Ceuta

La ‘marcha verde’ de Mehdi: «Caminé 40 kilómetros, me tiré al agua en la frontera y ahora iré en kayak hasta la Península»

Mehdi tiene 17 años y sueña con seguir los pasos de su hermano mayor. Así fue la “Marcha Verde” de este joven desde Martil a Ceuta: “Quiero trabajar como barbero o camarero. No volveré a casa”

Mehdi tenía claro su objetivo desde hace tiempo y el pasado lunes su propio país se lo puso en bandeja. Su hermano mayor ya lleva años viviendo en Europa y él quería seguir sus pasos. ¿El problema? Que este marroquí original de Martil (Río Martín), en Tetuán, tiene todavía 17 años. Pero a principios de semana, cuando el reino alauí decidió unilateralmente abrir las fronteras para provocar una crisis total en Ceuta y «aleccionar» a España por acoger en el país al líder del Frente Polisario, Mehdi no dudó en echarse a la carretera y caminar casi 40 kilómetros hasta el famoso espigón de El Tarajal. «Estaba con unos amigos y la gente comenzó a hablar en el pueblo de que habían abierto la frontera y podíamos pasar sin problema, así que rápidamente nos fuimos hasta allí. Tardamos (lo cuenta mostrando los dedos de la mano) siete horas», nos explica en un castellano precario que él mismo reconoce que quiere mejorar para poder viajar hasta la Península. A su madre la llamó por teléfono para contárselo antes de dar el salto.

Mehdi, posa para LA RAZÓN, en el centro de Ceuta
Mehdi, posa para LA RAZÓN, en el centro de CeutaAlberto R. RoldánLa Razón

«No me dijo nada. Le parecía bien. Ella está tratando de conseguir un visado, pero se tarda mucho tiempo. Ya no he vuelto a hablar con ella porque el móvil se me rompió al golpearme con las piedras», afirma con resignación. También dejó allí a su padre y a sus cuatro hermanos pequeños. «Allí tenía una casa, pero no hay trabajo ni futuro», apunta pronunciando esta última palabra en inglés («No future in Marruecos»).

Desde el lunes, Mehdi duerme en la calle, come de la caridad y se viste con la ropa que le han regalado algunos ceutíes. Su viaje, hasta ahora, ha sido una odisea y aún recuerda el momento en el que miles de compatriotas se apelotonaron en la valla para lanzarse al mar y nadar hacia Ceuta: «Mucha gente, gritaban (gesticula). Yo sé nadar y llegué rápido a la orilla, pero había muchas mujeres y niños. También muy muy pequeños», asevera olvidando que él ni si quiera ha alcanzado la mayoría de edad.

Barbería y «chicas guapas»

Sin embargo, su rostro está curtido por la dureza de la vida y bien podría pasar por un joven más de los inmigrantes que cada día deambulan por las calles de la ciudad autónoma. Su particular «Marcha Verde» no la hizo solo. Se fue con dos amigos, Yassin y Anas, que durante nuestra conversación se acercan para escuchar cómo su amigo se explica en un idioma que ellos no manejan. Parece que Mehdi es el líder de la pandilla. Yassin nos enseña su tobillo, que presenta varios rasguños, según dice, ocasionados por las piedras con las que se golpeó durante la travesía a nado. «Yo me torcí un pie, pero fue corriendo para que no me cogiera la Policía», confiesa mientras se levanta el pantalón de chándal para mostrarnos el moratón.

Y es que este «mena» (menor no acompañado) marroquí tiene claro que no quiere regresar a su país, como sí lo han hecho más de la mitad de los 8.000 que se colaron entre el lunes y el martes en Ceuta. «Por eso tengo que correr, para que no me cojan. Pero la Policía aquí es buena y también fueron buenos los policías de Marruecos que cuando llegué a la valla me dijeron: ’'Pasa, pasa’'. La gente aquí es guapa y nos ayuda». Pese a su optimismo y confianza en el futuro prometedor que le espera al otro lado del Estrecho, esta semana ha sido muy dura para él y sus amigos. Cada noche duermen en el parking cercano a la zona del puerto donde se han producido varias redadas. Los primeros días lo hacían sin mucha preocupación, pero ahora que se han intensificado los registros para deportar a los jóvenes, han tenido que buscar refugio en zonas más discretas como las escolleras, donde se camuflan entre los bloques de hormigón.

«Mira, un señor de aquí me ha dado 10 euros para que me compre comida», dice mientras se saca del bolsillo un billete arrugado. También hay vecinos que dejan bolsas de comida en determinados puntos de la ciudad para que las cojan. «Y también me han dejado ropa, porque con la que venía de Marruecos se mojó», cuenta. Pero Mehdi no desea vivir de la caridad y lo que le gustaría es que alguien le contratase como barbero, «me gusta cortar el pelo», dice con una sonrisa. O si no de camarero o limpiando casas.

En su pueblo natal, Martil, dice que no podía ni estudiar ni trabajar, «allí no hay nada, todo es caro y no tenemos dinero, aquí sí que hay trabajo», y nos desvela la etapa final de su viaje. Ahora esperará unos días a que se calme la situación en Ceuta, que baje la tensión y entonces «trataré de conseguir un kayak» para atravesar a remo el Estrecho «y llegar a Tarifa. Me gusta Málaga también para vivir y Barcelona. También podré ir a otros países de Europa como han hecho mis primos y mi hermano mayor». ¿No le da miedo cruzar solo el Estrecho? «No, yo se hacer kayak, lo he hecho antes, pero en Marruecos la Policía me lo rompía. Además no iré solo porque en la barca podemos ir dos subidos», afirma mirando a Anas.

La novedad de la mascarilla

Mehdi dice que el plan original era poder subirse al Balearia, como alguien le había comentado en Marruecos, «pero no es fácil entrar», dice a modo de choque de realidad. Y es que muchos de los menores, alrededor de 450, que vinieron esta semana desde Marruecos, lo hicieron engañados por las propias autoridades del país vecino que les prometieron una vida mejor.

El joven marroquí, durante la entrevista
El joven marroquí, durante la entrevistaAlberto R. RoldánLa Razón

Mehdi sigue confiando en su propósito y por eso «me pongo la mascarilla, para que la Policía no me diga nada», pensando que así podrá escapar de las redadas. «En Marruecos no hay mascarillas, allí la gente no se protege, por eso al llegar aquí nos han tenido que dar alguna». Éste es otro de los motivos que ha causado malestar entre los ceutíes, a los cuales se ha visto en varias ocasiones regañar a los chavales que van desprotegidos.

También su presencia ha desatado comportamientos racistas contra los recién llegados. «Volved a vuestro país, os están abriendo las puertas para que regreséis», le grita una mujer a Mehdi, que no comprende lo que le dice. «Ésa es una racista», dice un inmigrante regular que toma un café enfrente de donde estamos entrevistando al menor. Mehdi ahora comprende. «¿Racista? Hay gente buena y mala, unos no nos quieren, otros nos ayudan. Los españoles son buenos y guapos. Me gustaría tener también una novia española, son guapas», apunta con picaresca ante las risas de sus amigos que han entendido a la perfección la palabra «novia». Antes de despedirnos de Mehdi nos pide nuestro número de teléfono, confía en poder llamarnos cuando llegue a la Península.