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Arancha González Laya: «No a la política bombástica»

«La diplomacia consiste no solo en solucionar problemas, sino también evitarlos», defiende

Ilustración Arancha González Laya
Ilustración Arancha González LayaPlatónLa Razón

Si algo le obsesiona es no hacer nunca ruido, mantener un perfil serio y reservado. Por ello a la actual ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, le ha golpeado bruscamente la grave crisis diplomática con Marruecos, una de las más duras que se recuerdan. «Cabeza fría, muchas horas de trabajo y gestiones en sigilo», dicen en su equipo sobre su reacción ante el polvorín del vecino alauita en Ceuta y Melilla. La titular de Exteriores quiere desplegar una diplomacia discreta, sin exabruptos, y ha remitido sendas misivas a nuestras embajadas en la Unión Europea para que informen a los países aliados de los detalles del conflicto. Rotunda en su afirmación de que la entrada del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en España «fue discreta, no secreta», esta mujer vasca, políglota y experta en comercio internacional, llegó al palacio de Santa Cruz con cierto rechazo por no pertenecer a la carrera diplomática. En los casi dos años que lleva en el cargo sus críticos le reprochan una cierta inexperiencia, pero otros le reconocen una gran entrega a su trabajo y una manera de actuar sin alharacas. En su opinión, «La diplomacia consiste no solo en solucionar problemas, sino también evitarlos».

María Aránzazu González Laya es una jurista nacida en San Sebastián y educada en Tolosa. Su padre, Antonio, era director de la escuela pública dónde estudió y su madre, Josefa, regentaba una librería infantil. Eran años muy duros en la tierra guipuzcoana con el terrorismo de ETA a flor de piel y la ministra recuerda muchas veces, sin citar nombres, a algunos compañeros de pupitre que vivieron la lacra de la banda de forma diferente.Unos militaron en ella, otros cayeron asesinados por ETA. Arancha se educó junto a sus dos hermanos varones, Antonio y Ricardo, en el colegio de Tolosa, pero después se marchó a la Universidad de Navarra y se licenció en Derecho. Fue en esa etapa cuando se le despertó el afán por los idiomas y la cultura internacional, hizo un postgrado en Derecho Europeo y comenzó su carrera profesional en el sector privado en un bufete de abogados en Bruselas. La ministra habla español, euskera, inglés, francés, alemán e italiano. «Nuestros padres siempre nos decían que el único legado para dejarnos era una buena educación», asegura esta mujer con fama de empollona, que se deja la vista en leer informes en varias lenguas y de personalidad un tanto peculiar.

Poco después dio el salto a la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la mano del francés Pascal Lamy, uno de sus mejores amigos, de quien fue jefa de gabinete y del que aprendió «el rigor y la honestidad intelectual». Luego sería subsecretaria general de Naciones Unidas y se empleó a fondo en organizar foros de mujeres empresarias y comercio sostenible por todo el mundo, como la Declaración de Buenos Aires sobre Mujeres y Comercio.

Viajera empedernida, ha vivido en Berlín, Bruselas, Nueva York y Ginebra, ciudad que adora. Ella misma cuenta que tenía una casa frente al Mont Blanc y se aficionó al montañismo por los Alpes suizos.

Conoció a Pedro Sánchez en un seminario socialdemócrata internacional y aceptó su ofrecimiento para ser la ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Durante todo este tiempo ha sido una mujer aplicada, casi desconocida, la cual nunca pensó en hacer frente a una crisis con Marruecos de tal magnitud. González Laya no rehúye la autocrítica, pero defiende sus convicciones, la integridad territorial de España y una relación bilateral de respeto mutuo «sin ruido de trompetas».

Se define feminista a tope y luce un estilo muy sobrio, algo peculiar. Un corte de pelo «a lo garcon», gafas de pasta gruesa, pantalones y blusones amplios de diferentes colores. En las recepciones del Cuerpo Diplomático junto al Rey Felipe VI, con quien asegura mantener una relación muy fluida, se decanta por vestidos-túnica en satén o terciopelo, siempre de cuello cerrado y manga abullonada.

Cuando era niña sus padres la mandaron a Exeter, al sur de Inglaterra. Allí vivió con una familia y aprendió el idioma que ella define como «un inglés cristalino». Es su lengua más utilizada a diario, dado su puesto de ministra de Exteriores. Es gran apasionada de la música, sobre todo de la ópera, pero también de grupos como Los Planetas o el Festival de Sonorama en Burgos, dónde acude todos los años. Muy celosa de su vida privada, permanece soltera y está muy unida a sus padres, ya octogenarios, con quienes celebrará este fin de semana su cincuenta y dos cumpleaños. Entre sus otras aficiones destaca la jardinería y ella misma confiesa que le gusta hacer de vez en cuando un «buquet» de flores y reglarlo a familiares y amigos.

Ahora, la ministra está en el ojo del huracán, pero insiste en sus convicciones. Es una técnica cualificada, sometida a una dura prueba de diplomacia. Le ha recordado a la Embajadora marroquí en España, por el momento ausente de nuestro país, que el control de las fronteras y el delicado tema de la inmigración han sido y deben seguir siendo corresponsables. Asegura contar con el apoyo de los líderes de la Unión Europea «porque nuestras fronteras son también las suyas».

Para unos, Arancha González Laya es una ministra abrasada por esta crisis, mientras otros alaban su gestión silenciosa, fuera de ruidos mediáticos, y ven resultados a largo plazo. Lo cierto es que esta mujer aplicada, sosegada y discreta tiene un lema en su vida: «No a la política bombástica».