Rebeca Argudo

Devorando por el trono

Sánchez es capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder. Su propia megalomanía lo ha convertido en rehén de sus ambiciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezMARISCALAgencia EFE

Dos son las cositas que han quedado claras con el affaire Pegasus, este extraño caso de espionaje, tan torpe y delirante como aquel Top Secret de los ochenta. La primera, que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse cinco minutitos más en el poder. La segunda, que su propia megalomanía lo ha convertido en rehén de sus ambiciones.

Me explico. Todas las opciones en esta historia son malas. Las hay malas, menos malas y las hay peores, pero no buenas. Si el espionaje es cierto, es inquietante pensar en los motivos por los que se ha hecho público justo ahora y no antes. ¿Desde cuándo exactamente se tenía conocimiento de ello? ¿Se ha sabido ahora? ¿Cómo es eso posible y qué ha fallado? ¿De quién es la responsabilidad? ¿Se sabía antes? ¿Por qué se ocultó? ¿Por qué se denuncia justo ahora? ¿Está claudicando el Gobierno ante sus socios separatistas? ¿Lo hizo ya ante Marruecos? ¿Está tratando de sacar crédito electoral?

Y si no fuera cierto, es más inquietante todavía. Así que prefiero, como inversión en optimismo democrático y tranquilidad de espíritu, pensar solo en la primera opción y en sus múltiples ramificaciones. Y dando por sentado, creo que en esto habrá cuórum, que jamás sabremos la verdad, podemos retomar las dos afirmaciones del principio. Porque son las dos conclusiones que tienen en común todas las posibilidades.

Que Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Desde ocultar un caso de espionaje a inventarlo, de utilizarlo para apaciguar a sus socios parlamentarios, y no perder su apoyo, a sacrificar la credibilidad y el prestigio del CNI. De anteponer su ambición personal al interés de todos los españoles. De supeditar a sus caprichos el funcionamiento de las instituciones, confundiendo alarmantemente los conceptos «gobierno» y «Estado» y, por supuesto, obviando y despreciando el de «democracia».

Que su propia megalomanía lo ha convertido en rehén de sus ambiciones. Si el espionaje tuvo lugar en las fechas que se indica, justo cuando se produjo aquella crisis con Marruecos y la entrada masiva de miles de inmigrantes en Ceuta, no es descabellado pensar que el cambio de postura de Sánchez respecto al Sáhara Occidental pudiera tener algo que ver con todo esto. Igual que no es descabellado pensar que hacerlo público ahora, justo después de que políticos independentistas catalanes denunciaran haber sido espiados ellos, tenga que ver con un interés táctico, por parecer tan víctima como ellos y, por tanto, menos sospechosos, no perdiendo así su apoyo. Aunque tenga que ofrendarles en plaza pública a cambio la cabeza de la directora del CNI, Paz Esteban, y la confianza de la ciudadanía en un organismo tan esencial como es este. Como haría un maya con un puma ante un volcán, vamos.

De lo de dar una rueda de prensa para anunciar el espionaje, qué bochorno, mejor ni hablamos. Está casi al nivel de aquel posado de la ministra Maroto con la foto bien grande de una navaja ensangrentada que había recibido por correo. Precisamente después de que Pablo Iglesias recibiera unas balas amenazantes. Aquí, el que no corre vuela y, si tú siete, yo veintitrés, y veo tus proyectiles de nada sin detonar y subo a arma blanca con fluidos corporales.

Lo que sí es cierto es que Pedro Sánchez ha sido capaz de dejar a la mitología griega en general, y a Cronos, en particular, como una panda de pánfilos: él solo devoraba a sus propios hijos para mantenerse en el trono. Nuestro presidente devoraría a cualquiera, sin distinción de clase, raza, credo o ideología. Incluso a sí mismo, si eso le asegurase un ratico más en el poder.