Opinión

El Príncipe de Girona

Los que protestaban en las calles contra la presencia real en 1990 dirigen hoy la política catalana

El Rey Felipe VI en Barcelona
El Rey Felipe VI en BarcelonaDavid ZorrakinoEuropa Press

El título de Príncipe de Girona fue instituido por primera vez el 21 de enero del año 1351, cuando el rey Pedro IV, el Ceremonioso, otorgó a su hijo y heredero, el futuro Juan I de Aragón, el título de duque de Gerona por Real Privilegio. Desde 1461 pasó a ser honorífico siendo otorgado a los primogénitos de los monarcas. A lo largo de la historia, dieciséis personas lo han ostentado oficialmente, siendo correspondido en la actualidad a Leonor, heredera de la Corona de España.

La primera visita oficial de Felipe VI a Cataluña, como príncipe de Asturias y de Girona, se produjo el 21 de abril de 1990, en un momento de euforia económica y liderazgo catalán. La llegada del príncipe Felipe, estuvo envuelta de agrias polémicas, duros enfrentamientos callejeros y una notable oposición en la burguesa y carlista ciudad de Girona. Los radicales colectivos separatistas, coordinaron una táctica de guerrillas en las calles gerundenses y las minoritarias Juventudes de ERC protestaron por la presencia del príncipe: “Su presencia significa el sometimiento al Estado español y el sometimiento a favor de España y no a los intereses de la nación catalana”. Don Felipe, presidió en el Parlamento de Cataluña una sesión de afirmación constitucional y catalana en la que asumió plenamente la personalidad del pueblo catalán, y en su discurso, aseguró: “No podría representar lo que represento sin haberme propuesto hablar en catalán”, reivindicando el catalán como una de sus lenguas propias. Pocos días antes, el “Parlament” catalán había votado una propuesta a favor de la autodeterminación, ejercicio impúdico de falsa soberanía, antesala de declaraciones y provocaciones que terminaron en el otoño de 2017 con el golpe de estado separatista, la huida de miles de empresas y el fin del llamado “oasis catalán”.

Ayer, 31 años después de su primera visita como príncipe de Girona, el Rey de España volvió a Cataluña para inaugurar el “Salón del Automóvil”, una industria que es un puntal de la economía —representa el 11% del PIB en España—. Y por un momento podría parecer que la historia se repetía. Desplantes, movilizaciones, insultos, Roger Torrent, máximo representante de la Generalitat en la inauguración evitó saludar al Rey y no acudieron ni el presidente Pere Aragonès ni la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Contra la visita del rey protestaron apenas 200 personas y se produjeron declaraciones altisonantes de la mayoría separatista. Ruido y poco más.

El joven príncipe destacó, en sus discursos de 1990, el papel de Cataluña: “ha actuado como portavoz de la idea de España de las nacionalidades, de las culturas, en su variedad y su unidad. Se equivocan quienes todavía contemplan la España autonómica como un problema, pues lo que en verdad ha hecho ha sido articular una realidad de muy positivos resultados”. El Príncipe destacó ante los diputados su satisfacción por encontrarse en Cataluña y aseguró que en España no hay otro pueblo en mejor disposición para convertirse en privilegiado protagonista de la gran tarea de las próximas décadas: “Una vez asegurada la democracia, hemos de dar los necesarios pasos adelante para, a partir de la solidez interior, alcanzar una posición europea dinámica, adelantada y pletórica, y en ello el pueblo catalán puede ser un privilegiado protagonista”. Nada queda

Desguazada. Así se encuentra Cataluña en el 2021. Los que protestaban en las calles contra la presencia real en 1990, dirigen hoy la política catalana. Vivimos un momento de franca y clara decadencia, la pujanza económica y civil, la satisfacción del trabajo riguroso y el orgullo de una sociedad cohesionada han dejado paso a un clima general de niebla y de tristeza. Y todo ello con un testigo excepcional, quien fuera príncipe de Girona, nuestro Rey.