Editorial
China resolverá sus carencias militares
Asistiremos, pues, a una carrera armamentística que arrastrará al resto de las potencias de Asia
No le conviene a Occidente pasar por alto esta frase referida a Hong Kong y contenida en el discurso inaugural del «premier» Li Keqiang ante la Asamblea Nacional Popular China: «El principio de que los patriotas administren Hong Kong se ha defendido y aplicado con firmeza». El aplauso preparado de los tres mil delgados reunidos en Pekín subrayó una afirmación que alude al proceso premeditado y sostenido en el tiempo por el que los ciudadanos de la antigua colonia británica han ido perdiendo sus libertades públicas y su autonomía política, pese a los acuerdos suscritos con Reino Unido.
Y es que en el horizonte, más o menos inmediato, se encuentra la voluntad inequívoca del régimen comunista chino de incorporar la isla disidente de Taiwán por las vías que sean. Pero para ello, Pekín necesita poner sus ejércitos a la par de los Estados Unidos, que es el garante del actual status quo en el Mar de China, lo que obligará al gobierno de Xi Jinping, que se ha hecho con el poder omnímodo de la gran potencia asiática, a cambiar radicalmente la tradicional concepción de sus Fuerzas Armadas. Ayer, ante la Asamblea, Keqiang confirmó un nuevo incremento del gasto militar chino, cifrado en el 7,2 por ciento, es decir, superior al aumento previsto del PIB para 2023, con el objetivo de mejorar la preparación técnica de sus militares y dotarles de mejor armamento.
Es, en realidad, la confirmación de un giro estratégico de la mayor importancia, puesto que el Ejército chino ha reducido su componente terrestre en casi un millón de soldados, para reforzar la Armada, la Aviación y los equipos de guerra electrónica, que son los campos en los que los estadounidenses marcan, y mucho, la diferencia. Pero una vez reconocido al problema, admitidas las carencias, el gobierno comunista se ha puesto manos a la obra y, sin duda, lo resolverá. Asistiremos, pues, a una carrera armamentística que arrastrará al resto de las potencias de Asia con las que Pekín mantiene contenciosos territoriales –Japón, Corea del Sur, Filipinas, Vietnam, pero, también India– aunque, eso sí, tratando de mantener abiertos los mercados con Occidente, en un equilibrio que dependerá de la capacidad de Europa y Estados Unidos para aminorar la dependencia de la industria china.
Y todo ello, bajo el mando absoluto de Xi Jinping a quien no le ha temblado la mano a la hora de recuperar el poder económico en favor de las estructuras del partido –ahí están las docenas de arrestos, desapariciones y renuncias de grandes empresarios chinos–, al tiempo que impulsa su expansión en África y América del Sur. La toma de conciencia del peligro, que es un hecho en Washington, que procura evitar nuevas transferencias tecnológicas a Pekín, es la única buena noticia en todo este asunto. Y la Unión Europea debería seguir el mismo camino.
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