Opinión
El tributo a la banca: un mal impuesto en un mal momento
Si bien las subidas de tipos de interés incrementan el flujo de ingresos de los bancos, también contribuyen a depreciar el valor de sus inversiones a largo plazo
Hace apenas unos meses, el Gobierno de PSOE-Podemos aprobó un impuesto extraordinario contra la banca argumentando que las subidas de tipos de interés que está perpetrando el Banco Central Europeo para contrarrestar la inflación contribuirían a incrementar sus ganancias. El argumento poseía una cierta base: los bancos privados acumulan sus reservas en el BCE y éste las remunera a un tipo de interés creciente. Si los bancos, por diversas razones entre las que podría hallarse una insuficiente competencia sectorial, no trasladan esos mayores cobros de intereses sobre sus reservas en el BCE a mayores pagos de intereses a sus depositantes -y de momento no ha sucedido-, pues acaso cupiera esperar que, en efecto, la banca se anotara beneficios extraordinarios.
Sin embargo, siempre que uno quiere juguetear con el sistema financiero -y más si pretende hacerlo desde un enfoque populista y propagandista-, suele olvidarse de ciertos factores que pueden ser cruciales para que la medida aplicada sea un éxito o, en cambio, un fracaso potencialmente muy serio. Y aquí ocurrió eso mismo: si bien las subidas de tipos de interés incrementan el flujo de ingresos de los bancos, también contribuyen a depreciar el valor de sus inversiones a largo plazo. Por ello, si la liquidez comienza a escasear dentro del sistema financiero -que es lo que tiende a ocurrir a cuenta del Quantitative Tightening que también están ejecutando los bancos centrales para controlar la inflación- y las entidades se ven forzadas a liquidar precipitadamente sus activos a largo plazo, lo que se anotarán no son ganancias sino pérdidas extraordinarias.
Eso es justo lo que le sucedió al Silicon Valley Bank y lo que terminó arrastrándolo a la quiebra. No sólo eso, en la medida en que empiece a cundir la desconfianza sobre el sistema financiero
-por ejemplo, como consecuencia de suspensiones de pagos como las de SVB o con colapsos como el de Credit Suisse-, los ciudadanos pueden plantearse la conveniencia de retirar sus depósitos de los bancos buscando refugio en unos títulos de deuda pública que, precisamente por la subida de tipos, no sólo proporcionan seguridad sino un retorno atractivo: pero esa fuga de financiación desde los depósitos bancarios a los títulos de deuda pública provoca un estrangulamiento adicional de la liquidez de los bancos que los puede forzarlas a vender con pérdidas (extraordinarias) algunos de sus activos.
Y si todo ello ocurre, si nuestros bancos en lugar de acumular ganancias extraordinarios, sufren pérdidas extraordinarias, ¿acaso les devolverá el Gobierno el dinero percibido merced al nuevo gravamen (cuya base imponible, recordémoslo, ni siquiera son los beneficios, sino los intereses y las comisiones cobradas, esto es, algo así como sus ingresos)? Desde luego que no. ¿Tiene sentido descapitalizar a nuestro sistema financiero precisamente ahora que puede necesitar de mucho más capital? Ninguno.
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