Sucesos

La coartada de la impotencia, base de la estrategia del asesino de Laura Luelmo

La defensa de Bernardo Montoya, el presunto asesino de la joven profesora, alega un problema en la próstata que le impediría cometer una agresión sexual. Pasa sus días en la prisión de Sevilla II leyendo la Biblia y ha pedido cambio de módulo porque «duerme mal»

El acusado, Bernardo Montoya
El acusado, Bernardo Montoyalarazon

Serían poco después de las 17:20 horas del 12 de diciembre de 2018 cuando Laura entró por la fuerza en casa de ese vecino que la intimidaba solo con la mirada. Venía del supermercado Alsara, de coger unos huevos, agua embotellada y una bolsa de patatas fritas que acabaría comiéndose su asesino. Al regresar a su casa, una pequeña vivienda que había alquilado en la calle Córdoba de El Campillo (Huelva) hacía apenas unos días, su vecino de enfrente la abordó con el coche y la introdujo primero en el maletero y después en esa diminuta casa, la guarida de este monstruo desde hacía poco más de una semana. Era Bernardo Montoya, tipo que nació en Badajoz junto a su gemelo Luciano hace 51 años y ambos con un pasado sangriento a sus espaldas. Bernardo acababa de salir de prisión por haber asesinado a una señora de 82 años, Cecilia, tras haber entrado en su casa de Cortegana a robar. Ocurrió justo 23 años antes del crimen de Laura Luelmo, un 13 de diciembre de 1995, y fue condenado por la Audiencia Provincial de Huelva a 17 años de cárcel. También le impusieron la prohibición de volver a Cortegana, su pueblo y donde vivía toda su familia, durante 5 años. Por eso, al salir en libertad, se había instalado en la casa que tenía su padre en el pueblo de al lado, El Campillo. A los dos días de su llegada, vio cómo se mudaba esa joven justo enfrente y Bernardo, según confesó al principio, se «encaprichó» de ella. Tenía solo 26 años y había comenzado a cubrir una sustitución para las clases de Plástica de un instituto de Nerva.

Aquella tarde de diciembre, Montoya aprovechó la soledad de esa callejuela para abordarla, meterla en su casa, agredirla sexualmente y acabar matándola de un golpe en la cabeza para, posteriormente, ocultar su cadáver entre la maleza de un paraje situado a 15 kilómetros. La gran cantidad de restos biológicos de Laura en aquella guarida –detectados por el difunto Marley, el perro de la Guardia Civil– no dejaban gran lugar a la duda. Pero su versión ahora es diferente. Después de haber sido «abandonado» por dos abogados de oficio (Servando Carranza, que apenas duró tres días, y José Luis Cera, que le llevó un par de meses) desde el pasado mes de marzo asumió su defensa el letrado sevillano Miguel Rivera, con quien ha elaborado una nueva línea de defensa. Su principal baza pasa por demostrar la imposibilidad de que Montoya pueda cometer ningún acto sexual porque sufre un problema de impotencia. «Estamos a la espera de los resultados de unas pruebas médicas practicadas a finales de septiembre en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla», explica el abogado. Según el abogado, el 18 de septiembre el presunto asesino de Laura fue sometido a una ecografía y a la valoración del servicio de Urología del centro hospitalario. Además, el día 30 del mismo mes, se hizo un análisis de sangre y unas «pruebas en el pene», según su defensa. En base a esos resultados, confía el abogado, se demostrará algo que él le contó de forma «espontánea» al confensarle el origen del problema.

Fue en el año 94, cuando sufrió un accidente de tráfico que le mantuvo varios días ingresado en el Hospital de Minas de Riotinto. Cuenta que le sondaron y, cuando se encontró mejor, él mismo se arrancó la sonda, dañándose así la próstata y afectando, por tanto, a su función erectil. «Imposibilita su erección sin pastillas tipo Viagra», concluye Rivera. Para él, esto es importante de cara a probar la agresión sexual. El cadáver de Laura Luelmo fue encontrado desnudo de cintura para abajo. Los forenses determinaron en una controvertida autopsia (los tiempos sobre el fallecimiento de la chica distaban en 72 horas de los que barajaba la investigación) que Laura presentaba lesiones genitales «compatibles» con la agresión sexual. Esto ya es mucho más que el estudio forense que se pudo realizar al deteriorado cuerpo de Diana Quer y «El Chicle» ha sido declarado culpable de agresión sexual a pesar de que no se acreditara ninguna violación. El jurado que el mes pasado juzgó a José Enrique Abuín ha considerado probado que realizó «actos sexuales no determinados» mediante el uso de la fuerza o la intimidación. Es decir, el hecho de que Bernardo no lograra hacer nada con Laura no sería determinante en este sentido porque hay prueba indiciaria. No obstante, esa parece la principal arma del letrado con respecto al móvil sexual, que será determinante –igual que en el juicio contra «El Chicle»– para poder condenar a Montoya a la prisión permanente revisable. No obstante, Rivera augura una vista oral para «después de 2020» dada la cantidad de diligencias que aún quedan por practicar en el juzgado que está instruyendo la causa, el número 1 de Valverde del Camino.

¿El arma homicida?

Otra de las pruebas fundamentales es que, según el abogado, el arma homicida aún estaría por ahí tirada, «en un descampado», cuyas indicaciones para encontrarlo le habría dado su cliente. Es el martillo con el que, asegura, se golpeó a Laura y le causó la muerte. Pero, atención, no él, sino su novia Josefa. Esta es la guinda de su última declaración y la raíz de su línea de defensa. «Los investigadores le decían siempre: Bernardo, aquí hay alguien más, hay una tercera persona. Y sí la había», dice su abogado.

Según esta tesis, su entonces pareja sentimental, Josefa C., fue la que propició todo este macabro crimen y él simplemente la ayudó a deshacerse del cuerpo. Para acreditar que aquel día Bernardo y Josefa estaban juntos, su abogado ya ha solicitado la toma de declaración de algunos testigos que vieron comiendo a la pareja aquel 12 de diciembre en una venta del cruce que va a Beas, otro pueblo de la zona. Él sostiene que después de comer continuaron juntos y por la tarde, al ver a Laura entrar en su casa, Josefa se encaró con ella. «Ella creía que estaba accediendo a la casa de su suegro, porque esa casa en su día era de la familia Montoya», asegura Rivera. Sin especificar cómo, Bernardo dice que Josefa habría forzado a la joven a entrar en la casa de Montoya y allí habría comenzado una discusión que acabaría con la mujer golpeando a Laura con el famoso martillo que, según ellos, es el arma homicida y aún nadie ha recogido.

Laura Luelmo presentaba más de 40 lesiones por diferentes partes del cuerpo, pero Bernardo fue, simplemente, un mero observador de esta paliza, según su versión. Aún así, en un acto de amor hacia su novia («ella no paraba de llorar y de pedirle ayuda»), conocedor de que ella también había tenido problemas con la Justicia y esto la empujaría de nuevo a una mala vida en prisión, decidió ayudarla a deshacerse del cadáver. La introdujeron juntos en el maletero del coche de Bernardo y la llevaron al paraje conocido como La Mimbrera, a unos cinco kilómetros de allí. En esa zona, el acusado arrastró el cuerpo para dejarlo semioculto entre unas jaras mientras Josefa daba la vuelta al coche para emprender la huida. Su letrado alega que sería durante ese arrastre cuando Laura fue perdiendo la ropa. Una versión que va a tener complicada hacer creer al tribunal que finalmente tenga que juzgar estos hechos.

La versión que estaría barajando la Fiscalía es, otra vez, demasiado parecida a la de «El Chicle», ya que Bernardo habría estado acechando a la joven profesora (de la que reconoció haberse «encaprichado») y, cuando vio el momento adecuado, la introdujo en su coche (también un Alfa Romeo como el asesino de Diana) para poder agredirla sexualmente en un sitio donde ellos se sientan seguros.

Montoya fue detenido por los agentes de la Guardia Civil una semana después de la desaparición de la chica. Ingresó en prisión provisional. Primero en Huelva y ahora en Sevilla II donde está en aislamiento en régimen FIES 5 (especial seguimiento por delitos de gran alarma social). «Ya está empezando a resentirse, he pedido que le cambien de módulo en base al artículo 75 del régimen penitenciario». Y es que, según su letrado, Montoya no puede hacer ningún taller y pasa las horas enteras leyendo la Biblia. Su ánimo, asegura está tocado: «No cena y duerme mal».