Elecciones País Vasco

Iglesias: enhorabuena a los premiados

El partido morado navega a la deriva tras comprobar lo desastroso que es identificar su discurso con los nacionalistas

Pablo Iglesias
Pablo IglesiasPlatón

No hay ungüentos capaces de aliviar la catástrofe de Podemos en Galicia y el País Vasco. O sí. El partido navega hacia el abismo después de haber regalado a sus rivales el manual para fabricar aerodinámicos vehículos populistas. Con semejantes éxitos Pablo Iglesias está ya muy cerca de coronarse como emperador plenipotenciario y sobre todo eterno de una formación que agoniza a medida que el Pequeño Timonel engorda. Importa menos que sus peones acaben achicharrados. Las derrotas en las provincias engordan el victorioso compost del cónsul y las derrotas alimentan una musculatura forjada en la sed infinita de agravios. El mundo, cloaca esférica, conspira contra nosotros. Con cada bajada en escaños el líder de la secta refuerza el cuento. El relato de la aldea gala acuciada por las feroces legiones enemigas. Es posible que el sorpasso al PSOE ya nunca llegue. Pero comicio a comicio el tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos y Pablo e Irene, Irene y Pablo, enjuagan las mensualidades de su hipoteca, que no son poca cosa. Siempre que la dichosa tarjeta del teléfono de Dina no los arrase a ellos antes.

La nueva política, vieja demagogia, había asaltado los cielos por la vía de desollar el prestigio del régimen constitucional. Sus enemigos, indignados de tiendas de campaña a falta de la codiciada plaza fija en la universidad, anunciaron el final de los tiempos excepto, claro, si los españoles les hacíamos el favorcito de permitir gobernarnos. Pactaron con los enemigos de la democracia en Cataluña. Redujeron el programa de la supuesta izquierda al mínimo común del encalado nacionalista. Como la lucha de clases perdió y como todavía no sabían cómo demonios explicar el hundimiento del socialismo realmente existente, allá por finales de los ochenta, y la catástrofe de bolivarismo, en tiempos recientes, aceptaron pulpo como animal de compañía. Dedicaron sus días a fomentar el crocante narcisismo de una ciudadanía tan desentendida de los valores de la democracia liberal como encantada de reconocerse antifascista y aliada de Martin Luther King Jr.: su sofá sueco tiene poco que ver con los escombros de Stalingrado y sus derechos políticos están infinitamente más protegidos que los de los negros en la Georgia de 1957 o los de las mujeres en el Afganistán de los talibanes. Pero, ¿y lo que anima saberse partisano con abono de la HBO y Netflix? Ahora que los comandantes de Podemos ya asaltaron Galapagar, ahora que tienen mesa en el CNI y/o predican el derecho nazi en las tertulias de tv (pregunten por Juan Carlos Monedero, un Carl Schmitt cruzado con la Pachamama), ahora, digo, van los votantes y trasvasan todas sus papeletas al BNG y Bildu. El viejo pujolismo podría explicar a nuestros alevines chavistas, añosos activistas de facultad, expertos en chantajes y escraches, tuiteros profesionales, lo peligroso que resulta besarse a tornillo con la piraña del nacionalismo. Para cuando quieres enterarte de dónde andas o logras explicárselo a los electores los iliberales de ERC, la vieja y sangrienta batasuna y la siempre viscosa y sentimental cataplasma galleguista te han desplumado de partidarios, labios y escaños. Bien pensado Podemos debería de sonreir. El constitucionalismo, enemigo de la humanidad, fascismo por otros medios, salta por los aires en el País Vasco, con la travesía del desierto que acecha al PP y la catástrofe de Ciudadanos, mientras que en Galicia sube como el chapapote que ha sido es y será el BNG. Firmaron reformas laborales con Bildu, aceptaron encantados los apoyos de unos pistoleros que en vascongadas todavía no ha condenado los asesinatos de cientos de personas, jugaron a naturalizar como homologables unas formaciones diseñadas para reventar la unidad de distribución y la igualdad entre españoles, disculparon los golpistas Junqueras y Puigdemont, a los que primero jalearon y a los que luego querían sacar de la cárcel. Se multiplicaron en cientos de mareas, resacas y células. Confundieron a España con el franquismo y, en consecuencia, declararon como aliados naturales, progresistas en suma, a todos los enemigos del Estado nación. El juego híbrido, los coqueteos con la hez tribal, alcanzan su apogeo con un BNG y un Bildu definitivamente encumbrados. A estas horas imaginamos que los últimos votantes constitucionalistas de izquierdas, despreciados también por un PSOE sanchista que ejerce de socio de la internacional reaccionaria, proceden a cortarse las venas en la soledad de su cuarto. Podemos hace gárgaras en Galicia y Euskadi. La izquierda no: no puede hundirse lo que yace desde hace tiempo en el fondo del mar matarile. En un país donde el chauvinismo xenófobo pasa por ser su aliado inevitable la izquierda sólo podría hundirse más si escarba el suelo marino y comienza a horadar la corteza, bucea en el manto y encuentra el núcleo. Enhorabuena a Podemos. De ridículo en ridículo hasta el palacete en la sierra y el abono en las tertulias.

Julio Valdeón