Testigo directo
«Hay miedo a la violencia en la calle»
Los vecinos de Ceuta consideran que la «situación es insostenible»
Una frontera, dos mundos. Una línea imaginaria en el mar que cruzaron miles de jóvenes magrebíes y subsaharianos en busca de una vida mejor. Dos preocupaciones hondas por razones distintas. El miedo a una avalancha incontrolable de personas procedentes de Marruecos se ha apoderado de la habitualmente apacible ciudad de Ceuta. Al otro lado de la raya, en Castillejos, el primero de los municipios de la región de Tetuán, el trasiego de personas, el desconcierto y el ruido de las sirenas de policía y ambulancias completaban la escena de este martes histórico en que Rabat y Madrid parecen dispuestos a romperlo todo.
Una preocupación que ha estallado en ira contra el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que llegaba en la tarde de ayer a la ciudad autónoma para entrevistarse con su presidente Juan Jesús Vivas. «La situación es insostenible. Los ceutíes están indignados. No son inmigrantes bélicos, han sido enviados por el rey de Marruecos. Hay videos que demuestran que la policía marroquí ha permitido todo esto. Aquí ha llegado de todo, gente buena y mala, pero la mala la padecemos especialmente. Y la situación económica en Ceuta es grave. Hay miedo a que haya un enfrentamiento violento en las calles», deplora Juan Manuel García, empleado en un restaurante desde la ciudad.
Hay miedo a que lo sucedido en las últimas horas, con la entrada de8.000 personas en la ciudad, sea el primer acto de una estrategia indisimulada por parte de las autoridades marroquíes para hacerse con la soberanía de este territorio español en suelo norteafricano. «El ambiente es de estado de excepción», sintetizaba Vivas.
«Llevo dos días aquí, me vine con un grupo de personas de distintos países desde Kenitra –costa atlántica de Marruecos– para intentar cruzar. No voy a perder nunca la esperanza mientras sea posible entrar en Europa, que es por lo que llevo tres años viviendo en este país», explica a LA RAZÓN Pascal, senegalés, 28 años, mirada seria, tumbado sobre la yerba de una de las rotondas del paseo marítimo de Castillejos.
Castillejos se ha convertido en este martes en la capital de la tristeza. «No hay trabajo aquí, no hay nada. Queremos cruzar a Europa. No entendemos de política», asegura a este diario Alí, ex empleado de jardinería en la localidad madrileña de Torrelodones en los años de vacas gordas en España, de vuelta a su Larache natal el año 2020.
Una frontera antes de la frontera. Las fuerzas de seguridad marroquíes fijaron este martes una barrera en el acceso a la breve carretera costera que une Castillejos con la frontera entre Marruecos y Ceuta. Línea infranqueable para miles de personas que aguardan que se vuelva a repetir la situación de la víspera y de la que el lunes desaparecieron los uniformes verdes y caquis de las fuerzas marroquíes. «Yo estuve ayer dentro y me echaron esta mañana, me dieron varios porrazos los españoles, pero tengo amigos que están ya con familia dentro de Ceuta. Hay que seguir esperando», zanja Mohamed, tangerino, apostado sobre una valla metálica junto al letrero que indica el kilómetro y medio para Ceuta, dos días de espera en Castillejos durmiendo en el suelo.
Ha llegado desde los municipios de la región de Tetuán, aún conocidos por mucha gente dentro y fuera de Marruecos en lengua española: Castillejos, Martil, Cabo Negro, Rincón. También lo han hecho desde Tánger. Y desde Larache. Geografías de raigambre español cada vez más lejanas del vecino del otro lado del Estrecho. El norte de Marruecos, tradicionalmente la zona más deprimida y levantisca del reino, ha sufrido especialmente en el último año. El cierre de las fronteras de Ceuta –al igual que la de Melilla– ha terminado con el contrabando, y este con la actividad económica de miles de familias.
El sol aprieta y, ajenos a la tragedia que envuelve la escena polvorienta de este rincón de Marruecos, los niños se dan un chapuzón. A pocos metros, una unidad de la Policía marroquí se alinea como muralla para evitar que sobrepasen la barrera imaginaria del agua en una tarde dolorosamente real.
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