Editorial

Alegato constitucional frente a la deslealtad

El Rey insta a las instituciones a “respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral”

En instantes de la vida nacional sometidos a avatares excepcionales y azarosos, los españoles aguardamos con afán singular al mensaje de Nochebuena del Rey para hallar respuestas y guía. Hay en estas palabras de Don Felipe, en las que repasa y diagnostica el devenir de la nación en el último año, un impulso de confianza y fe en nuestras capacidades sin enmascarar los reveses ni relativizar los retos.

Los ciudadanos necesitan certezas en tiempos en los que no abundan desde el poder gobernante. Ha sido el año que se encamina hacia su ocaso el segundo sacudido por un enemigo terrible que nos ha volteado la existencia y nos ha demostrado que todo lo que un día nos parecía sólido puede diluirse en días, incluso en horas. Transcurrimos por una liquidez extraordinaria, en el que no nos sobran asideros y seguridades frente a la creciente impresión de vulnerabilidad e indefensión. El virus, que no fue vencido, ha resurgido como una amenaza con un contagio desbocado a lomos de ómicron que ha sumergido a los territorios en un insólito magma de restricciones, incredulidad y desgobierno.

La pandemia fue un elemento principal del discurso real de esta Nochebuena del 2021, sus víctimas, sus estragos y sus secuelas en todos los órdenes. Tampoco faltaron las palabras de aliento y cercanía para los afectados por la erupción del volcán de La Palma, otro desasosegante suceso que ha concitado el foco y la preocupación de todos. Don Felipe sabe que su empatía con los españoles que atraviesan severas complicaciones y una ardua cotidianidad resulta en buena medida balsámica. En su comparecencia de anoche evaluó la marcha económica, con sus claroscuros.

En este ámbito puso énfasis especial en el deber del Estado en socorrer y asistir, en tener presentes a todos los que de una u otra manera padecen los embates de la crisis y de las adversidades aparejadas a la pandemia y acentuadas por la subida de los precios básicos y del coste de la energía y la falta de empleo que ha endurecido el panorama financiero de las familias.

Como sociedad y como individuos estamos sometidos a exigentes retos que, y estamos de acuerdo con el mensaje real, afectan a nuestras convicciones e incluso a los fundamentos de «la organización social y la convivencia en libertad». Como el Rey nos apremió, los españoles debemos estar «alerta en un escenario lleno de incertidumbres y contrastes» y aprovechar las oportunidades que seguro se brindarán para mejorar sin merma de los principios. Pero España no solo atraviesa una encrucijada con origen detonante y acelerante en la pandemia, también, no podemos obviarlo, el país transita por una insólita anomalía política en nuestra reciente historia y en el presente europeo como es la de un gobierno socialista comunista y un Parlamento con socios de una mayoría enemigos de la Constitución y abiertamente beligerantes con la España del 78 que encarna la Corona.

En las palabras del Rey se dieron la mano dos ideas que entendemos tan claves como certeras como fueron, de un lado, la defensa de la Carta Magna como «viga maestra» del progreso nacional y de la convivencia democrática frente a toda suerte de crisis y de movimientos hostiles en nuestra historia más reciente. La de una obra colectiva, la norma suprema y la Transición, que nos ha convocado contra la división, el enfrentamiento, el rencor y la exclusión, y para la que solicitó «respeto, reconocimiento y lealtad».

De otro lado, y en paralelo, Don Felipe apeló a la responsabilidad de las instituciones del Estado, a que ocupen su lugar constitucional: «respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral». Estar a la altura, en suma, y ser un ejemplo para esos ciudadanos hastiados ante actos de desobediencia, ataques a la Justicia o inquisitoriales acometidas contra otros pilares de nuestro Estado, como su Jefatura y la Constitución, desde despachos oficiales y jaleados en ministerios del Reino. Son momentos de tribulación y la sociedad angustiada y herida necesita el liderazgo y el ejemplo que el Rey nos brinda en esta nación que no anda sobrada de leales.