Antonio Martín Beaumont

No da más de sí

A la mente de veteranos socialistas viene estas semanas la imagen de la fase terminal de Felipe González en los 90. Como entonces, es tanta la incertidumbre reinante que nadie, ni siquiera en el seno del Gobierno, está en condiciones de anticipar lo que va a ocurrir en las próximas horas. La falta de anclajes de la legislatura y la exagerada debilidad de Pedro Sánchez han acelerado el deterioro de la relaciones en el propio Gabinete.

El presidente garantiza que bajo ningún concepto va a caer su mandato por la escandalera de Pegasus. Sigue decidido a agotar su agenda hasta diciembre de 2023. Un propósito para el que ahora ve necesario servir a sus socios en bandeja la cabeza de la directora del CNI, Paz Esteban, por más que resulte esperpéntico. Son las consecuencias de haber ligado su destino a una mayoría trufada de fuerzas que buscan debilitar al propio Estado.

¿Que los independentistas les ponen en aprietos acusándoles, envueltos en victimismo, de haberles espiado? El Ejecutivo, para contrarrestar, sale en tromba con toda una operación de espionaje al presidente y a la titular de Defensa. Y a cuentagotas irán apareciendo otros ministros en escena, según sea precisa munición mediática para cambiar de posición los focos políticos.

El guión oficial lo han escrito los fontaneros mayores de La Moncloa, Óscar López y Antonio Hernando, señalando un supuesto «fallo» del Centro Nacional de Inteligencia en su labor de protección de los móviles del Consejo de Ministros. ¿Qué podía salir mal? De momento, que Margarita Robles se resiste a arrojar a los leones a la jefa de los espías para que la sustituya un perfil de confianza del círculo monclovita.

En la guerra desatada por los «entornos» ha habido acusaciones contra la ministra de hurtar información a Sánchez, incluso de usar los servicios de inteligencia, bajo su control, para enfangar a Félix Bolaños: por ejemplo, por no encender las alarmas hace un año ante el ataque al terminal de la entonces ministra de Exteriores, Arancha González Laya.

Tal revelación sobre el espionaje a Laya saca de sus casillas a Bolaños, que debió reclamar del Centro Criptológico Nacional una investigación. No lo hizo. Y Robles lo sabe. Por eso la ministra, evitando aclarar de quién depende la seguridad de los teléfonos de los miembros del Gobierno, aludió a esa mancha en el expediente del entonces secretario general de la Presidencia al recordar en los pasillos del Congreso que «todo está en las normas, todo está en la ley».

Que no se vislumbre un final a este embrollo ha instalado en las filas socialistas una lamentable sensación de caos. Hace tiempo que Margarita Robles es objetivo prioritario del Bloque Frankenstein. En esas obsesiones tan típicas de la izquierda radical, se la considera una cuota impuesta por el Rey Felipe a Sánchez en el Consejo de Ministros.

Pegasus es otro mojón que socava los valores institucionales de nuestra Constitución. De esto se trata. Y lo que más llama la atención es que uno de los partidos que forman el Gobierno, Podemos, pida la dimisión de una ministra sin que Sánchez tenga nada que decir. Entre el socialismo clásico, viendo lo que ocurre con Robles, se evocan nombres como Carmen Calvo y José Luis Ábalos. «Torres tan altas cayeron», advierten.

A dos meses de la cumbre de la OTAN en Madrid, el Gobierno se carga la credibilidad de los sistemas de seguridad españoles, pone a los pies de los caballos a una funcionaria de eficacia probada durante cuarenta años como es la directora del CNI y deja a Félix Bolaños, el listo de la clase, con cara de tonto. Ofreció la rueda de prensa denunciando el espionaje al presidente sin percatarse de que era a él mismo a quien correspondía controlar su teléfono. Una locura. Mejor dicho, otra más.

Pero esto es el sanchismo. ¿Cuál será la próxima institución del Estado que se carguen?