefante en la habitación, la deuda soberana pues con un acceso tan directo al ahorro ciudadano, la tentación de usar la CBDC como mecanismo de financiación del Estado sería irresistible. ¿Para qué emitir deuda cara en los mercados si se puede captar liquidez barata, segura y cautiva de los propios contribuyentes?
Este declive imparable del uso del efectivo no solo facilita la transición hacia monedas digitales oficiales, sino que también deja a los ciudadanos con menos refugios de privacidad económica, donde lo que antes se resolvía discretamente con un billete de veinte euros en el bolsillo, pronto podría depender de un permiso electrónico concedido, y revocable, por el Estado. Es decir, hay letra pequeña en esta innovación, pues si el efectivo ya no existe, el Estado podría decidir que el dinero caduca a final de mes para estimular el consumo, o que solo puede gastarse en ciertos productos “socialmente responsables”.
Pero los riesgos van mucho más allá de estas distopías de manual pues si los ciudadanos confían más en depositar su dinero en la “cuenta segura” del banco central que, en su entidad de toda la vida, la intermediación bancaria podría tambalearse. Y cuando llegue una crisis, que siempre llega, la estampida hacia la CBDC tendría el efecto de un pánico bancario en versión digital, instantáneo y devastador.
La moneda digital del Estado, presentada como una modernización inevitable, encierra una paradoja inquietante, que cuanto más eficiente parece, más poder concentra en manos de los gobiernos. Por ello, lo preocupante no es que los bancos centrales jueguen a diseñar este futuro, sino que nosotros lo aceptemos con entusiasmo, sin reparar en que lo que está en juego no es la comodidad de pagar el café, sino la libertad de decidir qué hacemos con nuestro dinero. Como siempre, para que funcione, será necesario llegar a un complejo equilibrio entre privacidad y libertad de los ciudadanos y los beneficios del dinero digital.
Juan Carlos Higueras, doctor en Economía y vicedecano de EAE Business School
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