Política

La desgracia de dar alas al separatismo

La fuerza del independentismo se plasma hoy más en La Moncloa que en la calle

La Diada ha servido un año más para constatar hasta que punto el separatismo político es un movimiento ajeno, distante y refractario a las necesidades de los ciudadanos de Cataluña y al interés en suma de la comunidad autónoma. Es una realidad incuestionable, reconocida por los propios interesados, que la pulsión separatista de la sociedad del Principado ha caído de forma aguda por, entre otras razones, el hastío provocado por la mentira, la desconfianza, la deslealtad y la frustración originados por los dirigentes de esos partidos que han patrocinado la idea de una independencia próxima desde hace ya agotadores años. Este 11 de septiembre ha sido, claro, la caja de resonancia de la retahíla habitual victimista, los agravios, la injusticia y la violencia de un Estado represor, pero sobre todo del creciente y descarnado cainismo que ha prendido en el secesionismo y de su reducida capacidad de movilización. Hace unos años habría sido impensable la quema de fotografías de cargos del gobierno catalán o de sonoras pitadas a líderes con unos cuantos años de prisión por su participación en el procés. Y eso ocurrió ayer en Barcelona. Más que un síntoma, es la certificación de un odio fratricida en una lucha por el poder entre Puigdemont y ERC con las CUP y otros como arietes contra el presente y el futuro de Cataluña. Existe un desgaste reflejado de forma notoria en las encuestas que desearíamos que significara un punto de inflexión para el territorio y un retorno paulatino a la normalidad extraviada bajo el régimen absoluto nacionalista, pero conviene no engañarse y admitir que ese horizonte está aún demasiado lejano. En este contexto de luchas intestinas, resulta un lastimoso dislate que el independentismo, Junts o ERC, sea más influyente en La Moncloa, o sea en las decisiones del Gobierno, que en la calle. Que el colaboracionismo de Sánchez repare o sea el parche a la desafección ciudadana con los separatistas es un drama cuando hablamos de un movimiento que persigue la destrucción de la España constitucional y de la soberanía nacional, que reúne las libertades de todos los españoles. Sánchez fortalece a un adversario para sostener su debilidad parlamentaria en un acto que puede catalogarse de cualquier forma menos de leal. Dar alas al independentismo es una desgracia para el Estado y una ruina para Cataluña. Y si había alguna duda, el aberrante episodio del aeropuerto del Prat, epítome de la gestión calamitosa en la Generalidad, debería ser un aldabonazo en la conciencia del votante.